En cuanto los soldados que la acompañarían estuvieron listos, Ellana partió hacia el lugar que tenía el reporte del mayor daño. No tenía a ninguno de sus amigos con ella, lo que en cierto modo la ponía nerviosa, pues hacía ya mucho tiempo que no peleaba sola o con alguien con quien no hubiera practicado tácticas de combate. Tenía a los mejores soldados de Cullen, sin embargo sabía que jamás le inspirarían la misma confianza que sus amigos. Desde que Corifeus había sido derrotado y cada quien había parecido tomar su propio rumbo, se sentía muy sola.
Después de haber viajado durante días, el pueblo de Risco Rojo apareció en la distancia, y Ellana se preparó para la batalla. Dio las últimas instrucciones y consejos, y junto a los soldados, se dispuso a atacar.
Pero cuando atravesaron las puertas del pueblo, no encontraron nada. O a nadie, más bien. Había mucho desorden, como si hubiera ocurrido un ataque, pero no había cadáveres. Todo estaba en silencio.
—¡Busquen en las casas! No puede ser que los muertos hayan dejado de atacar de la nada —les indicó a sus hombres—. Si encuentran sobrevivientes, sáquenlos del pueblo y pregunten qué pasó.
Se dirigió hacia la parte más alejada del pueblo, llevando consigo a dos soldados, y se dedicaron a entrar a las casas, sin lograr encontrar a nadie con vida. Lavellan se sentía desolada. Habían llegado tarde. Pero entonces, ¿dónde estaban los muertos? Afligida, se sentó en la cama de la choza en la que se encontraba. Cerró los ojos y suspiró.
Fue entonces cuando los gritos en el exterior comenzaron. Al parecer los muertos vivientes por fin habían aparecido. Tomando su bastón, se apresuró a ir con sus soldados. Cruzó rápidamente la habitación, cuando algo se enredó en su pierna y la hizo caer fuertemente al suelo. Aturdida, intentó ponerse de pie, pero algo se trepó sobre ella y la sujetó contra el suelo. Era uno de los muertos.
Ellana se movió bruscamente intentando liberarse del agarre de la criatura, pero ésta sólo la apretó más fuerte y bajó la cabeza, abriendo la boca. La elfa soltó un grito de dolor cuando sintió los dientes del ente clavarse en su brazo, y rápidamente envió una onda de energía hacia él que lo hizo salir volando y estrellarse contra una pared.
—Mierda —fue lo único que la Inquisidora pudo decir cuando se levantó. Le dolía mucho. Comenzó a aplicar magia curativa sobre la herida, pero ésta no cerró—. ¿Pero qué demonios...? —la herida no cerraba. Lavellan comenzó a sentir pánico. Si una lesión no cerraba con magia significaba que había alguna sustancia maligna en su sangre.
Decidió dejar de pensar en ello por el momento y ayudar a sus hombres, así que rápidamente envolvió un pedazo de tela sobre la herida, ocultándola. No dejaría que nadie supiera que una de esas cosas la había herido. No hasta realmente necesitar ayuda.
Por fin salio de la choza y comenzó a lanzar ataques contra las criaturas que habían salido de quién sabe dónde. El dolor la ayudaba a estar más atenta, al menos.
Después de haber viajado durante días, el pueblo de Risco Rojo apareció en la distancia, y Ellana se preparó para la batalla. Dio las últimas instrucciones y consejos, y junto a los soldados, se dispuso a atacar.
Pero cuando atravesaron las puertas del pueblo, no encontraron nada. O a nadie, más bien. Había mucho desorden, como si hubiera ocurrido un ataque, pero no había cadáveres. Todo estaba en silencio.
—¡Busquen en las casas! No puede ser que los muertos hayan dejado de atacar de la nada —les indicó a sus hombres—. Si encuentran sobrevivientes, sáquenlos del pueblo y pregunten qué pasó.
Se dirigió hacia la parte más alejada del pueblo, llevando consigo a dos soldados, y se dedicaron a entrar a las casas, sin lograr encontrar a nadie con vida. Lavellan se sentía desolada. Habían llegado tarde. Pero entonces, ¿dónde estaban los muertos? Afligida, se sentó en la cama de la choza en la que se encontraba. Cerró los ojos y suspiró.
Fue entonces cuando los gritos en el exterior comenzaron. Al parecer los muertos vivientes por fin habían aparecido. Tomando su bastón, se apresuró a ir con sus soldados. Cruzó rápidamente la habitación, cuando algo se enredó en su pierna y la hizo caer fuertemente al suelo. Aturdida, intentó ponerse de pie, pero algo se trepó sobre ella y la sujetó contra el suelo. Era uno de los muertos.
Ellana se movió bruscamente intentando liberarse del agarre de la criatura, pero ésta sólo la apretó más fuerte y bajó la cabeza, abriendo la boca. La elfa soltó un grito de dolor cuando sintió los dientes del ente clavarse en su brazo, y rápidamente envió una onda de energía hacia él que lo hizo salir volando y estrellarse contra una pared.
—Mierda —fue lo único que la Inquisidora pudo decir cuando se levantó. Le dolía mucho. Comenzó a aplicar magia curativa sobre la herida, pero ésta no cerró—. ¿Pero qué demonios...? —la herida no cerraba. Lavellan comenzó a sentir pánico. Si una lesión no cerraba con magia significaba que había alguna sustancia maligna en su sangre.
Decidió dejar de pensar en ello por el momento y ayudar a sus hombres, así que rápidamente envolvió un pedazo de tela sobre la herida, ocultándola. No dejaría que nadie supiera que una de esas cosas la había herido. No hasta realmente necesitar ayuda.
Por fin salio de la choza y comenzó a lanzar ataques contra las criaturas que habían salido de quién sabe dónde. El dolor la ayudaba a estar más atenta, al menos.