—¡Hacedor, no te duermas ahora, Lynae! ¡Quédate despierta!
Un eco incesante no dejaba de repetir esa frase sin descanso, y sin embargo Lynae sólo lo escuchaba como una voz lejana que no espabilaba su mente. La oscuridad se cernía sobre ella, impidiéndole ver más allá de su nariz; apenas recordaba lo último que le sucedió. Sólo sentía un dolor punzante en el pecho, pero nada más. Era como si su mente se moviera de forma lenta y perezosa, como si le costara pensar...
—¡Quédate despierta! -empezó a oírse con más fuerza. Lynae quiso gritar que se callara, que la dejara en paz.
Estaba demasiado cómoda en ese lugar como para abandonarlo porque una estúpida voz se lo pedía sin cesar. ¿Por qué no le dejaba disfrutar de la calma y la tranquilidad de la que hace años que no gozaba? Para colmo, la voz le resultaba familiar. Si se enteraba de quién era el que intentaba sacarle de su holgura, se iba a arrepentir.
—¡Despierta, maldita sea! -gritó la voz con vigor.
Esta vez, Lynae abrió los ojos y se recostó sobre la cama mullida, no sin antes soltar un pequeño gemido de dolor por el movimiento brusco. Se llevó rápidamente una mano a la herida que tenía en el pecho, palpando las vendas que la tapaban. La tela de los vendajes era limpia y de calidad, nada que ver con los harapos con los que solía cubrir sus heridas. Al bajar la mirada, descubrió que su mano derecha estaba libre de cristales y también cubierta de apósitos. Rotó la mano, observando meticulosamente el delicado trabajo que había detrás de todo aquello.
Era obvio que un médico de verdad le había atendido. Paseó la mirada por la estancia, contemplando la opulencia de la habitación y las vistas de la ventana hasta detenerse sobre Fergus, quien descansaba con una postura bastante particular e incómoda en una silla a su vera. Entonces lo recordó todo: Tyr, la conversación con él, su traición, su... libertad. De no ser por la interrupción del fereldeno, ahora mismo estaría muerta. Pero gracias a él... seguía viva y libre. ¿La había llevado hasta un médico de calidad? ¿Se había quedado esperando hasta que ella... despertara? Lynae observó al adormecido Fergus de otra manera completamente distinta. No sólo había arriesgado su propia vida salvándole de las garras de Tyr, sino que además se había molestado en arrancarla de los brazos de la muerte pagándole un médico que, seguramente, muy barato no sería. Duncan le había pedido ayuda y él se la había ofrecido sin rechistar. ¿Por qué? ¿Esperaba algo a cambio? ¿Quién puede obtener algo de una persona que no posee nada? Fergus lo había hecho por su propia voluntad, como muy bien él le había comentado unos... Espera, ¿cuánto tiempo llevaba dormida?
—Cousland -estiró una mano hacia la rodilla de Fergus y le zarandeó un poco, intentando despertarle.
Fergus no solía dormir profundamente, precisamente, pero el cansancio de varios días de tensión y de poco sueño pasaba factura incluso al más resistente, por lo que no es de extrañar que, cuando algo zarandeo levemente su rodilla, Fergus simplemente ignorara por completo el mundo exterior.
—Sylvia... Gnh, me las pagarás, hermanita... -murmuró él entre leves ronquidos.
El zarandeo volvió, esta vez con más fuerza, pero Fergus siguió ignorándolo tercamente, decidido a darle una lección a su hermana en sueños. Pronto, un zumbido irritante llenó su sueño, cortesía de un grupo considerable de abejas asesinas que habían aparecido de repente en el patio del castillo de Pináculo. Afortunadamente para él, mientras corría para ponerse a salvo, un grito exasperado retumbó por el cielo despejado medio segundo antes que el Teyrn de Pináculo despertara finalmente.
—¡Cousland, o despiertas o te zurro ahora mismo!
Ya en el reino de los vivos otra vez, Fergus resbaló de su incómoda silla, momentáneamente aturdido a causa de su brusco despertar. Llevándose de algún modo la silla consigo mismo con el tobillo, Fergus no se reprimió y soltó varios improperios dignos de mención al caer. Sin embargo, todo eso quedo en un segundo plano cuando Fergus se dio cuenta de quien lo había despertado. Parpadeando por unos momentos, un sorprendido Fergus se la quedó mirando antes de levantarse de un salto y empezar a asaetarla a preguntas, el alivio claro en su voz.
—¡Lynae! Has despertado, ¿cómo te sientes? ¿Te duele algo? ¿Lo tienes todo en su sitio?
Lynae se quedó durante unos eternos segundos muda, todavía sin acostumbrarse a que alguien que había conocido hacía apenas unos días se tomara tantas molestias por ella y se preocupara por su estado de salud. No pudo reprimir una mirada dulce mezclada con algo de ternura, que enseguida disimuló cerrando los ojos un par de segundos y tosiendo para aclararse la garganta.
—Sí, creo que estoy entera... -su voz se tornó de un matiz triste al acariciarse la profunda herida del pecho, y bajó la mirada- … más o menos. No me digas que te has pasado todo este... ¿tiempo?, contemplándome en mi plácido sueño. No sabía que eras de esos -le volvió a mirar de reojo con una media sonrisa jocosa.
Era su manera de decirle que estaba bien y de agradecerle todo lo que había hecho. Realmente tenía ganas de abrazarle y decirle cómo se sentía realmente, el gran alivio que le había resultado ser, la gran suerte de la que gozaba teniéndolo a él como amigo… pero la herida no le dejaba apenas moverse sin que un desagradable calambre le recorriese el cuerpo entero. Eso, y el orgullo. Por una parte, seguía algo resignada con él, por haber necesitado su ayuda. No es que fuera desagradecida, pero odiaba profundamente perder una pelea y que la otra persona se llevara toda la razón. Y Fergus la tenía. Vaya si la tenía. Mientras centraba el odio en su galante salvador, se dio cuenta de que llevaba puesto el camisón de su madre. Era blanco, de tirantes y de tela muy fina, dejando entrever sus curvas. Resaltaba el color de sus cabellos de color carmesí, haciéndolos más rojos y bonitos que cuando llevaba la armadura de cuero ligero. Frunció el ceño y miró a Fergus con una expresión severa.
—¿Qué habéis tocado de mis pertenencias? ¿Quién me ha vestido? ¿Dónde estoy y cuántos días llevo aquí? -preguntó con urgencia.
Fergus se la quedó mirando durante un breve instante antes de pasarse la mano por la cara cansadamente y soltar un profundo suspiro. En silencio, el noble fereldano se agachó para recoger la silla, sobre la cual se desplomó segundos después.
—Hacedor... Hacedor, Lynae, este no es momento para bromas -replicó con voz cansada-. Estuviste a punto de morir en cinco ocasiones; unas horas después de medianoche, tu corazón dejó de latir durante varios segundos, ¿sabes? -Fergus evitaba su mirada, sin saber muy bien que decir. El silencio se estiró incómodamente, pero una vez Fergus empezó a hablar, las palabras surgieron como un torrente imparable-. Estabas ahí, estirada sobre esta misma cama, pálida como la muerte. Toda la cama era un charco de sangre; yo intentaba mantenerte despierta, pero solo funcionaba a veces. No sólo eso, la mayoría de las veces que estabas despierta, delirabas de fiebre y no me reconocías, soltando incoherencias... Te morías lentamente delante de mí a medida que las horas pasaban y yo me sentía impotente al no poder hacer nada en la noche más larga de mi vida, muerto de preocupación. Supongo que la sangre azul no lo puede comprar todo -Fergus rió débilmente con una risa temblorosa, inseguro.
Fergus por fin se armó de valor para mirarla con ojos cansados y bolsas oscuras de insomnio bajos ellas.
—Respecto a tus preguntas, llevas durmiendo cinco días seguidos, en la clínica del doctor de Altaciudad que te curó. Deberías agradecerle que te salvara la vida; es algo pagado de sí mismo, pero de no ser por él ya estarías muerta. Nadie ha tocado nada de tus pertenencias, solo saqué el camisón que llevas de tu hatillo para vestirte después de que tu situación se estabilizara. Y… bueno, te vestí yo. Después de lo de tu ataque, no iba a dejar que un desconocido te vistiera y no me fio tanto del médico como para estar seguro de que no está al servicio de algún jefe criminal. Y antes de que me acuses, me aseguré de mirar lo menos posible, incluso estando más preocupado por tu supervivencia que por tu cuerpo -aseguró Fergus después de un carraspeo, desviando la mirada.
Lynae parpadeó varias veces, sin dar crédito a lo que escuchaba. Su rostro expresaba un desconcierto fuera de sí, descargando un torrente de emociones que era incapaz de definir. Su mente fue asaltada por vagos recuerdos de imágenes muy confusas en las que una sombra le decía algo que no lograba descifrar en ese momento, acompañada por golpes en su cara que sentía como caricias en sus entrañas. ¿Era verdad que había estado tantas veces al borde de la muerte...? Lynae no pudo evitar sentirse fatal después de saber todo aquello. Había sido muy desconsiderada con Fergus, menospreciando toda la preocupación, tiempo y dedicación que él había invertido en ella. El cansancio y la frustración se marcaban en sus ojeras como una gran carga que, tras su despertar, ahora era más liviana. Puede que salvarle la vida fuera un logro que perteneciera en gran parte al médico, pero para Lynae lo que Fergus había hecho y sentido por ella era mucho más importante. Mucho más que su propia vida. Haciendo una mueca de dolor que intentó disimular de la mejor forma posible -sin mucho éxito-, colocó una mano sobre otra del Cousland, y se la apretó con decisión.
—Perdóname -susurró, lanzándole una mirada completamente sincera-. No... no estoy acostumbrada a este trato, y una parte de mí cree firmemente que no merezco todo lo que has hecho por mí. No he hecho nada para merecerlo, más que salvarte la vida una sola vez -desvió la mirada unos segundos, sintiéndose ridícula-, y no es diferente de lo que cualquier soldado podría hacer.
Se quedó callada unos segundos, con la mano todavía posada sobre la suya. Tenía la mano fría, y la piel de Fergus era como una cálida y agradable estufa en invierno.
—Gracias, Fergus -dijo, por primera vez, de forma sincera-. De verdad, gracias. Perdóname si no encuentro las palabras adecuadas o la forma de expresarlo, pero... sigo sin poder creer que alguien como tú se tomara tantas molestias por alguien como yo. Sigo sin entender por qué -sostuvo la mirada, queriendo expresar la gratitud de la mejor forma posible-. Tienes un gran corazón -la voz le tembló en la última frase, y tuvo que retirar la mirada para que no viera cómo se le humedecían los ojos.
—Sí, bueno, sobre eso... ¿recuerdas lo que te dije? ¿Aquello de que algunas veces solo puedes dar un salto de fe? No soy una persona que haga todo esto con cada desconocido que conoce, pero desde la cena a la que te invite, tú eres... tú eres mi salto de fe y es por eso que... No, espera, eso ha sonado horrible. Ugh, la falta de sueño ya empieza a hacer efecto -se lamentó Fergus con una breve risa-. Que sepas que esto es culpa tuya, Lynae; has conseguido hacer que me importaras -le acusó con un mediocre intento de darle un tono severo a su voz.
Siendo consciente que sus intentos de transmitir una severidad que no existía brillaban por su falta de éxito, Fergus apretó por unos segundos la mano extendida de Lynae para asegurarse de que era real, que no estaba soñando y que la elfa a la que ya no podía sino pensar en ella como una amiga en su mente había sobrevivido a sus horribles heridas sin secuelas permanentes.
—No creo que sea necesario decirlo, pero no te preocupes por la factura del médico. Como estabas indispuesta, me tomé la libertad de pagarla por completo personalmente, al contado y todo. Le resté una parte porque no paraba de quejarse, eso sí -le informó con una pequeña sonrisa. Era un intento más bien pobre, pero viendo que Lynae parecía estar completamente fuera de peligro y en posesión completa de sus facultades, Fergus podía permitirse empezar a relajarse después de cinco días llenos de nervios y preocupación.
Lynae no pudo hacer otra cosa más que devolverle la sonrisa, todavía sin encajar del todo bien la bondad de Cousland. No desconfiaba de él, ni mucho menos, pero tantos años siendo maltratada y humillada le habían convertido en una persona suspicaz y bastante escéptica. El apretón de Fergus le devolvió a la realidad, asegurándole que su vida seguía allí y que no había atravesado las puertas de la muerte.
—Sabes que no pienso olvidar todo esto, ¿verdad? -le miró con una dureza que apenas le duró unos segundos, volviendo a una actitud blanda y sumisa-. Deberías descansar, ahora que tienes la mente más tranquila. No quiero causarte más molestias de las que ya te he ocasionado.
—Desde luego, ese demonio de Duncan no ha parado de mirarme con ojos desaprobadores todo este tiempo, acusándome de no haber hecho más, estoy seguro. Si pudiera usar magia para curar, ya lo habría ello. No puedo obrar milagros -refunfuñó Fergus para sí mismo de manera petulante, sin poder evitar el bostezo que siguió a sus palabras-. Quiero creer que si te dejo aquí para irme a echarme una siesta, no te encontraré a las puertas de la muerte cuando vuelva. Otra vez -remarcó con intención después de una breve pausa-. Cuando haya descansado, hablaremos. Después de todo, hay alguien que te quiere ver muerta y no podemos permitir eso.
La férrea mirada que lanzó a Lynae anunciaba sin palabras que el tema no admitía discusión.
Lynae retiró la mirada con un gruñido, y asintió con la cabeza sin rechistar. —No sé qué haría sin Duncan. Si en vez de salir corriendo a buscar ayuda, me hubiese protegido cuando... -se calló de golpe, tocándose la herida. Fergus tenía que descansar y ella no le podía dar detalles, o su cabezonería y afán de saber le obligarían a quedarse allí hasta que el sueño le venciera. Él tenía que descansar-. Es un mabarí muy inteligente y sabe cuidarme mejor que nadie -sonrió, dejando la mirada perdida en las sábanas de la cama-. Aquí te esperaré, Fergus. Descansa bien y no sueñes cosas demasiado extrañas.
El noble fereldano asintió con la cabeza y después de unas pocas palabras de despedida más, Fergus abandonó la clínica de Altaciudad en dirección al Ahorcado, no sin antes asegurarse de que el médico no iba a tratar insolentemente a Lynae por ser elfa. Cuando llego a la habitación que tenía alquilada en la taberna, el señor de Pináculo cayó dormido meros minutos después de meterse en la cama.
Al día siguiente, Fergus se apresuró a visitar a Lynae en la clínica de Altaciudad para comprobar cómo iba en su recuperación.
—Bueno, mi querida paciente, ¿cómo se encuentra hoy? Le advierto que mentir sobre su salud es contraproducente para su tratamiento posterior a la operación -bromeó Fergus con una sonrisilla enfurecedora mientras entraba en la habitación en la que reposaba Lynae-. Confío en que el médico no te haya molestado mucho por ser elfa...
—Me han tratado peor en otros lugares -suspiró con fingido pesar mientras apartaba la sábana y bajaba las piernas de la cama, quedándose sentada al borde-, pero al parecer el dinero acorta más lenguas que un cuchillo -esbozó una media sonrisa durante unos segundos, cambiando a una mueca de dolor por el cardenal que decoraba una de sus mejillas-. Si no me está permitido mentir, entonces no diré que estoy bien. El cuerpo entero me duele al leve movimiento, no siento la mano derecha, y esta herida... -se tocó el pecho-, me duele como mil infiernos. A veces desearía arrancarme el pecho y acabar con todo este dolor...
—Mejor no lo hagas; necesitas tu cuerpo entero para seguir viviendo, o eso me han dicho -respondió Fergus, riendo entre dientes a pesar de su preocupación-. Las heridas se curarán con el tiempo, y los dolores desaparecerán antes, sobretodo con el dinero extra que ha recibido el médico, pero es cierto que parece que hayas salido de una pelea de taberna armada solo con tus puños contra toda una banda -comentó Fergus de manera casual, observando el feo moratón que adornaba la mejilla de Lynae-. Bueno, supongo que esperabas esta pregunta, pero aún así tengo que hacerla. ¿Quién te atacó? Fue Tyr, ¿verdad? Él o uno de sus mejores matones, porque no me creeré que un bandido cualquiera pudiera sorprenderte de tal manera como para dejarte en el estado en que te encontré.
Lynae rodó los ojos, sabiendo que en algún momento tendría que enfrentarse a la curiosidad y preocupación del humano. —Nunca le cuento a nadie este tipo de situaciones. Ni siquiera le he dicho al médico qué me ha ocurrido, directamente le he mandado a tomar viento cada vez que abría la boca para preguntármelo. Algo me dice que si no hubieras pagado de más, yo misma me habría tenido que poner las vendas -le miró largamente y en silencio, sacudiendo la cabeza divertidamente cuando Fergus solo le ofreció una brillante sonrisa-. Pero nunca he visto a alguien con una mirada como la tuya, Fergus. Descargas un torrente emocional que arrasa con cualquier muro. Me hiciste prometer que te contaría lo que sucedió ayer... Perdón, la noche anterior -dio un par de palmadas a su lado, en la cama, para que Fergus se sentara-. Toma asiento y te lo contaré con todo detalle, va para largo.
—¿Torrente emocional? Si querías que me metiera en cama contigo no tenías necesidad de desempolvar el libro de poesía -respondió el noble con una carcajada socarrona. Sin embargo, y a pesar del tonillo burlón, Fergus cumplió sin rechistar y se recostó en la cama-. ¡Soy todo oídos, poetisa Lynae!
Le dio un suave golpe en el hombro con la mano izquierda, que para Fergus debió ser casi una caricia. —Si saco el libro de poesía es para golpearte con él en esa cabeza tan majadera que tienes -rió suavemente y tosió, notando sacudidas de dolor en el pecho-. Agh... Esto es culpa tuya. A veces tu buen humor es irritante, ¿lo sabías? -le lanzó una mirada de fingida aflicción y luego se repuso, tornando su expresión seria-. Tenías razón en que Tyr ha sido el autor de este... ¿crimen? ¿Se considera un crimen apalear a una elfa en este agujero nefasto y desolador? -Lynae reflexionó antes de sacudir la cabeza, queriendo quitarle importancia-. El trabajo de los qunaris iba a ser mi último encargo para él. No, no me mires así, es verdad que era el último trabajo, lo que pasa es que él no se esperaba que yo saliera viva -suspiró con pesar, se echó un poco hacia atrás y cruzó las piernas encima de la cama con algo de dificultad, pero logrando una posición más cómoda-. Verás... -miró fijamente a Fergus, permaneciendo unos segundos en silencio para que él le prestara toda la atención a lo que estaba a punto de decir-. Tyr es un mago de sangre. La razón por la que he permanecido tantos años bajo su mandato sin degollar ese cuello tan delgado que tiene es porque consiguió sacarle sangre a Duncan y hacer un pacto que los unía a los dos. De esa forma, si le hacía daño... -desvió la mirada, recordando el desagradable día en el que descubrió el pacto- ... Duncan recibía el mismo.
Se quedó callada durante unos eternos segundos, titubeando y sin saber cómo seguir la conversación. Puede que Lynae fuera una persona manipuladora, mentirosa y poco de fiar, pero cuando tenía un amigo que de verdad le había demostrado su lealtad hacia ella... eso lo cambiaba todo. No podía mentir a Fergus, pero si le decía la verdad se arriesgaba a hacerle daño. Mierda. Por esa clase de debates ella no solía tener amigos. Bueno, también por ser como era, pero al parecer eso a Fergus le gustaba.
—Ha descubierto que tú y yo tenemos un lazo. Él cree que es una alianza, que yo te he buscado a propósito para deshacerme de él. Como si yo necesitara ayuda -refunfuñó lo último en voz baja-. No es algo demasiado personal, Fergus, él ya desconfiaba de mí antes de que nos conociéramos. Simplemente, tus... casuales entradas le han dado la base suficiente como para matarme sin sentir remordimientos -empezó a jugar con uno de sus mechones de pelo rojizos, distraída pero sin apartar la mirada del humano-. Todo lo demás fue relativamente rápido. Después de limpiar mi trabajo, él llegó, rompió el vial que contenía la sangre de Duncan por cumplir mi último encargo después de intercambiar un par de saludos... Y me abalancé sobre él para clavarle la daga en su corazón. Me desvió el ataque a su pecho, y... ¡sorpresa! -se señaló la herida teatralmente-. Resulta que también tenía mi sangre y, antes de que yo le atacara, hizo otro pacto y sufrí el mismo destino. La única diferencia es que él rompió el frasco y se pudo curar con su magia, mientras que yo... bueno, ya conoces el resto de la historia -se encogió de hombros-. Intenté que no rompiera el vial cogiéndolo antes de que impactara sobre el suelo, pero me pisó la mano. Ese bastardo...
Fergus parpadeó varias veces, atónito. —Vaya... Primero qunaris y ¿ahora magos de sangre? No te quedas corta en tu elección de enemigos, eso desde luego -comentó sarcásticamente el Teyrn-. Pero supongo que tiene sentido, líderes criminales como Tyr deben ser considerablemente paranoicos, más todavía alguien que sea un maleficarum. Magia de sangre... nada bueno puede salir de allí -murmuró Fergus con asco antes de suspirar-. Y yo que esperaba tener unas vacaciones tranquilas. Pero dices que rompió el frasco cuando le atacaste. ¿Significa eso que ya no estáis vinculados por la magia de sangre? -preguntó Fergus, serio.
Lynae negó con la cabeza. —Como ya te he dicho, él esperaba que no sobreviviera. De hecho, estuvo a punto de... -se acarició el cuello inconscientemente, y retiró la mano enseguida cuando se dio cuenta del gesto-. Pero nada de eso importa ya. Estoy viva y libre, aunque ahora mismo soy más inútil que un enano en un Círculo de magos -chasqueó la lengua, como si estuviera enfadada consigo misma.
Fergus rió, como si fuera partícipe de un chiste que sólo el supiera. —Pues si viajaras al Círculo de Ferelden, te sorprendería lo que puede hacer un enano motivado y lleno de entusiasmo.
Su risa se apagó segundos después, dejando solo el fantasma de una sonrisa en lugar. Fergus no habló durante varios momentos, sin sentirse incómodo por silencio que llenó la habitación. Observando a Lynae atentamente, Fergus volvió a hablar, la curiosidad clara en su voz. —Y dime... ya que por fin te has liberado de servir a un psicópata, y con él creyéndote muerta, ¿has pensado qué vas a hacer ahora? Después de curarte, por supuesto.
La ansiedad atenazó el pecho de Lynae, aterrizando estrepitosamente contra la cruda realidad. ¿Qué iba a hacer con su vida ahora? No podía seguir realizando trabajos sucios, la mayoría de los negocios clandestinos sabía y seguiría creyendo que trabajaba para Tyr. Ahora que su anterior contratista creía que estaba muerta, no podía permitir que su nombre siguiera extendiéndose por los rincones más oscuros de Thedas. Su frustración sólo se vio en un gesto de su mano derecha pasando por su rostro con cansancio.
—Supongo que desaparecer otra vez del mapa -suspiró, realmente agotada-. ¿Qué clase de noble se toma unas vacaciones en Kirkwall? –preguntó súbitamente. Necesitaba cambiar de tema para no pensar en su caótico futuro que le conduciría de nuevo a un cajón lleno de desastres.
Fergus enarcó una ceja, ofreciendo a Lynae una mirada que dejaba claro que no se tragaba el intento de cambiar de tema. —Sé perfectamente que intentas cambiar de tema, pero picaré el anzuelo. Si no prefieres hablar de ello, no voy a presionar... no mucho, al menos -sacudió la cabeza el noble antes de sonreír de oreja a oreja-. Y creí que que habíamos dejado claro que yo no era un noble como los demás. Solo existe un Fergus Cousland, después de todo... Pero respondiendo a la pregunta, la ciudad debería ser segura ahora que los Hawke han ahuecado el ala. En fin… bueno, el caso es que perdí a varios de mis hombres en el desastre de los muertos vivientes hace poco y bueno... Llevábamos varias semanas intentando sobrevivir simplemente a los ataques antes de resolverlo, pero al acabar pensé en alejarme un tiempo de Ferelden y despejarme un poco. Los hombres a los que envíe a sus muertes eran buena gente, los conocía de años atrás. No merecían morir –musitó quedamente, sumergido en sus recuerdos por unos momentos antes de sacudir la cabeza.
—Elegí Kirkwall porqué había tenido contacto usual con el Vizconde Loch gracias al comercio entre nuestras ciudades y pensé que podría visitarlo en persona -se defendió Fergus-. Una decisión desacertada, por lo que parece. Nunca pensé que fuera a ser un fanático. Honestamente, conocerte ha sido lo más interesante de estas "vacaciones". Casi diría que ha sido lo mejor, pero eso sería inflarte el ego y desde luego no queremos eso -le dijo jocosamente.
Lynae arqueó una ceja y empujó con suavidad el hombro de Fergus para que se girara más hacia ella. Los rayos de luz que se filtraban por la ventana le daban más color a los ojos castaños del humano, y el cansancio desaparecido de su rostro le daba un aspecto más jovial y apuesto. Esbozó una media sonrisa. —Después de llamarme tu "salto de fe", creo que no me puedes inflar más el ego -rió con delicadeza-. Así que al final he resultado ser un bonito espectáculo del cual el señor de Pináculo ha disfrutado. Espero que me recuerdes en tus aburridas charlas y largas reuniones, no siempre hago el mismo número -volvió a sonreír, esta vez con algo más de luz en su mirada. Era obvio que estaba de mejor humor-. Ahora, respóndeme, Fergus. ¿Por qué te interesa tanto lo que yo haga después de que me recupere?
Fergus se rió entre dientes, estirándose como un gato antes de ponerse cómodo en la cama. Acercando la silla con los pies, el Teyrn no dudó en reposar los pies en ella indolentemente. —Tienes suerte que eres una paciente convaleciente y no puedo devolverte todos los golpecitos que me estás dando, Lynae. En fin, ¿me creerías si te dijera que sólo soy un amigo preocupado? Desde luego, en Kirkwall no vas a quedarte una vez te hayas curado. Bueno, eso quiero creer, al menos, porqué realmente es un hervidero de corrupción… más de lo que esperaba, en cualquier caso, y conociéndote, acabarías ensartada hasta el fondo en otra espada. Supongo que Tyr te proveía con alojamiento, ¿no? Simplemente me preguntaba qué harías ahora que ya no tienes tal relativa red de seguridad debajo de ti.
—Oh venga, deberías estar agradecido de que te toque una mujer -contestó, volviendo a su juego de toma y daca que tanto le gustaba. Sin embargo, cuando Fergus mencionó el tema del alojamiento, Lynae fue incapaz de mirarle a los ojos, recordando la noche en la que tuvo que dormir bajo la lluvia-. Te creo, Fergus, es sólo que... necesito acostumbrarme a eso de tener un amigo que se preocupa de verdad. Y respecto a lo de Tyr, yo... -cerró los ojos unos segundos- ... me tengo que encargar de mis gastos yo misma. No puedo decirte mucho más, pero espero que te contentes con saber que nunca he tenido una red de seguridad. Siempre me ha tocado encargarme de mí misma sin la ayuda de nadie -mantuvo la mirada a un lado mientras hablaba.
—Nunca tuviste... Hacedor, tu vida desde luego es un viaje desbordante de alegrías -respondió Fergus con una mueca-. Intentaría insistir, pero algo me dice que sólo repetiríamos la conversación que tuvimos después de la emboscada... Ugh, vaya follón que es todo esto -gruñó con una expresión de descontento después de unos segundos de silencio-; si no fuera por el hecho que no sé por dónde empezar, reunía unos cuantos amigos templarios y me dirigía a retorcerle el pescuezo a ese bastardo. A ver si le gustaría experimentar en sus propia carnes varios Castigos Divinos de los templarios.
Dicho eso, Fergus se incorporó súbitamente para mirarla seriamente a los ojos. —Sabes que mi oferta sigue en pie. Incluso con más razón ahora que sé que no tienes ningún tipo de plan permanente para estas situaciones. Si lo necesitas, acéptala. Y así cuando vengas a Pináculo, podrás ver como damas y doncellas por igual suspiran por mis atenciones -añadió Fergus al final con una sonrisa desafiante.
Lynae frunció el ceño y abrió la boca para responderle de forma grotesca, pero de su garganta no emergió sonido alguno. Chasqueó la lengua con molestia y giró la cabeza a un lado, avergonzada e incapaz de admitir que realmente necesitaba aceptar la oferta. Después de unos eternos segundos en los que permaneció pensativa y con el ceño fruncido, volvió a mirar a Fergus con dureza.
—Mi vida es la realidad de muchos elfos, Fergus. La elfería es lo único que nos queda a los elfos de ciudad, y aún así las condiciones son penosas. Antes prefiero la vida que tuve tras abandonarla a verme obligada a volver a esa ratonera rodeada de gatos -escupió las palabras con repulsión-, pero eso no lo entenderéis nunca. Los humanos os contentáis en vivir dentro de vuestra burbuja e ignoráis lo que os rodea. Sólo unos pocos os molestáis en preocuparos una pizca, pero sois una especie en peligro de extinción -suspiró, sacudiendo la cabeza, como si intentara alejar los malos pensamientos de ella. Concentró su mirada en los ojos castaños de Fergus, y durante unos segundos él pudo percibir un brillo de afecto en ella-. Has hecho demasiado por mí, Fergus. No sólo me has salvado la vida, tú... te has preocupado por mí más que mi propio padre. Te has pasado todos estos días a mi lado, deseando con toda tu alma que la vida siguiera palpitando en mi corazón. Me has pagado un médico muy caro, te sigues preocupando por mi futuro. Aunque no esté acostumbrada a este tipo de trato, esta clase de cosas no las hace un amigo cualquiera -tras titubear dos segundos cortos, Lynae se aproximó a Fergus y le abrazó con cariño, un gesto bastante inusual en ella pero que era totalmente sincero en ese momento-. Y aún así voy a necesitar engrosar mi deuda aceptando tu oferta... -susurró, costándole decir las últimas tres palabras.
—Ese soy yo, Fergus Cousland, protector de los desfavorecidos y un sensiblero -murmuró él entre dientes con falsa modestia. A pesar de sus palabras, Fergus respondió recíprocamente al emocional abrazo de Lynae, yendo con cuidado de no abrazarla excesivamente fuerte por miedo a reabrirle los puntos-. Tonta Lynae, ¿de verdad creías que me iba a desentender de ti tal cuál después de morirme de preocupación por ti durante cinco días? Créeme, no hay deudas entre amigos y si te soy sincero... bueno, tengo más dinero del que necesito. Ventajas de ser un noble que realmente se preocupa de mejorar sus tierras, a diferencia de la mayoría. Con el enorme excedente de los últimos años, puedes coger todo lo que quieras. Uhh... siempre que no consista en media cámara de oro o treinta carros llenos a reventar de comida, por supuesto. Los demás también necesitan subsistir -se apresuró a clarificar el noble, sólo para reírse entre dientes suavemente momentos después-. Ahora que lo pienso, tendrías que venir a Pináculo y llevarte algo. ¡La cara de mi chambelán al intentar detenerte solo para decirle que tienes mi permiso sería graciosísima!
Lynae rió quedamente ante las bromas de Fergus, y se separó de él apretando los dientes por el dolor que le provocaba moverse tanto. —Diantres, yo que pensaba pedirte medio carro lleno de mozas y mancebos -suspiró con una decepción exageradamente fingida, y luego volvió a sonreír-. Lo cierto es que debería pasar por Pináculo, tengo que... ver a unos conocidos -se miró discretamente el anillo que portaba en el dedo anular izquierdo, pensando en los padres de Nelaros y en si la reconocerían. Volvió la mirada a Fergus, esta vez de una forma más seria-. De todas formas, Fergus, voy a tener que compensarte todo esto. Ve pensando en lo que necesites de mí, porque voy a darte todo lo que me pidas -antes de dejar la última frase suelta, se apresuró a aclarar-, pero debes saber que si me pides hacer de carabina puede que me quede con el premio. No soy muy buena como acompañante... -rió por lo bajo.
Fergus soltó una sonora carcajada, genuinamente divertido por la imagen mental que habían conjurado las palabras de Lynae. —El papel de carabina no pega con una mujer tan deslenguada como tú, Lynae, y los dos lo sabemos. Además, antes preferiría tenerte como compañera de pleno derecho que simple carabina; además que yo no comparto con otras personas. Aunque nunca he entendido realmente tamaña estupidez, lo de ir de carabina... -Fergus carraspeó nerviosamente, evitando a propósito la mirada de su interlocutora. Un leve rubor cubría sus mejillas, visible sólo durante unos breves instantes antes de adoptar una expresión contemplativa-. En fin... ya tendremos tiempo de sobra para discutir quién debe a quien y los demás pormenores, pero sólo cuando te hayas recuperado más, solo te despertaste ayer -advirtió con voz férrea el noble al ver que Lynae abría la boca para protestar. Al menos, eso era lo que Fergus suponía que Lynae iba a hacer. El noble fereldano se levantó rápidamente de la cama, levemente nervioso-. Bueno... voy a dejar que descanses, que sigues convaleciente. Antes de que me vaya, aprovecha y dime si hay algo que quieras que te traiga cuando vuelva de visita. Lo más probable es que vayas a morirte del aburrimiento encerrada aquí.
Lynae negó con la cabeza, sonriendo levemente cuando Duncan escogió ese momento para aparecer por la puerta, ladrando ruidosamente. —Tranquilo, Fergus. Mientras Duncan me haga compañía, no necesito nada con urgencia. Aunque me sorprende que el médico le haya permitido quedarse, pensé que habría intentado echarlo fuera –comentó Lynae mientras acariciaba a Duncan con afecto.
—Créeme, lo intentó, pero amablemente le hice cambiar de idea –le aseguró Fergus con una sonrisa cómplice, aunque no ofreció más detalles. Poco después, Fergus se despidió de Lynae y dejó la clínica. Sus fondos habían sufrido un buen golpe con los honorarios del médico, pero aun quedaba algo, lo suficiente como para poder visitar algunas tiendas en busca de algo interesante.