Nombre: Lynae Tabris
Género: Femenino
Raza: Elfa de ciudad (elfería de Denerim)
Clase: Pícara a dos armas
Edad: 34
Orientación sexual: Bisexual
Descripción:
Física:
Es una elfa alta, esbelta y de buenas curvas. Sus cabellos carmesíes caen en cascada sobre su espalda hasta la cintura con ligeras ondulaciones. A la luz del sol se ven puramente rojos, como el atardecer. Las facciones de su rostro son delicados y duros a la vez; cualquiera que la mire puede descubrir en ella la belleza y la mordacidad juntas. Siempre mantiene una expresión severa y muy apática, lo cual no le acarrea muchas amistades. Sus ojos son del color de la almendra, pero los reflejos del pelo a veces hacen que parezcan rojos. Su vestimenta es cómoda, de cuero por lo general, y adaptable a su figura. Nunca viste elegante, y para dormir usa el camisón de su madre. Jamás se quita el anillo de compromiso que Nelaros le dio antes de morir.
Psicológica:
Lynae no es una mujer especialmente educada. Los acontecimientos del pasado le han hecho desarrollar un carácter férreo y despreocupado por la opinión de los demás, así que si tiene que decir o hacer algo lo hará sin importar con quién está tratando. Sin embargo, tampoco es estúpida: si puede aprovecharse o hay oro por medio, mentirá, fingirá y engañará hasta obtener lo que ella quiere. Directa, clara y concisa, funciona a sangre fría y no duda a la hora de actuar. Siempre busca las soluciones más fáciles. Controla sus emociones salvo la cólera, pero llegar hasta tal punto es complicado.
Impaciente, impulsiva, racista y sarcástica. Tiene una buena mente para las estrategias de combate, pero no disfruta de la pelea tanto como le gustaría. Es muy orgullosa y altiva, y cuando su honor se ve mancillado, siempre devuelve ese duro golpe de la forma que sea. Rebelde y luchadora por su pueblo, no se calla ante una injusticia cuando la ve. Pese a lo poco amistosa que es, cuando alguien se gana unas jarras a compartir o un hueco en su corazón se convierte en una compañera en quien confiar. La verdad va por delante de todo, es leal y extrañamente cariñosa a su manera.
Gustos: Tallar madera con sus dagas es uno de sus pasatiempos favoritos, disfruta de la buena cerveza, un baño caliente, aprecia los cuadros que escenifican hechos históricos y le gustan las diademas de flores. Pese a su personalidad, siente empatía por los niños huérfanos y/o desvalidos y quiere ser madre, aunque sea adoptando a uno de la calle.
Disgustos: Otras razas incluída la dalishana, aborrece las gemas enanas, no le gusta hablar de su pasado, detesta las convenciones sociales, la religión y todo en general.
Virtudes: Estar a su lado beneficia en seguridad, rapidez y, si son merecidas, confianza, lealtad y diversión.
Defectos: Obstinada, egocéntrica, racista, siempre busca el beneficio a cualquier coste, salvo el de una amistad. Es puro fuego.
Miedos: Las pesadillas que tiene por la maldición de los guardas grises y las relacionadas con la masacre que vivió en la elfería de Denerim le perturban el sueño. Le aterran los rayos.
Religión: ¿La blasfemia cuenta?
Habilidades: Precisión, destreza y estrategia. Se mueve en las sombras y ataca por donde menos se espera. Es experta en robos, triquiñuelas y toda clase de técnicas para la supervivencia callejera. Es bastante observadora, no se le escapa ningún detalle y analiza el comportamiento de las personas. Domina bastante las armas a dos manos, ya sean espadas, dagas, cuchillos, entre otras.
Ocupación: Guarda Gris exiliada. Trabaja de lo que le echen, no le importa vivir bajo mínimos.
Fama: Es una elfa de ciudad que asesinó a unos nobles humanos y se le "recompensó" convirtiéndola en guarda gris; buena o no, la fama que se ganó con eso se ha extendido bastante.
Historia:
-Lynae -pronunció su nombre con la dulzura que sólo le pertenece a una madre cariñosa-, cuida de Shianni hasta que vuelva. Prométeme que la tratarás bien y que te encargarás de que nadie le haga daño -las lágrimas amenazaban con asomar por los ojos de Adaia, pero cada vez que ella miraba a su hija, no se atrevía a derramar ninguna. No podía permitir que su hija viera el miedo que atenazaba su cuerpo, tenía que mantenerse firme hasta el final.
-Madre, por favor, no te... No te vayas -Lynae tiró de la ropa haraposa de su madre, suplicando en voz temblorosa-. Soris se porta mal conmigo. Shianni es muy pequeña y aburrida... ¡Y padre no sabe dar abrazos como tú! -miró a su madre con una agitación en los ojos que advertía llanto.
-Lyn, cielo, suéltame... -le cogió la manita y separó sus diminutos dedos de la ropa, pero en lugar de soltarle la mano, se la cogió con ambas y se acuclilló para estar a su altura-. Nunca estarás sola -sonrió falsamente para tranquilizarla, y le colocó un mechón de pelo detrás de una oreja ligeramente picuda con ternura. Dejó la mano sujetando un lado de la cara de Lynae, acariciándole la mejilla como el tesoro más preciado del mundo-. Ahora tienes que ser fuerte, abrazar mucho a papá para que aprenda, ser paciente con Soris y proteger a Shianni de los males del mundo -la abrazó con fuerza, besándole la frente y cerrando los ojos para soltar un par de lágrimas que no pudo reprimir más.
-No podemos esperar más -vociferó uno de los soldados humanos, propinándole una patada a Adaia a modo de advertencia-. Levanta tu trasero élfico y muévelo hasta donde nosotros te ordenemos si no quieres que nos llevemos también a tu hija.
-¡No trates así a madre! -Lynae le dio una pequeña patada a las botas de aquel soldado que iba armado hasta las cejas, y éste riéndose le azotó con la mano haciéndola llorar. Adaia corrió a abrazarla y, mirando con odio al soldado, se separó de su hija y le pegó un puñetazo, hecha una furia.
-¡Llévame a mí pero a ella la dejas en paz, shem de mierda! -vociferó, cerrando la otra mano para asestarle otro puñetazo.
Sin embargo, uno de los soldados le cogió de la muñeca y otro del pelo, tirando con fuerza para echarla hacia atrás y devolverle el golpe al pecho. Se quedó sin respiración durante unos segundos, dando bocanadas inútiles que sólo echaban aire. Cuando recuperó el aliento, se dio cuenta de que los gritos de Lynae bramando su nombre eran más lejanos de lo que recordaba. Pudo entrever entre las callejuelas serpenteantes de la elfería que Soris la había cogido en el momento clave de distracción e intentaba alejarla de la pelea. Adaia suspiró de alivio, más calmada, pero otro tirón le devolvió a la realidad: los soldados se la estaban llevando. ¿A dónde? No lo sabía. Lo que sí sabía, era que no iba a volver a ver a su hija jamás.
Y ése era el peor castigo de todos.
Dormí con su camisón a modo de sábana hasta que crecí y pude ponérmelo sin parecer un fantasma de esos que se relatan en las nanas. No supe nada más de ella desde entonces, y lamento bastante no haber podido disfrutar más de toda la atención que me colmaba. ¿Qué iba a hacer? Era una cría que no llegaba ni a la década de edad. Madre no faltó a su promesa: cada noche, cuando cierro los ojos, ella regresa a mí y me besa en la frente, como aquella vez. El recuerdo vive.
Yo sí falté a mi promesa. No pude proteger a Shianni, no la pude alejar de aquellos humanos que la destrozaron en cuerpo y alma. Me obligaron a presenciar la muerte de mis amigas. Violaron a mi prima. Mataron a mi prometido, uno de los pocos que apoyó mi causa y no dudó en arriesgar su vida por salvar la mía. No le llegué a conocer demasiado bien, pero significó mucho para mí todo lo que hizo. Ojalá siguiera vivo...
Me uní a los guardas grises; era eso o la guillotina. No me gustó la idea de abandonar a mi familia en aquella elfería de mala muerte, pero no me quedaba otra. Lo hice por padre. Sin embargo, huí el mismo día en el que el rey Cailan murió en combate. No encajaba en aquel mundo, yo sólo buscaba la supervivencia y allí no la iba a encontrar. Al parecer hice bien, porque casi nadie salió vivo de aquella carnicería, y mi suerte habría sido la misma de haber permanecido. Desde entonces, he recorrido Ferelden con Duncan, uno de los mabaríes del campamento al cual bendije con el nombre de mi salvador.
No tengo un rumbo fijo, pero tampoco lo busco. He trabajado en oficios honestos y otros de los que no se me permite hablar, o simplemente no me da la gana mencionarlos. Mi huella en la historia no habrá sido muy grande, pero me hago conocer.
No soy alguien fácil de olvidar.
Género: Femenino
Raza: Elfa de ciudad (elfería de Denerim)
Clase: Pícara a dos armas
Edad: 34
Orientación sexual: Bisexual
Descripción:
Física:
Es una elfa alta, esbelta y de buenas curvas. Sus cabellos carmesíes caen en cascada sobre su espalda hasta la cintura con ligeras ondulaciones. A la luz del sol se ven puramente rojos, como el atardecer. Las facciones de su rostro son delicados y duros a la vez; cualquiera que la mire puede descubrir en ella la belleza y la mordacidad juntas. Siempre mantiene una expresión severa y muy apática, lo cual no le acarrea muchas amistades. Sus ojos son del color de la almendra, pero los reflejos del pelo a veces hacen que parezcan rojos. Su vestimenta es cómoda, de cuero por lo general, y adaptable a su figura. Nunca viste elegante, y para dormir usa el camisón de su madre. Jamás se quita el anillo de compromiso que Nelaros le dio antes de morir.
Psicológica:
Lynae no es una mujer especialmente educada. Los acontecimientos del pasado le han hecho desarrollar un carácter férreo y despreocupado por la opinión de los demás, así que si tiene que decir o hacer algo lo hará sin importar con quién está tratando. Sin embargo, tampoco es estúpida: si puede aprovecharse o hay oro por medio, mentirá, fingirá y engañará hasta obtener lo que ella quiere. Directa, clara y concisa, funciona a sangre fría y no duda a la hora de actuar. Siempre busca las soluciones más fáciles. Controla sus emociones salvo la cólera, pero llegar hasta tal punto es complicado.
Impaciente, impulsiva, racista y sarcástica. Tiene una buena mente para las estrategias de combate, pero no disfruta de la pelea tanto como le gustaría. Es muy orgullosa y altiva, y cuando su honor se ve mancillado, siempre devuelve ese duro golpe de la forma que sea. Rebelde y luchadora por su pueblo, no se calla ante una injusticia cuando la ve. Pese a lo poco amistosa que es, cuando alguien se gana unas jarras a compartir o un hueco en su corazón se convierte en una compañera en quien confiar. La verdad va por delante de todo, es leal y extrañamente cariñosa a su manera.
Gustos: Tallar madera con sus dagas es uno de sus pasatiempos favoritos, disfruta de la buena cerveza, un baño caliente, aprecia los cuadros que escenifican hechos históricos y le gustan las diademas de flores. Pese a su personalidad, siente empatía por los niños huérfanos y/o desvalidos y quiere ser madre, aunque sea adoptando a uno de la calle.
Disgustos: Otras razas incluída la dalishana, aborrece las gemas enanas, no le gusta hablar de su pasado, detesta las convenciones sociales, la religión y todo en general.
Virtudes: Estar a su lado beneficia en seguridad, rapidez y, si son merecidas, confianza, lealtad y diversión.
Defectos: Obstinada, egocéntrica, racista, siempre busca el beneficio a cualquier coste, salvo el de una amistad. Es puro fuego.
Miedos: Las pesadillas que tiene por la maldición de los guardas grises y las relacionadas con la masacre que vivió en la elfería de Denerim le perturban el sueño. Le aterran los rayos.
Religión: ¿La blasfemia cuenta?
Habilidades: Precisión, destreza y estrategia. Se mueve en las sombras y ataca por donde menos se espera. Es experta en robos, triquiñuelas y toda clase de técnicas para la supervivencia callejera. Es bastante observadora, no se le escapa ningún detalle y analiza el comportamiento de las personas. Domina bastante las armas a dos manos, ya sean espadas, dagas, cuchillos, entre otras.
Ocupación: Guarda Gris exiliada. Trabaja de lo que le echen, no le importa vivir bajo mínimos.
Fama: Es una elfa de ciudad que asesinó a unos nobles humanos y se le "recompensó" convirtiéndola en guarda gris; buena o no, la fama que se ganó con eso se ha extendido bastante.
Historia:
-Lynae -pronunció su nombre con la dulzura que sólo le pertenece a una madre cariñosa-, cuida de Shianni hasta que vuelva. Prométeme que la tratarás bien y que te encargarás de que nadie le haga daño -las lágrimas amenazaban con asomar por los ojos de Adaia, pero cada vez que ella miraba a su hija, no se atrevía a derramar ninguna. No podía permitir que su hija viera el miedo que atenazaba su cuerpo, tenía que mantenerse firme hasta el final.
-Madre, por favor, no te... No te vayas -Lynae tiró de la ropa haraposa de su madre, suplicando en voz temblorosa-. Soris se porta mal conmigo. Shianni es muy pequeña y aburrida... ¡Y padre no sabe dar abrazos como tú! -miró a su madre con una agitación en los ojos que advertía llanto.
-Lyn, cielo, suéltame... -le cogió la manita y separó sus diminutos dedos de la ropa, pero en lugar de soltarle la mano, se la cogió con ambas y se acuclilló para estar a su altura-. Nunca estarás sola -sonrió falsamente para tranquilizarla, y le colocó un mechón de pelo detrás de una oreja ligeramente picuda con ternura. Dejó la mano sujetando un lado de la cara de Lynae, acariciándole la mejilla como el tesoro más preciado del mundo-. Ahora tienes que ser fuerte, abrazar mucho a papá para que aprenda, ser paciente con Soris y proteger a Shianni de los males del mundo -la abrazó con fuerza, besándole la frente y cerrando los ojos para soltar un par de lágrimas que no pudo reprimir más.
-No podemos esperar más -vociferó uno de los soldados humanos, propinándole una patada a Adaia a modo de advertencia-. Levanta tu trasero élfico y muévelo hasta donde nosotros te ordenemos si no quieres que nos llevemos también a tu hija.
-¡No trates así a madre! -Lynae le dio una pequeña patada a las botas de aquel soldado que iba armado hasta las cejas, y éste riéndose le azotó con la mano haciéndola llorar. Adaia corrió a abrazarla y, mirando con odio al soldado, se separó de su hija y le pegó un puñetazo, hecha una furia.
-¡Llévame a mí pero a ella la dejas en paz, shem de mierda! -vociferó, cerrando la otra mano para asestarle otro puñetazo.
Sin embargo, uno de los soldados le cogió de la muñeca y otro del pelo, tirando con fuerza para echarla hacia atrás y devolverle el golpe al pecho. Se quedó sin respiración durante unos segundos, dando bocanadas inútiles que sólo echaban aire. Cuando recuperó el aliento, se dio cuenta de que los gritos de Lynae bramando su nombre eran más lejanos de lo que recordaba. Pudo entrever entre las callejuelas serpenteantes de la elfería que Soris la había cogido en el momento clave de distracción e intentaba alejarla de la pelea. Adaia suspiró de alivio, más calmada, pero otro tirón le devolvió a la realidad: los soldados se la estaban llevando. ¿A dónde? No lo sabía. Lo que sí sabía, era que no iba a volver a ver a su hija jamás.
Y ése era el peor castigo de todos.
Dormí con su camisón a modo de sábana hasta que crecí y pude ponérmelo sin parecer un fantasma de esos que se relatan en las nanas. No supe nada más de ella desde entonces, y lamento bastante no haber podido disfrutar más de toda la atención que me colmaba. ¿Qué iba a hacer? Era una cría que no llegaba ni a la década de edad. Madre no faltó a su promesa: cada noche, cuando cierro los ojos, ella regresa a mí y me besa en la frente, como aquella vez. El recuerdo vive.
Yo sí falté a mi promesa. No pude proteger a Shianni, no la pude alejar de aquellos humanos que la destrozaron en cuerpo y alma. Me obligaron a presenciar la muerte de mis amigas. Violaron a mi prima. Mataron a mi prometido, uno de los pocos que apoyó mi causa y no dudó en arriesgar su vida por salvar la mía. No le llegué a conocer demasiado bien, pero significó mucho para mí todo lo que hizo. Ojalá siguiera vivo...
Me uní a los guardas grises; era eso o la guillotina. No me gustó la idea de abandonar a mi familia en aquella elfería de mala muerte, pero no me quedaba otra. Lo hice por padre. Sin embargo, huí el mismo día en el que el rey Cailan murió en combate. No encajaba en aquel mundo, yo sólo buscaba la supervivencia y allí no la iba a encontrar. Al parecer hice bien, porque casi nadie salió vivo de aquella carnicería, y mi suerte habría sido la misma de haber permanecido. Desde entonces, he recorrido Ferelden con Duncan, uno de los mabaríes del campamento al cual bendije con el nombre de mi salvador.
No tengo un rumbo fijo, pero tampoco lo busco. He trabajado en oficios honestos y otros de los que no se me permite hablar, o simplemente no me da la gana mencionarlos. Mi huella en la historia no habrá sido muy grande, pero me hago conocer.
No soy alguien fácil de olvidar.