El Feudo del Dragón

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Foro dedicado al juego de rol entre personajes de la saga de videojuegos Dragon Age.


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    Toro de Hierro
    Toro de Hierro


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    Mensaje por Toro de Hierro Miér Jul 15, 2015 1:49 pm

    (viene de AQUÍ)

    -------------------

    El frío fue lo primero que le llamó la atención a Toro de Hierro en cuanto salió a la cubierta del barco. Una serie de corrientes del océano Amarantino chocaban bruscamente con las provenientes del mar del Despertar, estallando en todos los alrededores de Kirkwall y creando una espesa niebla nocturna que en ocasiones se alargaba durante gran parte del día.

    Al salir del navío hatillo al hombro, las enormes y grises murallas lo recibieron con un aire de profunda desconfianza. Los mercaderes apostados en el exterior trataban de vender aquellas mercancías con las que no podían comerciar legalmente en la ciudad, y eso al parecer también incluía a personas. En un apartado rincón, cerca de unas tablas a modo de mesas mostrando dagas y cubiertas con un toldo desvencijado, una humana entrada en años cuchicheaba con un hombre mientras ambos examinaban a uno de los adolescentes apostados tras un estandarte, mirándole los dientes y tocándole los brazos como quien negocia para comprar una mula.
    Toro de Hierro chistó la lengua. Nunca le había gustado el concepto de esclavitud, y estaba convencido que si todo el mundo abrazase el Qun, tendrían su papel bien definido y no haría ninguna falta conservar ese tipo de mercancías de piel.

    Al acercarse a unos guardias que examinaban atentamente a cada persona que entraba y salía, uno le cerró el paso, y aunque pretendió parecer firme, su tambaleo y duda al darse cuenta del tamaño de Toro de Hierro hicieron visible su miedo.

    - Q... qunari, ¿Qué te trae por Kirkwall? - tartamudeó el hombre.

    Toro de Hierro se irguió imponente y le ofreció al pobre hombre una sonrisa socarrona, diciendo: - No podía pasar por las Marcas Libres sin visitar La Rosa Florida.

    El hombre pareció confuso por un momento, miró a su compañero, que levantó los hombros como para quitarle importancia, y finalmente le dejó pasar bajo amenaza de cárcel si causaba cualquier problema. Tal bravata no fue demasiado efectiva, teniendo en cuenta el tembleque de su voz, así que Toro de Hierro simplemente sonrió para sí mismo y echó a andar.
    Si bien era cierto que había oído cosas realmente interesantes sobre el prostíbulo, lo primordial ahora era encontrar a su contacto en la ciudad. Por desgracia ignoraba quién era, y el haberse retrasado ocho días significaba que aquella persona habría dejado de esperarle. A pesar de ello, trataría de ir donde habían quedado e investigar.

    Toro de Hierro sacó una diminuta libretita forrada en piel y cosida con cuerda para abrirla y releer sus notas. Supuestamente el contacto que le ayudaría a pasar desapercibido para el resto de qunaris en la ciudad y le proporcionaría documentos que le daban un nombre falso temporal, le estaría esperando en El Colgado.


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    Mensaje por Lynae Tabris Jue Jul 16, 2015 8:58 pm

    Nunca había estado tan cerca del mar. La brisa gélida de la mañana arrastraba consigo un aroma especiado y embriagador, pero que no terminaba de agradarle a Lynae. Las olas habían hecho balancear el barco como una mecedora que nunca para, así que la cabeza le había estado dando vueltas durante todo el viaje. La tierra era estable, firme y si caías en ella no te ahogabas. ¿Por qué diantres la única vía para ir a Kirkwall era la marítima? ¿Tanto les costaba construir un puente? Encima tenía que soportar las miradas que el resto de los viajeros inyectaban en sus curvas y, en menor medida, en sus orejas picudas. La poca discreción de la que abusaban era lo que más le molestaba. En su infancia se había acostumbrado a que los humanos fueran altaneros y la mirasen como si fuera un montón de basura que había que retirar porque se había quedado pegada a los adoquines. Ahora que había crecido, las personas que le rodeaban le lanzaban miradas con otra clase de intereses que ella despreciaba y rechazaba con asco. ¿Cuándo aprenderían?

    Lynae chasqueó la lengua, molesta. Tampoco le hacía mucha gracia tener que atravesar el mar para ir a la ciudad más esclavista de todo Thedas. Si la situación en la elfería de Denerim le parecía abusiva, no quería imaginar en Kirkwall. No había oído buenas historias de aquel lugar; tampoco quería pensar en ello demasiado. Poco le importaban las bajas de los humanos tras el intento de conquista qunari, y mucho más el conflicto entre magos y templarios. La magia la dejaba en manos ajenas, no la entendía y jamás lo hará. La elfa de cabellos carmesíes apretó un papel que llevaba en la mano contra su pecho, mientras se resguardaba en su manta de la fina capa de lluvia que caía sobre sus hombros. El dinero era el dinero, y ella lo necesitaba urgentemente. Ser una guarda gris no había sido la excusa perfecta para salvarse de unas deudas en las que se jugaba el cuello, así que se había visto arrastrada a realizar ciertos trabajos de los que no se sentía especialmente orgullosa. De todas formas, no servía para otra cosa que para rebanar lenguas que hablaban demasiado.

    Tras llegar a las puertas de Kirkwall, Lynae no se dejó intimidar por las estatuas y su simbolismo y avanzó con altivez hacia la entrada. No permitiría que unos trozos de piedra le sacaran de quicio nada más pisar la tierra firme. Su contratista le había dejado bien claro desde el principio que no quería jaleos ni llamadas de atención, así que debía adoptar un comportamiento distante y poco hostil aunque por dentro ardieran las mismísimas llamas del infierno. Algún día los humanos se darían cuenta de hasta dónde llegan los límites de su propia estupidez, y entonces...

    -Alto ahí -un guarda le colocó en diagonal una lanza para evitar que avanzara-, la escoria como tú no puede entrar a la ciudad. Ya bastante basura tenemos acumulada en la mierda de elfería que se han improvisado esos flacuchos de orejas puntiagudas... Vuélvete a los bosques con tu trope de apóstatas y largaos con vuestra magia de sangre a infestar otro lugar.

    Lynae le miró de arriba abajo, meditativa y entornando los ojos. Qué fácil sería rajarle el cuello y escuchar el melodioso gorgoteo de su garganta a rebosar de sangre... Una lástima estar bajo vigilancia. Mantuvo una sonrisa que no delató la tormenta de rabia que acrecentaba en su interior, y le plantó a centímetros de la cara el papel que había estado apretando durante todo el viaje.

    -A menos que no sepas leer, déjame pasar -entornó una pizca más los ojos-. No soy yo la que se juega su reputación ahora mismo -el guardia leyó la nota con rapidez, miró a Lynae con una expresión redimida y se inclinó, apartando el arma.

    Lynae se permitió acariciarle la barbilla desnuda al guardia con los dedos al pasar a su lado, sonriendo de forma pícara. Obviamente, aquel gesto era hostil y amenazador por la tensión que generaba, y ella sabía aprovecharla para intensificarla aún más. En el papel, de firma rigurosamente falsificada, restaba un permiso en el cual se autorizaba a una elfa sirviente de la reina de Ferelden a atravesar las puertas de Kirkwall para asuntos altamente políticos. En pocas palabras, Lynae era una de las muchas representantes diplomáticas que la reina mandaba a reuniones a las que ella no podía asistir personalmente. No vestía como alguien perteneciente a la realeza, pero tenía bien desarrollada la mímica y sabía camuflarse bien. Una trola detallada y bien planificada, obra maestra de su contratista.

    Ya estaba dentro. Al fin.
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    Mensaje por Fergus Cousland Lun Ago 17, 2015 5:36 pm

    Spoiler:

    Las gaviotas graznaban alegremente, saludando la llegada de un barco al puerto de Kirkwall. Bueno, puerto era un nombre pretencioso para el Cadalso de Kirkwall, pero esa era una de sus funciones y era por esa razón que en la mente colectiva de los habitantes de Kirkwall, el Cadalso servía de puerto de la ciudad.

    Sin embargo, a Fergus Cousland no le preocupaban tales nimiedades, ocupado como estaba en respirar el aire fresco de la mañana, con la estructura del islote del Cadalso a la vista. Después de un viaje de una semana en barco, Fergus estaba listo para volver a tocar tierra otra vez. Aunque le tenía un cierto gusto a la vida en el mar, la verdad es que siempre preferiría tierra firme.

    Tres semanas después de la carnicería que había sido la batalla en los campos cercanos a Feudo Celestial, las respectivas autoridades aún estaban lidiando con el resultado del asunto. Muchos habían muerto, entre ellos la mayoría de los soldados que le habían acompañado. De los veinte, solo Elizabeth, John y Mathias, que se había salvado por pura casualidad, habían sobrevivido a la pesadilla en la que se había convertido la batalla. El Teyrn de Pináculo era plenamente consciente que sus muertes recaían plenamente sobre él por haber ordenado la carga.

    Era precisamente por eso, que se encontraba en Kirkwall, indirectamente al menos. Con Pináculo a salvo y la amenaza de los muertos vivientes resuelta, Fergus había decidido alejarse por un pequeño tiempo de Ferelden y aclarar la cabeza. No sabía que se encontraría en la infame Ciudad de las Cadenas, pero puede que algo bueno saliese de todo ello.

    La voz del capitán del barco, un autentico lobo de mar, le sacó de sus pensamientos.

    -Ser, hemos llegado.  

    -Gracias, capitán Ahab. Tenga, como acordamos, la segunda parte del pagamiento –le dijo Fergus, pasándole una bolsita de soberanos-. Espero que algún día encuentre a esa ballena blanca de la que tanto habla.

    -Se lo aseguro, joven, ¡esa ballena no se me escapará una segunda vez! ¡El Pequod y yo la perseguiremos hasta los confines del mundo conocido si hace falta!

    Era obvio que el tema de la famosa ballena blanca conseguía tocarle la fibra al taciturno capitán, pero Fergus ciertamente nunca sabría la conclusión de la intrigante historia del capitán Ahab y la misteriosa ballena blanca, porque Kirkwall era el destino final del noble.

    Dando unas últimas despedidas a unos cuantos de los marineros del Pequod, Fergus desembarcó. Era un día soleado, perfecto para empezar un pequeño período de vacaciones. Después de pasar los controles de seguridad comandados por la guardia de la ciudad, Fergus por fin podía decir que había entrado en Kirkwall.

    Con una sonrisa, el noble se dirigió a unos de los pequeños botes que transportaban viajeros al distrito de los muelles que conectaban con el Cadalso, preparado para iniciar una nueva aventura.
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    Mensaje por Lynae Tabris Mar Ago 18, 2015 10:38 pm

    La lluvia caía cada vez con más violencia sobre Kirkwall, formando charcos de más de tres pies de largo en las calles principales e inundando gran parte de los almacenes abandonados de la Ciudad Oscura. La mayoría de los tenderetes habían cerrado pese a que algunos tenían toldos, y no había rastro de las damas que acechan y ofrecen favores de dudosa reputación a hombres que necesitan desahogar un mal día. Perfecto, pensó Lynae. Todos estarán en sus casas. Eso me facilitará el trabajo.

    Apretó más la manta que le cubría la cabeza, los hombros y parte de la espalda, ocultando su rostro pero dejando a la vista el emblema de los Guardias Grises bordado en su camisa. Al encontrarse en una ciudad donde el crimen era el pan de cada día, había muchas posibiidades de encontrarse con antiguos contratistas a los que debía dinero y otras cosas menos agradables de pagar. Además, le convenía esconder sus orejas picudas si no quería meterse en más peleas porque un imbécil de orejas redondas o exhuberantes cuernos osara hacerle burla. Ella era la primera en hacer algo así, y muchas veces sin razón, pero debía controlarse. Se jugaba literalmente el cuello en aquella misión, y la condición de no llamar demasiado la atención era indispensable.

    Detuvo su paso justo en frente de una puerta que apenas escondía un bullicio borracho y escandaloso. La expresión de la elfa se tornó de un matiz angustiado. Resulta que en lugar de guarecerse en la calidez de sus hogares, los ciudadanos de Kirkwall habían preferido huir de sus familias y responsabilidades para calentar sus gargantas y llenar sus estómagos de aguardiente. Lynae suspiró, frustrada, y volvió a su expresión neutral. Contaba con que iba a tener que lidiar con muchas personas, pero no con un grupo tan numeroso. Tendría que ser más discreta, o hacer de su imagen un recuerdo memorable y una coartada perfecta. Todo dependería de lo borracho y estúpido que fuera su público.

    La elfa de cabellos carmesíes empujó la puerta de El Ahorcado, apartando a su vez la manta y manteniendo una postura gentil, firme y altiva. Había sido una entrada de movimiento elegante y estudiado, discreto y a la vez captador de todas las miradas. Tan natural que a nadie le parecía importar los harapos que ella vestía bajo la camisa de los Guardas Grises. Lynae desenvainó una media sonrisa y caminó hacia la barra de la posada, ignorando el silencio que su presencia había creado, sólo interrumpido por los murmullos de los clientes que se preguntaban qué diantres hacía una guarda gris en Kirkwall.

    -Bonito tiempo, el de tu ciudad -comentó al posadero, apoyando un brazo sobre la barra mientras giraba la cabeza para observar la estancia con detenimiento-. Parece que todos salen ganando. Tú te ganas un dinero extra, y ellos un refugio donde el licor corre más que sus piernas -miró de reojo al hombre que le atendía, sin borrar la sonrisa-. Sírveme una pinta. Estaré en aquella mesa haciéndole compañía a esos jóvenes tan apuestos -dijo en voz alta para que se le escuchara, y señaló con la cabeza a un grupo de soldados que le vitorearon.

    Se aproximó a ellos balanceando sus caderas con gracia y manteniendo la elegancia de la realeza, mientras terminaba de recorrer el lugar con la mirada. Localizó a un hombre sombrío, de melena grasa que le llegaba hasta los hombros y nariz gruesa. Vestía ropa ridículamente elegante para su aspecto, y sus ojos... Sus ojos, verdes como la esmeralda, eran dos pozos que ocultaban a una persona asombrosamente inteligente y astuta. Sus manos gruesas y callosas jugueteaban con un par de soberanos, entretenidas y analíticas. Lynae arrugó la nariz. El hombre asintió en silencio y, discretamente, se fue en silencio hacia las habitaciones de la posada.

    -Bueno, bueno, pero qué tenemos aquí -comentó ella una vez llegó a la mesa, sentándose en un taburete y cogiendo de los brazos a los soldados que más cerca tenía-. Dos apuestos caballeros y toda una legión de hombres atractivos que darían su vida por sus damas. Porque hay damas, ¿verdad? Siempre las hay -rió, y con ella los soldados. El Ahorcado volvió a su ritmo normal de algarabía-. Seguro que por vuestras cabezas rondarán preguntas como, ¿qué hace aquí una Guarda Gris? ¿Es que hay otra Ruina y no nos hemos enterado? ¿O sólo estará de paso y ha abierto la primera puerta que ha visto?

    Así siguió durante diez minutos, inventándose historias y tejiendo más mentiras a cada cual más creíble para ganarse la confianza de aquellos soldados y hacer que bebieran más. Las historias bien acompañadas sabían mejor, y el alcohol era un buen lazarillo, o al menos eso les repetía ella. Pasado ese tiempo, se excusó y se dirigió a las habitaciones, asegurándose de que nadie la seguía. Encontró una puerta con dos tablones cruzados, y llamó haciendo tres toques seguidos, uno separado y dos más seguidos. La puerta de madera se abrió con un crujido, y Lynae tardó apenas unos segundos en entrar y desaparecer a la vista de cualquiera.

    -Has tardado demasiado, y en este negocio uno no debería arriesgarse a ser impuntual -se quejó el hombre al que le había hecho el gesto de antes, el cual estaba apoyado en la pared acompañado por tres matones.

    -Oh, perdóname. Tal vez debería haber ido directamente aquí delante de esos soldados que apenas le habían dado un trago a su primera cerveza -replicó Lynae, cruzándose de brazos-. Si tanta prisa tienes, ve al grano con lo que tenga que hacer. Ya bastante tiempo he perdido.

    -Al grano, ¿eh? Muy bien. Tienes que limpiar la elfería de Kirkwall. Toda. Necesitamos un nuevo sitio donde desplegar nuestras redes de "tráfico comercial" y la elfería es oscura, huele mal y lleva años sin ser patrullada porque a nadie le interesa la vida de esos miserables.

    A pesar de que Lynae mantuvo una expresión seria, la ira no se le escapó a la mirada furtiva del hombre de ojos verdes. Les hizo un gesto a los matones, y estos desenvainaron sus armas con la rapidez con la que se parpadea dos veces. La elfa apretó la mandíbula, tensando su cuerpo al máximo como un gato a punto de cazar un ratón.

    -Mi contratista me mencionó que era un asunto de urgente necesidad. Un nuevo sitio donde timar a tus lameculos habituales no lo es -dijo ella, sin apartar la vista de los matones y acercando las manos a sus dagas con lentitud.

    -No tienes ni idea de negocios, ¿verdad? Tenemos un producto muy caro y escaso que nos dará una fortuna y que necesita ser vendido antes de que... Bueno, antes de que seamos nosotros los que acabemos pagando nuestras vidas. No puedo darte más detalles. Tyr me dijo que harías el trabajo sin preguntas, de forma directa y muy discreta. No creo que quieras que él sepa que has sido una decepción, así que más te vale hacer el trabajo bien.

    -Dile que ya puede tener mi cabeza a sus pies o como cetro nuevo, pero jamás pienso hacer tal atrocidad. De hecho, pienso chafaros el negocio y hundiros en la miseria -sacó ambas dagas y, dando un giro completo, abrió la puerta de una patada haciendo un estruendo enorme-. ¡Ayuda! ¡Mercenarios! ¡Intentan matarme! -gritó mientras los tres matones se abalanzaban sobre ella.
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    Mensaje por Fergus Cousland Miér Ago 19, 2015 5:28 pm

    'Bugh, la bebida sabe a meado barato,' pensó Fergus con una mueca. En todo caso, era seguramente culpa suya, por decidirse a visitar la taberna de El Ahorcado después de haber oído tanto de ella. Debían hablar del ambiente, porque la bebida tenía bastante margen de mejora. Al menos servía como pasatiempo durante un rato antes de dirigirse al Torreón del Vizconde, porqué no estaba dispuesto a pasar por toda Bajaciudad y después Altaciudad hasta llegar al Torreón con la fuerte lluvia que había empezado a caer.

    'Y eso que no hace mucho era un día completamente soleado...' se lamentó el noble con un suspiro.

    En cualquier caso, el Ahorcado era un lugar perfecto para pasar desapercibido. La popularidad del establecimiento, a pesar de la macabra historia detrás de su nombre, era precisamente lo que favorecía el hecho que un desconocido pudiera entrar y pasara relativamente desapercibido, siempre que no llamara excesivamente la atención...

    Exactamente lo que la mujer que entró justo en ese momento no hizo. Desde el primer momento en el que entró en la taberna, su misma actitud exigía atención a su persona. Toda la taberna había callado por unos momentos, observándola mientras hablaba con el posadero y Fergus no era menos. Como todos, había visto el símbolo de los Guardias Grises bordado en su camisa, pero todo en ella parecía...

    La mujer de cabellos rojos no llevaba una capa de viaje, sino una burda manta que le cubría la cabeza excepto el rostro. Observandola con ojos entrecerrados, Fergus intentó obtener una mejor vista. Estaba seguro que no pertenecía a los Guardas de Ferelden; tenía una buena relación con ellos gracias a su relación familiar con Sylvia, la antigua Comandante, y no recordaba ninguna veterana o recluta reciente  que fuera pelirroja o tuviera una estatura tan pequeña.

    Tampoco llevaba armadura y un Guarda no solía ir sin ella. El pragmatismo que solían poseer los miembros de la orden no lo permitiría y solía ser una de las formas más rápidas de reconocerlos. Tampoco es que fuera algo seguido al pie de la letra, por supuesto, y era más una preferencia personal que una directiva oficial de la organización, y era cierto que algunas veces, los Guardas se veían obligados a ir de paisano por algún motivo. Y aún así, Fergus no podía apartar de su mente la sensación de que algo en la Guarda levantaba todas sus suspicacias.

    Contemplando en silencio como la desconocida Guarda se ganaba la confianza borracha de uno soldados que habían salido de copas con unas pocas sonrisas y guiños, Fergus se preguntó divertido si la seguirían escuchando embobados de la misma si supieran que era una elfa. El señor de Pináculo supuso con una risa leve que el alcohol ciertamente debía ayudar mucho en eso.

    En cualquier caso, parecía que la desconocida había tenido suficiente de jugar con los pobres soldados, ya que en ese momento se levantó y se dirigió a la zona de habitaciones. Al estar su mesa justo al lado de las escaleras, Fergus pudo contemplar las orejas características de un elfo gracias a un movimiento de cabeza de la elfa antes de que esta se reajustara la manta barata que llevaba. Satisfecho de que había acertado en su suposición, un Fergus sonriente dio un trago de su cerveza, solo para soltar otra mueca a causa del mal sabor.

    'Casi tendría que haberme llevado mi propia cerveza desde Ferelden.'

    Pensativo y observado el bullicio del local distraídamente, Fergus casi no escuchó el portazo que llegó un rato después de la zona de habitaciones y el grito de auxilio de una mujer. Parpadeando a causa de la sorpresa, Fergus se preguntó si se lo había imaginado, ya que nadie en la taberna había reaccionado, pero el grito de ayuda volvió a oírse y esta vez Fergus estaba seguro que no se lo había imaginado.

    Lanzando una mirada rápida, no parecía que los demás hubieran oído el grito, pero el bullicio y el nivel de volumen que había la sala hacía realmente difícil escuchar algo que no estuviera cerca.

    -Maldita sea -masculló el noble con el ceño fruncido, pero no dudó en lanzarse disparado hacia los sonidos de la pelea, que se hacían más claros con cada paso que daba.

    'Como no, la Guarda tenía que estar involucrada,' Fergus no pudo evitar pensar cuando vio la escena de tres matones intentando acabar con ella. Era impresionante el hecho que mantuviera su posición y pudiera ir en igualdad de condiciones contra tres oponentes, pero era obvio que acabarían con ella al más mínimo error por su parte.

    Maldiciendo su imposibilidad de mantenerse indiferente ante tal situación, Fergus aprovechó el hecho que los matones estuvieran de espalda a él para acabar eficientemente con uno de ellos, agarrándolo por detrás y clavando la espada en la arteria carótida. El matón se desplomó en el suelo con violentos espasmos, intentando respirar sin éxito. Con una patada, apartó la espada del delincuente.

    -Tres contra uno difícilmente es una pelea justa. ¿Por qué no vemos cómo os las apañáis en un dos contra dos, eh?
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    Mensaje por Lynae Tabris Sáb Ago 22, 2015 2:39 pm

    La repentina muerte de su compañero alarmó a los otros dos matones, quienes por desgracia se distrajeron durante unos segundos en mirar al recién llegado con ojos feroces. Lynae aprovechó el pequeño momento de distracción para propinarle una patada en el costado a uno de ellos, provocando un empujón que tiró al otro al suelo. Éste rodó y rápidamente se volvió a incorporar al combate, dándole la espalda a la elfa y de cara al hombre con la ira marcada en su rostro. El que había recibido la patada estaba doblado por la mitad, recuperando la respiración mientras intentaba huir hacia la ventana. La mujer esbozó media sonrisa, saboreando la estupidez humana y su manía de creer en la esperanza ausente. Con un giro de muñecas rápido, le cortó la garganta de una forma tan limpia y tajante que el filo fue lo único suyo que se manchó de sangre.

    Apenas unos segundos después de haber acabado con el segundo matón, Lynae dio una rauda vuelta y lanzó su otra daga a la nuca del tercer matón, clavándose con éxito. El cuerpo del mercenario dio varias sacudidas antes de caer desplomado al suelo, donde siguió retorciéndose incluso después de haber echado el último aliento. Cuando aquel humano cayó, cruzó su mirada durante unos eternos segundos con la de la persona que le acababa de respaldar. Sus ojos de color almendra poseían un brillo de seguridad excesiva que sólo reluce en aquellos que han combatido al menos una vez en un campo de batalla. Y la facilidad con la que había derrotado al primer matón... No se encontraba a alguien así en Kirkwall si no se trataba de un templario, y a juzgar por sus vestimentas él no era uno de ellos.

    -Cortes limpios, ni rastro de sangre en tu ropa... Tyr no me mentía acerca de ti -sonrió el hombre de cabellos grasos, quien no se había movido un ápice de su sitio-. Pero has necesitado ayuda para acabar con tres de mis mejores seguidores. ¿Una mujer con suerte o con recursos?

    Lynae le miró de arriba abajo, examinándole en silencio. Genial, otra triquiñuela de su contratista. No le hacía ninguna gracia que jugaran con ella de esa manera, y menos con asuntos tan trascendentales como el de la elfería. Tyr hacía bien en ponerla a prueba, ella era la primera que se quería retirar del negocio y haría lo que fuera por ello. Había estado a punto de ponerse una vez más en busca y captura por defender a un pueblo de elfos que, seguramente, la despreciarían por la clase de trabajos que tenía que hacer con tal de subsistir. Por desobedecer. Ya conocía el castigo de los traidores, y no quería volver a pasar por ese mal trago. Pero también le ofendía enormemente la clase de obstáculos que Tyr no dejaba de colocarle. Estaba harta de tener que lidiar con inútiles y listillos que pensaban que tenían derecho a manipularla.

    -Lo de la elfería era un farol, ¿verdad? -habló ella con tono duro.

    -Por supuesto. Tyr me mencionó lo mucho que te irrita ese tema, me pareció divertido probar tu reacción -la elfa apretó los dientes, pero mantuvo la expresión serena-. Aquí tienes la verdadera encomienda con todos los detalles que necesitas. Nos volveremos a reunir aquí dentro de tres días, cuando hayas acabado con el encargo -el hombre sacó una carta de un bolsillo, se la entregó y miró a la tercera persona que sobraba en aquella conversación, y cuando descubrió de quién se trataba se puso pálido-. Eh... Un placer, señor Cousland -fue lo único ingenioso que se le ocurrió y, acto seguido, saltó por la ventana para irse corriendo.

    La mujer de cabellos carmesíes se quedó con la carta en la mano, incapaz de leerla porque otros asuntos más importantes invadían su mente. No se podía creer que Tyr volviera a jugársela una vez más, y ahora empezaba a entrar en terreno peligroso. Una cosa era secuestrar niños, amenazar con confinarla durante unos días sin comida ni agua, pegarla o pedirle otra clase de favores para castigarla y saldar deudas. No le importaba que la trataran como basura. Toda su vida había sido así. Pero otra cosa era entrometer asuntos tan serios como la exterminación completa y radical de una elfería. No era un tema sobre el que bromear, y él menos que nadie no tenía derecho a emplearlo para sus manipulaciones y jueguecitos habituales.

    Guardó la carta sin leerla y se giró hacia el único humano vivo y en pie que quedaba en el lugar. Cousland. El hermano de la reina de Ferelden. ¿Qué diantres hacía alguien de su calibre en un tugurio como aquel? Si metía las narices en sus asuntos, estaba perdida. No podía permitir que descubriera que su contratista había falsificado la firma de su hermana para poder entrar a Kirkwall... y otros sitios más. Ni tampoco las calamidades que había hecho a algunos contactos de la realeza, así como los negocios clandestinos que había tenido que encubrir en más de una ocasión. Tampoco podía mentirle a la cara, personas así se olían las argucias a kilómetros.

    -Así que estoy ante nada más ni nada menos que un Cousland. He de decir que es todo un honor, y... Supongo que tendréis algunas preguntas -señaló con la palma de la mano los tres cadáveres que se extendían en el suelo. Lynae se acercó hacia el último que había matado y le retiró la daga que seguía clavada en la nuca, haciendo que el cadáver volviera a sacudirse un par de segundos cortos-. Antes dejadme explicar que ganarse la vida no es fácil desde alguien de mi posición, y la cosa se complica aún más cuando te exilias de la Orden.
    Fergus Cousland
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    Mensaje por Fergus Cousland Dom Ago 23, 2015 11:46 am

    -Me da que no sueles ser tan educada con otra gente. No hace falta que lo intentes tanto, ya trato lo suficiente con lameculos insoportables en Ferelden -le aseguró el noble, estudiándola con atención. La elfa pelirroja era ciertamente poco menos que una proeza con las dagas -no sabia de nadie que pudiera usarlas tan bien de manera que no quedase perdido de sangre después de una confrontación, de hecho- y había dudado en aprovechar cualquier oportunidad para acabar con sus oponentes, tal como Fergus había notado con aprobación. En una lucha a vida o muerte, es más importante la vida que algo tan nebuloso como el honor. Si sólo hubiera aprendido esa lección años antes del momento en el que lo hizo...

    La expresión severa en el rostro de la elfa reforzaba la sensación de estar ante una persona competente, algo que no quitaba el hecho que el cabello carmesí le quedaba francamente bien.

    'No, no pierdas la cabeza como un adolescente, Fergus; céntrate en lo importante.'

    Parpadeando, el Teyrn de Pináculo carraspeó por un momento antes de dirigirse otra vez a la elfa, que no había abierto boca después de intentar excusarse.

    -En todo caso, no quiero imponer mi inexperiencia sobre alguien que sabe lo que se hace con dagas, pero recomendaría que la próxima vez no lances tus armas como si fueran dardos de taberna. No suelen dar en el blanco por la parte afilada y en la mayoría de los casos, habrías perdido una daga con la que defenderte -le recordó sardónicamente-. Francamente, me sorprende que lo consiguieras siquiera -comentó mientras lanzaba una mirada apreciativa a los cadáveres antes de sacudir la cabeza.

    -Además, no te excuses por cosas sobre las que no tengo ni idea, no te pega, te lo aseguro -quiso tranquilizar Fergus, pero inmediatamente frunció el ceño-. Dicho esto, es obvio que sea lo que sea lo que ese... contratista -por cierto, viste como salió corriendo cuando me reconoció? Hilarante, te lo aseguro... Eh, si, como iba a decir, es obvio que estás metida en algo ilegal. -Fergus no había acabado de hablar, pero la tensión en el cuerpo de la elfa era evidente y no le costó verlo-. No hace falta que te preocupes. ¿En serio crees que voy a ir a los templarios o a la guardia de la ciudad a decirles sobre una elfa metida en algo ilegal? Ni sé ni de que va esto ni tengo pruebas sustanciales. Y lo que es más, soy un Teyrn, no un agente del orden. Si tuviera que reportar cada delito que veo, no acabaría nunca. ¿Sabes la cantidad de actos ilegales la nobleza hace a diario? Más de lo que crees, que no te quepa duda. Yo debería saberlo, siendo parte del grupito de privilegiados de nacer con un apellido importante.

    -Aunque no es como si un apellido te pueda salvar cuando una espada te quiere trinchar de lado a lado en una pelea, si entiendes lo que quiero decir -añadió el noble antes de agacharse y limpiar la sangre de su espada con la camisa negra debajo del jubón de unos de los bandidos. Fergus se levantó con cara de satisfacción y envainó el arma. Durante todo este tiempo, la elfa lo había estado observando atentamente con sus ojos de color avellana.

    -Bueno, ahora que hemos dejado claro que los dos somos increíbles personas, ¿qué tal suena que te inviten a una comida caliente? La comida es infinitamente mejor que la bebida en este tugurio, o eso me han dicho -invitó Fergus con una leve risa-. De paso me puedes contar que es eso de exiliarse de la Orden, lo del farol de la elfería, y decirme tu nombre, algo que no estaría nada mal, teniendo en cuenta que tu conoces el mío.
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    Mensaje por Lynae Tabris Dom Ago 23, 2015 8:42 pm

    -Rechazar tal oferta sería desperdiciar una hermosa compañía, ¿no crees? -la elfa le guiñó un ojo con desparpajo. Ladeando levemente la cabeza a un lado, Fergus sonrió.

    -Por supuesto, pero lo mismo podría decir de ti.

    Lynae fingió modestia de una forma muy teatral, y salió por la puerta sorteando los cadáveres como si no fueran más que ropa sucia tirada en el suelo. A pesar de todo lo que le había dicho Fergus, seguía sintiéndose incómoda al lado de alguien perteneciente a la nobleza y no podía bajar la guardia en ningún momento. Sin embargo, era mejor guardar las apariencias y adoptar una postura relajada, de vez en cuando elogiarle para que se despistara, jugar con él un rato. Así era cómo se descubría a la gente.

    Bajaron de nuevo a la zona común de la taberna y se sentaron en una mesa alejada del bullicio habitual. La gente seguía comiendo y bebiendo, ignorantes de la violenta pelea que se había desarrollado unos pocos metros más allá bajo el mismo techo. El grupo de soldados saludaron con un vítore excesivamente escandaloso a Lynae, quien les hizo un gesto con la cabeza acompañado de una sonrisa como respuesta. Por dentro sentía un asco profundo, pero una de sus virtudes era vestir máscaras tan perfectas que parecían formar parte de ella. Apenas tardaron unos minutos en servir la comida, y Lynae atacó el plato sin cuidar sus modales delante de Fergus. Estaba hambrienta y le importaba un comino lo que un noble pensara de ella.

    -Hacía años que no disfrutaba de una comida así -comentó mientras se acariciaba la tripa. Diablos, ya no recordaba cuándo fue la última vez que tenía el estómago tan lleno-. Perdona, el hambre es más rápido que mis modales. Lynae Tabris, puede que hayas oído hablar de mí alguna vez.

    -Me temo que si lo hubiera hecho te recordaría -negó él con una inclinación de cabeza-. Aún así, encantado de conocerte, Lynae Tabris. Si no te importa contestarme, ¿cómo es que huiste de los Guardas?

    -Supervivencia -Lynae se encogió de hombros, quitándole importancia, cuando en realidad hablar de su pasado era un asunto que le incomodaba de mala manera-. Hay ocasiones en las que el peligro te arrincona contra una pared fría, y la única salida es aferrarte a la mano que el miedo te ofrece. Y otras en las que el peligro sólo es una sombra acechante que se retuerce. Y, permíteme decir, que la sombra del rey Maric era enorme...

    -"El peligro es solo una sombra acechante que se retuerce?" Ciertamente, tienes un don con las palabras; estoy impresionado. Parece que eres toda una caja de sorpresas, Lynae Tabris -comentó Fergus mesuradamente mientras jugeteaba con el tenedor-. Tienes acento fereldano, pero, ¿qué tiene que ver Maric con todo esto? Un momento, siendo una Guarda... ¿Me estás diciendo que estuviste en Ostagar? ¿Es por eso que eres una exiliada, porque desertaste? -preguntó de manera neutra, obviamente esperando un respuesta.

    -Lo soy, ¿verdad? -esbozó una media sonrisa altanera-. Por favor, llámame Lynae a secas, mi nombre y mi apellido no tienen por qué ir siempre cogidos de la manita -sacudió la cabeza, y se quedó unos segundos largos callada cuando Fergus mencionó la deserción-. Sí. La Orden exige sacrificio, pero también victoria. No podía sacrificar mi vida por una derrota casi segura, y menos por una guerra liderada por un humano que no recuerda ni el último rincón en el que orinó -escupió las palabras con asco-. Así que decidí huir y lidiar mis propias guerras, aunque... No me va tan bien como esperaba. No me arrepiento tampoco de haber abandonado el campo de batalla. ¿Qué habría significado mi presencia allí? ¿Una muerte más? No, gracias.

    Haciendo una leve mueca al oír a la elfa... a Lynae, hablar de tal manera sobre Cailan, Fergus tosió incómodo, ya que Cailan había crecido con él, con la intención de fomentar la amistad entre los futuros dirigentes de Ferelden.

    -Mi hermana también estuvo allí, ¿sabes? -respondió él con la mirada perdida-. Yo también, claro, pero a mí me hirieron antes de la batalla y me pasé el año entero de la Ruina en la Espesura de Korcari. Sin embargo, mi hermana pequeña tuvo que unir una nación en medio de una guerra civil contra una Ruina -tamborileando los dedos sobre la mesa, Fergus la miró a los ojos. Lynae le mantuvo la mirada, levantando un muro para evitar que le incomodara demasiado-. ¿Preguntas qué hubiera significado tu presencia allí? Tu ayuda podría haber sido de gran utilidad cuando Sylvia unió Ferelden, marcar la diferencia -dijo quedamente antes de sacudir la cabeza-. Pero sé que sería hipócrita por mi parte juzgarte cuando ha pasado tanto tiempo y con Ferelden recuperándose. En retrospectiva, creo que puedo entender tus razones, aunque no me guste. Supongo qué es por eso que pasaste desapercibida y nadie pensó en buscarte un año después.

    Asintió con la cabeza, dándole la razón, pero sonriendo para sus adentros. "Sí, ha sido por eso", pensó. "No será porque yo quise desaparecer para el resto del mundo y deshacerme de todas las responsabilidades que iban a recaer sobre mis hombros".

    -Recuerdo a tu hermana y al majadero que tiene por marido. Una mujer con las ideas claras, algo que escasea últimamente -asintió para sí mientras le daba un trago a la cerveza, y casi se atragantó de la risa que le dio al escuchar a Fergus-. ¿Unir Ferelden? ¿Una elfa de ciudad entrometiéndose en la nobleza de los humanos? -su expresión se tornó de un matiz furioso-. No, después de lo que hice. No, después de lo que hicieron. Por culpa de la gente abusiva que sobra en la aristocracia fereldena mi vida es la que es. Lo último que quiero en este mundo es ayudarla a recoger los pedazos que ellos solos han roto por su propia estupidez -los recuerdos de lo que ocurrió en la elfería se agolparon en su mente y, durante un momento, Fergus pudo ver el fuego de la ira en los ojos de Lynae.

    -Sí, la aristocracia suele tener ese efecto en el mundo -musitó sarcásticamente Fergus-. Pero tampoco es como si todo el peso hubiera recaído en ti, también hubieras tenido a Sylvia para tratar con los aspectos más... -Fergus paró, buscando la palabra adecuada-...extremistas de la nobleza. Aunque esté mal que lo diga yo mismo, no todos somos un demonio poseyendo a un mortal. Algunos tenemos cierto grado de moralidad. Vaya, hasta me atrevería a decir que pueden llegar a haber buenas personas entre nosotros... Por raro que parezca, por supuesto. En fin, intento no hablar de lo que podría haber sido lo máximo posible, porque no sirve para nada preguntarse qué podrías haber cambiado. Aunque si te he de ser sincero, no esperaba que la conversación se volviera tan seria. Oh, y no te preocupes, me aseguraré de decirle a Alistair que le envías afecto y amor. Recibe cartas con al menos un insulto llamándole mentalmente retrasado al menos una vez por semana.

    Al reír, la tensión que albergaba en el cuerpo de Lynae se disipó un poco, y le dio un pequeño toque en el hombro al humano. Era obvio que él no era como el resto de los humanos, y era algo que le empezaba a gustar de él.

    -No me caes mal, Fergus. Te tacharé de mi lista negra. Serás el único humano al que no extermine -volvió a reír, pero le miró de forma sugerente para que creyera que a lo mejor no iba tan en broma como aparentaba. Si funcionaba, iba a ser divertido-. Debes de tener algo de serrín en esa cabeza para pensar eso. ¿Preguntarle por el pasado a una elfa fereldena que desertó de la Orden? Venga, hombre. Nunca sale nada bueno de esas historias -su tono se mantenía jovial y divertido, a pesar de que no le hacía ninguna gracia. No quería que la conversación se volviera turbia y estropear un momento tan crucial como aquel-. Creo que antes me has preguntado por el farol de la elfería. Es algo a lo que no deberías de darle excesiva importancia, simplemente ese tarugo se ha inventado la trola de que mi... digamos, misión, era exterminar la elfería de Kirkwall. Una locura, ¿verdad? Ya te puedes imaginar mi reacción.

    -Je, cuando empieces tu  exterminio justiciero, avísame que sacaré la bandera blanca del armario -replicó Fergus a la broma de Lynae con una risa, sin vocalizar el leve miedo de que estuviera hablando en serio. Por que estaba completamente seguro que era una broma... Bueno... casi seguro-. Serrín, ¿eh? Mi hermana se queja de que a veces soy demasiado curioso por mi propio bien. No lo niego, pero soy Fergus Cousland, Teyrn fereldano y generalmente, ser perfecto. El mundo debería girar a mi alrededor -aseguró antes de soltar una risa jovial al ver la cara de estupefacción que le puso Lynae-. Lo siento, pero no he podido evitarlo. Ni te imaginas lo útil que puede llegar a ser en ciertas circunstancias, comportarte como un capullo que se cree que lo merece todo. Al menos, soy capaz de ser convincente. Y creo que, más que imaginar tu reacción, puedo verla. Después de todo, hay tres cadáveres en la parte de atrás de este tugurio -remarcó un divertido Fergus.

    Lynae soltó una carcajada corta y sarcástica, y volvió a darle otro sorbo al vaso de cerveza que no se separaba de su mano. No sabía si era por el efecto del alcohol o la perspicacia con la que hablaba Fergus, pero empezaba a apreciar su compañía.

    -Observador, audaz, rico, humor cruel... y un hombre apuesto. No te falta de nada, ¿verdad? -sonrió ella, casi de forma vil. Casi-. Así que eres Teyrn. ¿Puedo saber de qué tierras? -no era una pregunta al azar, porque sabía que poseía unas extensiones importantes, pero no lograba recordar cuáles. Algo en su mente lo bloqueaba.

    -¡Ja! Quá halagadora te has vuelto de repente, Lynae. Con una mujer a mi lado, estaría completo -la elfa soltó una pequeña risa-. Aunque me decepcionas, ¿tan pronto pasamos a la pregunta de los terrenos? Y yo que creía que íbamos conociendonos. Me hieres en lo más hondo, pero si has de saberlo, soy el Teyrn de Pináculo, a tu servicio... Aunque creí que ya lo sabías -respondió él con un claro tono bromista. Fergus tomó su jarra de cerveza y dio otro trago, soportando lo mejor posible el sabor. En cambio, su mente recelaba. ¿Qué tramaba con semejante giro en la conversación?

    -Oh, pensabas que me interesaba tu persona. Qué adorable -bromeó, y estuvo a punto de darle otro trago a la cerveza hasta que oyó la palabra Pináculo. Dejó el vaso en la mesa con una expresión severa, y se llevó inconscientemente la mano derecha al dedo anular izquierdo, donde llevaba el anillo de Nelaros. Un recuerdo fugaz cruzó su mente: su prometido comentándole lo felices que iban a ser en Pináculo una vez se casaran-. ¿Por... Por casualidad conoces a la familia herrera de allí?

    -¿La familia herrera? Oh, ¿te refieres a Varael y Anya? Si, claro que los conozco, son buenos herreros, siempre que bajo a la ciudad los saludo. ¿Son familiares tuyos? -preguntó Fergus suavemente con simpatía, habiendo visto el movimiento inconsciente de su interlocutora.

    -No, exactamente... Me conformo con saber que están bien y en buenas manos -se limitó a contestar, y toda la seguridad de la que hacía gala se desplomó contra el suelo. No, no podía desmoronarse ahora. No delante de tanta gente-. Debes disculparme, hoy ha sido un día largo. Tengo que irme.  Espero que nuestros caminos se vuelvan a encontrar pronto, Cousland, aunque espero que las condiciones sean mejores que nuestro primer encuentro -dicho ésto, se levantó para irse.

    -Si te sigues metiendo en marrones, lo más probable es que tarde o temprano volvamos a vernos -respondió Fergus con sorna mientras se levantaba-. Después de todos, ellos  suelen encontrarnos a nosotros los Cousland. En fin, estoy seguro que odiarás que te diga algo que sabes a consciencia, pero intenta evitar a la guardia y a los templarios. Odiaría tener que mentir y decir que viajas conmigo para sacarte de la celda. Buena suerte ahí fuera, Lynae, seguro que la necesitas.

    Ella asintió en silencio y, dando media vuelta, salió de El Ahorcado refugiándose en su manta. Seguía lloviendo a raudales y hacía frío, pero no era la primera vez que no se podía permitir una cama mullida. Al menos, el humano le había invitado a un plato de comida caliente, algo cuya gratitud no había querido mostrar, pero que sentía en el fondo. Aproximándose a un pequeño tejado de madera improvisado, se agachó y descubrió que Duncan no se había movido un ápice de su sitio. Acarició su cabeza con una tierna sonrisa que rara vez cruzaba su rostro y se marcharon de allí.

    Encontró un callejón sin salida que podía servir de refugio contra el viento. No había techo o tejado que pudiese cubrir, pero era mejor que nada. Juntó su espalda contra la pared del fondo, se sentó y esperó a que su mabarí se acomodara tumbándose a su lado. Lynae se quedó mirando el anillo de compromiso, acariciándolo distraídamente mientras en su cabeza repasaba cada detalle de la desastrosa boda que sufrió diez años atrás. Recordó especialmente a Nelaros, la única persona a parte de sus primos que había dado la cara por ella. De haber sobrevivido, le amaría con locura sin dudarlo. Pero, para su infortunio, la vida la trataba de la peor manera posible.

    Lynae abrazó a Duncan con fuerza, apoyando la cabeza sobre su lomo. No lloró, pero por dentro se sentía vacía. Unos segundos después, el sueño venció a sus párpados y se quedó dormida en aquella postura, con la manta cubriéndole los hombros y la lluvia rasgando su alma.
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    Mensaje por Fergus Cousland Vie Ago 28, 2015 5:06 pm

    'Uh, pues será cierto eso que dicen que en Kirkwall conoces a gente de lo más variopinta. ¿Cuántas posibilidades hay de conocer una elfa fereldana de las elferías, exiliada de la orden y metida hasta el cuello en asuntos turbios? Me pregunto si se habrá cruzado con los Guardas alguna vez, no suelen ser comprensivos con los renegados...' se preguntó un pensativo Fergus mientras se dirigía a Corff para pedirle estancia por una noche.

    El Teyrn de Pináculo había dormido en sitios peores durante el año de la Ruina y era algo que había permanecido con él desde entonces. Desde luego, una cama medio polvorienta en una habitación mugrienta no conseguiría asquearle en lo mas mínimo. Poco después, ya en la habitación y descansando en la cama, una duda le asaltó súbitamente.

    'Y ahora que lo pienso, ¿tiene Lynae sitio para pasar la noche? Está cayendo una buena. Hum... bah, ella me parece una mujer inteligente y con recursos, dudo que vaya a pasar la noche en la intemperie; seguro que ha encontrado un lugar caliente en el que pasar la noche. Más caliente que este seguro que si, al menos. Bueno, al menos ha aprovechado la cena caliente, ciertamente tenía aspecto de necesitarlo.'

    -... Si lo llego a saber, alquilo la suite; que frío hace aquí dentro, joder -masculló Fergus mientras intentaba taparse mejor con la vieja manta. Que pudiera soportar perfectamente las condiciones inferiores de la taberna no quería decir que no fuera libre de quejarse sobre ellas-. Y mañana, a visitar al Vizconde. Qué bien... -dijo el noble, soltando un largo suspiro antes de apagar de un soplido la pequeña llama que proveía la única luz de la habitación.




    El repique de campanas despertó Fergus a la mañana siguiente. Con un gruñido irascible, el noble intentó ignorar el infernal ruido, pero su insistencia impidió que pudiera gandulear un poco más, por lo que se vio obligado a levantarse. Después de vestirse con parsimonia, aún medio amodorrado, Fergus bajó al área pública del Ahorcado y pidió un almuerzo frugal. El local estaba notablemente vacío, lo que le llevaba a pensar de manera comprensible que sólo se llenaba de manera significativa en horario nocturno.

    En cualquier caso, era hora de conocer en persona al Vizconde de Kirkwall. Dejando atrás la taberna, Fergus se abrió paso a través de Bajaciudad hacia las imponentes escaleras que conectaban con la parte adinerada de la ciudad, Altaciudad. El Teyrn de Pináculo había sopesado cuidadosamente sobre si presentarse ante él en sus ropas de noble o con la armadura pesada que llevaba. Honestamente, la moda fereldana en ropa era bastante… bueno, dejaba que desear, por mucho que se adecuara hasta cierto punto a la personalidad de sus conciudadanos y era una de las cosas que Fergus más aborrecía. Sin embargo, ir a Altaciudad enfundado en la cara armadura del famoso herrero Wade y armado era enviar toda una declaración de intenciones, más incluso cuando se dirigía a hablar con el dirigente de la ciudad. ¿Por qué no declarar la guerra contra la ciudad, ya de paso?

    No; por mucho que lo detestase, Fergus no era ciego y era consciente que había que seguir una etiqueta. 'Lo que no significa que no vaya a ir armado', pensó Fergus mientras le daba unos golpecitos a la espada para asegurarse que siguiera ahí, ignorando las miradas que la gente le lanzaba y evitando los charcos de agua mugrienta que se habían formado con el chaparrón de la noche anterior. No era usual ver ropas tan obviamente nobles en Bajaciudad, pero cualquier ladrón de tres al cuarto que hubiese pensado en asaltarle obviamente quedaría amedrentado por la espada envainada colgando de su cinto.

    Fergus no tardó en dejar atrás la zona pobre de Kirkwall y se adentró rápidamente en Altaciudad. El día era joven, pero prefería acabar cuanto antes con la visita al Torreón y poder volver a sus asuntos. El ambiente de Altaciudad era uno distendido, calmado. Estaba claro que los que vivían en esta zona no se morían de preocupación sobre que comerían esta misma noche, a diferencia de los habitantes de Bajaciudad. Por otra parte, Fergus era consciente que las patrullas de la guardia de la ciudad lo vigilaban detenidamente, pero hacían lo mismo con los pocos que llevaban armas a la vista. Siempre que no la desenfundara y empezara a atacar a todo el mundo como un lunático, no pasaría nada; después de todo, no había ninguna ley que impidiera a los ciudadanos llevar armas para su propia protección, hasta donde él sabía. Los templarios brillaban por su ausencia.

    Con el sol aún bajo, Fergus llegó finalmente al Torreón, y pudo comprobar de primera mano el centro de actividad que existía detrás de las paredes de mármol blanco del edificio. El cuartel de la guardia bullía de actividad, con hombres y mujeres por igual entrando y saliendo constantemente en grupos de dos o tres. En el gran salón también había un buen número de dignatarios diversos rondando por la zona mientras conversaban entre ellos. Temas de política actual, seguramente, por muy banales que estos pudieran llegar a ser.

    Subiendo las escaleras hasta el despacho del Vizconde, Fergus se dirigió al guardia apostado en la entrada.

    -¿Nombre?

    Bueno… hora de sacar la pomposidad a dar un paseo.

    -Fergus Cousland, Teyrn de Pináculo, hermano de la Reina de Ferelden y cuñado del Rey, para visitar al Vizconde de Kirkwall, Thaddeus Loch. Me está esperando así que sugiero que no le hagamos esperar.

    -Ah, sí. El Vizconde le estaba esperando, mi señor. Adelante, pase –confirmó el guardia mientras le abría la puerta.

    Con un leve asentimiento de cabeza, Fergus atravesó el pequeño recibidor y llamó a la puerta del despacho antes de abrir la puerta al oír el sordo “Pase” del Vizconde.

    Thaddeus Loch, Vizconde de Kirkwall desde hacía dos años, era un hombre que debía rondar los cuarenta, pero tenía un aspecto de edad indefinida, entre el ocaso de la juventud y el inicio de la madurez. Tenía un poblado mostacho negro, conjuntando una respetable e hirsuta barba que aún no mostraba ni la más mínima cana. El simple aro de metal que le señalaba como vizconde descansaba en su frente, apartando de sus ojos marrones los mechones de su cabellera negra. A decir verdad, su apariencia recia y ligeramente imponente contrastaba fuertemente con el hecho que tuviera los pies apoyados en su escritorio mientras leía lo que Fergus suponía que era algún tipo de informe sobre los asuntos de la ciudad.

    -Ah, Fergus Cousland, es un placer poder conocernos por fin cara a cara –saludó el Vizconde mientras bajaba las piernas de la mesa antes de invitarlo con un vago gesto que se sentase en la silla de enfrente. Fergus notó, divertido, que no mostraba ni pizca de vergüenza por su actitud, y la tranquilidad en bajar las piernas no era más que la prueba de ello-. ¡Empezaba a pensar que nunca llegarías!

    -Bueno… llegué ayer mismo por la tarde y cuando iba a dirigirme al Torreón, empezó a diluviar. Vistas las circunstancias, consideré apropiado descansar después del largo viaje y como siguió lloviendo toda la noche, preferí esperar al día siguiente antes de reunirme contigo –explicó Fergus a modo de justificación, pero Thaddeus simplemente le restó importancia con un vago movimiento de la mano y una carcajada.

    -¡No hace falta que te justifiques, Teyrn Fergus, sé perfectamente a lo que te refieres! Nunca está de más una comida caliente cuando tienes la oportunidad de procurártela. Pero, ya tendremos tiempo de conversar sobre banalidades como hacen los chulitos de abajo luego; hablemos de cosas importantes –sentenció el Vizconde Loch, acercándose al borde de su silla a causa del interés-. Sí, hablemos del estropicio que ha sido Ferelden estás últimas semanas.

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    Mensaje por Lynae Tabris Mar Sep 01, 2015 2:30 pm

    "Mi pequeña Lyn:

    Espero que me eches de menos, porque muy pronto nos volveremos a ver. ¿Recuerdas el encargo anterior? Hiciste un buen trabajo con esos enanos, ahora el lirio azul está en mejores manos... O gargantas, según quién. Bueno, dejando de lado las cordialidades, te he hecho venir hasta Kirkwall porque necesito que hagas un último cometido por mí. Sí, has leído bien: último.
    "

    La elfa abrió los ojos sin parpadear, notando que el corazón le daba un vuelco. No se lo podía creer, estaba a un paso de poder quitarse de encima una deuda enorme. Continuó leyendo la carta, devorando cada palabra, impaciente por saber cuál iba a ser la clave que significaría tener un cuchillo menos presionando su cuello.

    "No es un trabajo fácil, como habrás imaginado, pero si te he elegido a ti es porque eres la única capacitada para ello. Los rumores han sido confirmados: en Ciudad Oscura, cerca de la antigua clínica clandestina, cada noche se reúne una banda criminal de qunaris para traficar con armamento bastante único. Ya sabes por dónde van los tiros, ¿verdad? Hemos intentado negociar con ellos, pero ninguno de mis adeptos ha vuelto con vida. Normalmente te pediría que robaras el material, pero esos malformados con cuernos están siendo una enorme mancha en mi honor.

    Quiero sus cabezas. Quiero poder ver el miedo en sus ojos, que la última imagen que contemplaran antes de morir sea tu filo arrebatándoles su asquerosa y sucia vida. Haz el trabajo bien, mi hermosa Lyn, y te prometo que no volveré a tocarte nunca más.

    A no ser que quieras, claro.

    Tyr.
    "

    -¿Has oído eso, Duncan? -preguntó Lynae, todavía sentada donde durmió la noche anterior. Le cogió la cabeza a su mabarí, entusiasmada-. Ese cerdo no volverá a molestarme nunca más. ¡Nunca más! La suerte empieza a sonreírme por una vez en mi desdichada vida.

    A pesar de lo triste que parecía lo último que salió de sus labios, los ánimos de Lynae estaban por los cielos. Tenía que enfrentarse sola contra un pequeño grupo de qunaris, trabajo que resultaría fácil con una pizca de estrategia previa. Y después... ¡Libertad! Tras tantos años bajo el mandato dictatorial de aquel hombre sin agallas que se aprovechaba de ella y la manipulaba a su antojo. Podría ser independiente económicamente, poder pagarse una cama o incluso un baño caliente... Sonaba casi como un sueño. Diantres, cómo echaba de menos los baños calientes...

    Duncan ladró al ver entusiasmada a su ama, y le dio tal lametón en la cara que casi pudo peinarla. Lynae se limpió el rostro con la manta que le cubría los hombros, riéndose, y se levantó para ponerse en camino. Intentaba no hacerse tampoco demasiadas ilusiones, de alguna forma u otra Tyr siempre se las apañaba para que ella le debiera algún favor. De todas formas, habría algún momento en el que tuviera que decir basta, y Lynae pensaba que aquel sería el perfecto. Un último trabajo era un último trabajo.

    Mientras caminaba hacia la Ciudad Oscura, los recuerdos de la noche anterior asaltaron su mente. Acababa de conocer al hermano de la reina fereldena, y no resultaba ser el típico noble estirado y altanero que apestaba a rancio a kilómetros de distancia. Bueno, un poco arrogante sí que era, pero formaba parte de su encanto. Se preguntaba cuál sería su reacción si se enterara de que la culpable de las muertes de Vaughan y compañía corrían a su cuenta. ¿Cuántos crímenes podría escuchar Fergus sin llamar a la guardia a detenerla? Tampoco parecía que le importaran mucho, pero el asesinato de unos nobles de Denerim era algo destacable.

    ¿Sabría algo de la elfería de Denerim, o sería otro noble demasiado ocupado con contar las monedas como para preocuparse por ello? ¿Qué era de su padre? ¿Y de sus primos? Cousland había demostrado que conocía a cada habitante de sus futuras tierras, pero... ¿Conocería a los de su hermana? Esperaba que sí, o tendría que... No. No podía pisar Denerim. Seguro que la situación debía estar peor que hacía diez años, y no quería verlo. Si alguien de su familia estaba muerto, prefería mantenerse en la ignorancia.
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    Mensaje por Fergus Cousland Vie Sep 04, 2015 6:26 pm

    -Ah… -empezó Fergus, súbitamente incomodo-. Veo que ya has oído sobre eso –dijo al fin, sin saber realmente que decir.

    -Amigo mío, dado la relativa cercanía de nuestras respectivas ciudades y el comercio entre ellas, te tengo considerable respeto, pero los dos somos personas inteligentes, así que tratémonos como tales. Si de verdad esperabais que algo tan gordo como los muertos saliendo a dar un paseo y de paso morder a los vivos pasara desapercibido… bueno, es preocupante, a decir verdad.

    -Eh, si, sobre eso. Creo que te gustará saber que la situación está controlada. Los muertos vivientes han sido derrotados y con el artefacto que los animaba destruido, no se han alzado en varias semanas –le hizo saber el Teyrn de Pináculo, a lo que Vizconde Loch sonrío ampliamente.

    -Eso es ciertamente algo bueno, me alegra oírlo. Dime, ¿atrapasteis por casualidad a los culpables de tales actos? ¿Vino? –preguntó Thaddeus antes de pasarle una copa cuando Fergus asintió silenciosamente.

    -Lamentablemente, no. Destruímos el artefacto, pero escaparon. Consiguieron evitar el ejército de la Inquisición de alguna manera, porque desaparecieron sin dejar rastro del campo de batalla. Algún método mágico, seguramente, como el modo que resucitaron a los muertos.

    -Ah. La Inquisición… -murmuró el Vizconde, agitando su copa suavemente-. Dime, ¿sabes algo de la primera Inquisición? ¿La liderada por el Inquisidor Ameridan, en los tiempos de Drakon Kordilius?

    Fergus, confuso por el brusco cambió de conversación, dio un breve sorbo al vino –‘Hum, de buena calidad, desde luego’- antes de asentir.

    -Reconozco que sentí curiosidad por la organización cuando empezó a mostrarse como un poder real. ¿Qué pasa con ella?

    -Si te informaste, entonces sabrás que la Inquisición original se disolvió tras el Acuerdo Nevarrano en 1:20 Divina, convirtiéndose en el brazo armado de la capilla, los Templarios y los Buscadores de Verdad.

    -Todo eso ya lo sé, Thaddeus. ¿A qué viene esta inesperada lección de historia antigua? –inquirió un impaciente Fergus.

    Con el ceño fruncido, Thaddeus negó lentamente con la cabeza. –No menosprecies las lecciones que la historia antigua puede ofrecernos, Fergus. Nos ayudan a evitar los errores de nuestros antepasados. Pero si, aunque no lo creas, la lección de historia antigua tiene un propósito. Verás, la Inquisición original, una vez formada la Capilla, se disolvió. ¿Lo entiendes? Enfundaron la espada y pasaron de ser auto-impuestos defensores del orden y la estabilidad a soldados de la Capilla reconocidos legalmente una vez el periodo de crisis global hubo pasado. Lo que me lleva a preguntar si la Inquisición actual llegará a disolverse en algún momento. Corypheus ha sido derrotado, la crisis global ha pasado. El mundo ya no corre peligro de ser conquistado por un antiguo engendro-maese. Y pese a todo, aún están presentes. Por qué es la pregunta que me hago muchas veces –explicó el Vizconde.

    -¿Acaso estás insinuando algo, Thaddeus? –replicó Fergus con el rostro firmemente congelado en una expresión neutra.

    -Mi querido amigo Fergus, seamos sinceros, no creerás de verdad que las otras naciones se quedarán de brazos cruzados indefinidamente, ¿sí? La Inquisición es una organización advenediza, ya no tiene sitio en Thedas al haber desaparecido su razón de ser. ¿Quién quiere un arado después de vender sus campos de cultivo? Sin embargo, se ha apropiado de fortalezas y castillos, de rutas comerciales y no tiene miedo de inmiscuirse en asuntos políticos ajenos siempre que le convenga a sus intereses. La Inquisición ha irritado a más gente de lo que la jerarquía de tal organización cree y tarde o temprano, eso les va a pasar factura. El hecho que no se hayan disuelto a estas alturas no está haciendo más que acrecentar gradualmente el problema. Además, la Inquisidora es una elfa maga, ¿de verdad crees que a semejante abominación se le permita ir por libre?

    -¿Abominación? –repitió Fergus, estudiando el rostro de Thaddeus-. Creía que veías favorablemente a los magos.

    -Y lo hago, lo que no quita el hecho que una elfa maga liderando a una organización como la Inquisición sea una pesadilla hecha realidad para el estatus quo de Thedas. Los elfos y los magos han sido demonizados por la sociedad durante siglos. El fervor inicial dará paso a las reacciones usuales tarde o temprano. Que no te engañen las sonrisas y las promesas de cooperación. Un sentimiento de desprecio tan profundo como existe entre los humanos y los elfos y el odio y el miedo profesados a los magos no desaparecen de un plumazo simplemente porque uno de ellos es la líder de una organización advenediza. Para las jerarquías políticas, la Inquisidora Lavellan es prácticamente una apestada esperando ser poseída.

    -Dicen que es la enviada de Andraste… -empezó a decir Fergus, pero el Vizconde desestimó sus palabras con un gesto.

    -Simple propaganda barata para ganarse el afecto de unos cuantos. Dejemos que el populacho ignorante se crea todo lo que le cuentan, los dos sabemos que si el Hacedor existe, nos mandó a tomar por culo hace tiempo y Andraste igual –soltó Thaddeus sin contenerse.

    -Y tú eres uno de aquellos irritados por la Inquisición, presumo –Fergus aventuró con sorna, arrancando a Thaddeus una risa.

    -Pues sí, para qué negarlo –admitió Loch sin vergüenza. Sin embargo, su rostro se volvió severo, agitado-. Simplemente, me pone de los nervios que la Inquisición meta sus narices en mi ciudad. Fui elegido para gobernarla y llevarla a la prosperidad; ¡odio que se crean con el derecho y rectitud moral para inmiscuirse en los asuntos de Kirkwall! -exclamó furiosamente mientras daba un puñetazo a la mesa. Levantándose súbitamente de la silla, el Vizconde se acercó a una ventana considerablemente grande, a través de la cual se podía contemplar gran parte de la ciudad. Con un gesto de cabeza, Loch indicó a Fergus que se acercara.

    «Mira a tu alrededor. Todo lo que ves es Kirkwall, un pozo de podredumbre, un vertedero de escoria y malnacidos que no tienen donde caerse muertos, por mucho que los nobles emperifollados de Altaciudad quieran negarlo. El resultado de lo que fue la Rebelión de Kirkwall aún se puede apreciar en la ciudad, con sectores aún por reconstruir. El lugar donde estaba la Capilla es un puto agujero que parece seguir hasta los Caminos de las Profundidades. Pero sigue siendo Kirkwall, el pozo de podredumbre en el que me críe desde que era un niñato. Siguen siendo los mismos malnacidos a los que conocí de pequeño. ¿Lo entiendes? Toda posición política que gané con sudor y sangre fue simplemente un escalón en la escalera para llegar a Vizconde. Siempre ha sido mi intención mejorar Kirkwall en todo lo que pueda… incluso aunque tenga que agarrarla mientras grita y patalea su negativa.»

    «Pero entonces, poco después de tomar la oficina… En fin, te lo pondré más fácil con números: en lo que llevamos de año, he desenmascarado no menos de siete espías, desde palurdos ignorantes que creen hacer un bien a la comunidad a políticos que se piensan que juegan al Juego tan bien como la Emperatriz de Orlais. Sé de cinco más que aún no he sacado a la luz, y eso sin contar a los que seguro que no he descubierto aún. Además, si bien no son usuales, de vez en cuando aparecen soldados de la Inquisición por la ciudad. Siempre que eso pasa los tengo vigilados, claro.»

    -Sigo sin entender la razón por la que me cuentas todo esto, Thaddeus. A lo cual, tampoco puede estar tan mal la cosa, ¿verdad?

    -¿Mal? Desde luego que no, la cosa está peor que mal. No soy estúpido, Fergus, maldita sea. Lydes tiene un nuevo dirigente gracias a la Inquisición, varias tierras de Orlais pertenecen a la Inquisición. Tiene puntos de influencia en todo el sur de Thedas. La Inquisición está jugando con fuego y si la cosa sigue igual, se quemará.

    -Pues le pondremos la mano en el agua y algo de hielo. Suele ser efectivo, por lo que me dicen –le contestó Fergus templadamente.

    -¡JA! Ya veremos si eso les sirve de algo… Simplemente quería avisarte de todo esto porque las relaciones económicas entre nuestras dos ciudades son una de nuestras mayores fuentes de ingresos en este mismo momento. No quiero ver como eso se esfuma, junto con toda Pináculo, solo porque no estabas prevenido de alguna posible eventualidad.

    Súbitamente, un sentimiento de asco se alzó en Fergus, mientras una bilis amarga llenaba su garganta. La conversación entera había sido una gran diatriba contra la Inquisición por parte de Thaddeus y varios de los comentarios que había pronunciado sonaban demasiado a amenazas vagas como para pasarlas por alto. Si él se sentía así, ¿cómo debía ser con Orlais o Ferelden o Nevarra, así como las otras naciones? Feudo Celestial se encontraba entre Orlais y Ferelden, una posición que pondría a más de uno nervioso, seguramente. Le peor de todo es que aunque quisiera negar con vehemencia las acusaciones, no podría, simplemente porque hasta cierto punto era la verdad. La Inquisición se había apropiado de las fortalezas ocupadas previamente por los Venatori y había procedido a instalarse en ellas y pasada la crisis de Corypheus, no daban ninguna muestra de querer abandonar sus posiciones, que legalmente no eran suyas. El mismo sabía que los espías de Ruiseñor se extendían por todo Thedas, observando atentamente todo lo que pasaba.

    Era demasiado. Con un gruñido semi-incoherente, Fergus se apartó de la ventana, dispuesto a salir rápidamente del edificio y perderse entre los callejones de la ciudad.

    -Fergus, espera -a la llamada de Thaddeus, el Teyrn de Ferelden se dio la vuelta de mala gana-. Supongo que pasaste la noche en un albergue o algo parecido, pero sería de mal gusto por mi parte no ofrecerte a alguien de tu posición un lugar mejor para dormir aquí, en el Torreón del Vizconde.

    Fergus fue a aceptar la oferta mecánicamente, sin pensar, pero luego se detuvo. No había tenido intención de ver a Thaddeus en toda su estancia después de la reunión y ahora, ni por todos los soberanos de Thedas iba pasar más tiempo cerca de él aparte del estrictamente necesario. Es decir, ni un minuto más.

    -Gracias por el ofrecimiento, Thaddeus, pero ya tengo alojamiento. Odiaría tener que transportar todas mis cosas a la nueva habitación –le informó el Teyrn. Desde luego no iba a admitirle a nadie, y mucho menos al hombre que tenía delante, que no iba a abandonar su habitación en el Ahorcado simplemente porque él medio esperaba que Lynae apareciera otra vez por el local. ‘Di lo que quieras de ella, pero es desde luego una compañía infinitamente mejor que este enfermo delante de mí. Al menos sabe tener una conversación interesante.’

    -¿Estas seguro? Podría mandar un par de guardias a recogerlas y traerlas –insistió el Vizconde, pero Fergus negó secamente con la cabeza.

    -Estoy seguro, odiaría tener que importunarte. Estoy seguro que estás muy ocupado‘Y quiero perder tu cara de vista de una vez.’-. Si ya hemos acabado, voy a aprovechar el día para visitar un poco la ciudad.

    -Oh, por supuesto. Te recomiendo que evites en lo mayor posible Ciudad Oscura. Allí es donde se oculta lo peor de la calaña de Kirkwall. Disfruta de tu estancia en la ciudad, Teyrn Cousland –le deseó Thaddeus, súbitamente formal, algo que de no haber querido esfumarse de la oficina lo más rápido posible, Fergus hubiera notado al momento. Sin embargo, el Teyrn tenía otras preocupaciones en la mente y con un asentimiento espasmódico, abandonó la sala.

    No tardó en dejar atrás el Torreón tan rápido como pudo, en dirección a la taberna. Por muy mugriento que fuera y el ambiente ruidoso del local, Fergus se sintió aliviado cuando vio la fachada amarillenta del local. Era algo que conocía, algo mínimamente familiar en esta ciudad desconocida, y en ella sabía perfectamente que clase de individuos podía encontrar. Tal conocimiento le reconfortó lo suficiente como para calmarse finalmente. Entrando y saludando a Corff, pidió un poco de comida, planteándose dar un paseo por la ciudad un rato después de comer.

    Es más, ya tenía su primera destinación, por cortesía del Vizconde. ¿Qué no visitase Ciudad Oscura? Fergus sabía perfectamente que era una chiquillada, pero el escupir en el consejo de Loch le traía una perversa satisfacción.




    Con el sol ya bajo y atardeciendo, Fergus partió en pos de Ciudad Oscura. Gracias al aspecto intimidante que Fergus presentaba con su armadura completa y su espada, no fue difícil sonsacarle la información de cómo bajar a Ciudad Oscura de una de las almas en pena que pululaban por Bajaciudad.

    Ciudad Oscura era… bueno, definitivamente era un vertedero de mugre y suciedad. Desde luego, los dirigentes de la ciudad no se habían molestado nunca en adecentar la enorme pocilga que era esta parte de Kirkwall, una antigua red de minas expandida hasta parecerse vagamente a una ciudad sub-urbana. Por todos lados veía Fergus mendigos y desechos de la sociedad, inválidos o fugitivos de la justicia. Seguramente las bandas de mercenarios y contrabandistas de la ciudad operaban en la zona.

    Observando a una mujer mendigando mientras mantenía a una chiquilla de cabellos negros, seguramente su hija, a su lado le produjo sentimientos encontrados. Como heredero de Pináculo, no le había faltado nunca de nada. Incluso su año… sabático, por así decirlo, en la Espesura de Korcari había sido en compañía de un clan avvarrita, por lo que mientras contribuyera, Fergus era uno más y no le faltaba nada de lo necesario para sobrevivir. Pero esto era ver lo peor de la sociedad en primera fila, y un incómodo Fergus era otra vez recordado de la relativa facilidad que tenía su vida.

    ‘¿Qué hago aquí? ¿Es qué no tengo nada mejor que hacer que recrearme en la miseria de los demás?’

    Consideró seriamente darle varios soberanos a la mujer, pero ¿serviría de algo? ¿Y si otro de los habitantes de Ciudad Oscura la asaltaba? ¿Qué haría cuando se acabase el dinero y su hija preguntase porque ya no podían comer más? Darle dinero sería una amabilidad vacía, porque el dinero se acabaría eventualmente y volverían a estar igual. Era como un pescador que no sabía pescar: no podías darle peces porque no solucionabas nada, sino que tenías que enseñarle a pescar para que pudiera valerse por si mismo. Y Fergus, alcanzando una epifanía amarga, sabía que no podía enseñarle nada a la mujer para que pudiera valerse por si misma.

    Profundamente asqueado con todo lo que había sucedido hasta ese momento, Fergus se dio la vuelta silenciosamente, dispuesto a volver a Bajaciudad, pero un pensamiento errante le vino a la mente. ¿No era Ciudad Oscura donde se encontraba esa clínica secreta de… de… cómo se llamaba… ah, de Anders? Fergus creía recordar bien lo que le había comentado su hermana en una de sus cartas. Anders había contribuido en no poco al actual conflicto entre magos y templarios, visitar su clínica suponía un morboso interés para Fergus, incluso sabiendo que no encontraría nada realmente interesante allí.

    Aferrándose a la idea de visitar la clínica de Anders para intentar apartar de su mente la amargura de los pensamientos sobre la madre mendigante, Fergus apresuró el paso hacia donde recordaba vagamente que se encontraba la clínica. Sin embargo, cerca de la clínica, el noble oyó de repente unas voces graves. Acercándose un poco más tan silenciosamente como pudo con la armadura, el Teyrn creyó oír algo acerca de armas raras en medio de los susurros ininteligibles, pero cualquier información adicional que pudiera oír fue interrumpida cuando unas manos fuertes como tenazas le agarraron de los brazos desde atrás y lo expusieron a la vista del grupo de traficantes.

    ‘Traficantes de armas qunari. Genial, tenían que ser los malditos cornudos. ¿Fergus, en qué marrones te metes, perro viejo?’

    Spoiler:
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    Mensaje por Lynae Tabris Sáb Sep 05, 2015 9:52 pm

    La escasa luz del mediodía se filtraba entre las nubes, colándose por los recovecos de Ciudad Oscura y tornándola en una penumbra parcial. El hedor de las alcantarillas viciaba la atmósfera y recorría hasta la esquina más recóndita, convirtiendo el barrio menesteroso en un paraje desolador y taciturno. Los lamentos y las oraciones no eran más que susurros que no dejaban de reincidir, una canción conocida y antigua que ya nadie escuchaba. El silencio meditativo de Lynae era tan poderoso que casi se podían escuchar sus pensamientos. Sus ojos paseaban con familiaridad las expresiones de cada indigente, reconociendo las sombras de sus rostros y la ausencia de la esperanza en sus miradas. Sabía lo crítica que era su situación por experiencia personal, pues la única diferencia que había entre ellos y ella era la determinación. Y a pesar de lo hogareño que le resultaba, la tensión de no saber si existía un mañana para cada una de las vidas que se refugiaban en ese agujero era asfixiante.

    Duncan se aproximó más a su ama, quien le colocó inconscientemente una mano sobre la cabeza para calmarlo. Su mirada no se apartaba del camino y se paraba especialmente en los callejones más estrechos. En lugares así, los asaltos solían tener resultados fatales y toda previsión era poca. Lo mejor era caminar en las tinieblas y hacer el menor ruido metálico, de ese modo si te veían no te confundían con ningún guardia o noble despistado. El mabarí era, quizá, el mayor problema a la hora de camuflarlo, pero bastaba con un gruñido suyo para alejar a los más espabilados.

    -Cerca de la clínica... Ugh, alguien debería arreglar este puente -comentó en voz baja, sola, mientras llegaba a la clínica de Anders cruzando un puente maltrecho que amenazaba con romperse bajo el peso del mabarí-. Hemos llegado. ¿Dónde se...?

    Apenas terminó de hablar cuando, al voltearse, vio una puerta medio derruída e impoluta de polvo. El camuflaje imperfecto. Lynae sonrió con satisfacción mientras la abría, mirando previamente a ambos lados para comprobar que nadie la seguía. Duncan se sentó fuera, estirando las orejas y colocando la cabeza recta: ésa era su posición particular de vigilar, algo que la elfa le enseñó por diversión y que el mabarí acabó acogiendo como uno de sus juegos favoritos. La sala de reunión estaba completamente vacía salvo por un par de muebles carcomidos por las ratas. Las paredes, vacías y llenas de polvo. A pesar de que aún quedaba tiempo para la noche, Lynae se apresuró a enterrar entre la arena del suelo un par de trampas explosivas que ella misma había fabricado y tres de aprisionar, sólo por si acaso. No conocía el número de qunaris contra los que se iba a enfrentar, ni tampoco cuánto tiempo podían contener las trampas a esas bestias cornudas, así que en esos casos era mejor prevenir.

    Con un silbido llamó a Duncan para que entrara, y los dos se ocultaron en una esquina donde la sombra era lo suficientemente oscura y grande como para envolverlos completamente.

    Y esperó.

    Para cuando el sol se ocultaba, los ojos de Lynae estaban más que acostumbrados a la oscuridad y podía ver perfectamente lo que pasaba en el cuarto. Lo cual era inquietante, pues podía observar la escena con todo detalle mientras que su presencia era prácticamente inexistente. La puerta se abrió, y un grupo de cinco qunaris entraron con un cargamento tapado por una manta haraposa. Los cinco se situaron alrededor de uno de los muebles y dejaron el cargamento con sumo cuidado sobre él, provocando que la madera chirriara durante unos segundos largos hasta que pudo soportar el peso. Eran increíblemente corpulentos, estaban llenos de cicatrices y sus cuernos estaban todos rotos o les faltaba dos tercios de uno. Las ropas que vestían eran de cuero bueno, lo cual les protegía bastante bien de ataques físicos, pero apenas podían cubrir toda esa masa muscular que tenían por cuerpo. Sólo uno de ellos destacaba más, y era por la cantidad de cicatrices profundas que decoraban su pecho desnudo. Lynae se tensó, pero no dejó que el miedo tomara posesión de sus actos. La idea de que aquella era la última misión le daba el coraje suficiente como para enfrentarse a ellos sola. Además, contaba con las trampas que había colocado en puntos estratégicos si su plan funcionaba tal y como lo tenía pensado.

    Empezaron a hablar de la mercancía: coste, procedencia, características... Y justo al destapar el cargamento, uno de los qunaris salió de la sala y entró segundos después, con un integrante nuevo. Lynae entrecerró los ojos. ¿Fergus? ¿Qué hacía él ahí? Ese hombre tenía el don de la oportunidad.

    -Uh... Ahem. ¡Todos quietos, cabrones, soy el Rey de Antiva y esto es una redada! -gritó él.

    Lynae se golpeó la frente con suavidad, maldiciendo por lo bajo la ingenuidad de Fergus. Los qunaris se miraron entre ellos sin variar su expresión, y uno de ellos le dio una bofetada tan firme que el sonido retumbó en la sala. La elfa se mordió el labio, queriendo intervenir, pero no podía. Todavía no.

    -No te andes con jueguecillos, humano. Tus ropas son caras, pero nuestras mentes son más ágiles que la tuya. Dime, antes de que dé fin a tu miserable vida, ¿quién te envía? -habló el de las cicatrices en el torso.

    -Je, no hubiera venido si llego a saber que habría alguien con una cara tan fea como la tuya por la zona. Y pegas como una putilla barata, ya no te pago -se burló Fergus antes de escupirle sangre a la cara y hundir la rodilla rodeada de armadura en la zona más vulnerable del qunari: su escroto.

    El qunari se dobló por la mitad, tapándose la zona afectada con una mano y dejando caer otra y una rodilla en el suelo para intentar reponerse del golpe. Lynae se tapó la boca, alarmada, y desenvainó rápidamente las dagas para pasar a la acción antes de que el insensato Cousland perdiera el cuello. Era el momento ideal. Justo cuando los qunaris acorralaron a Fergus para darle una santa paliza, Lynae vociferó un grito de guerra que desvió su atención a ella. Se giraron hacia su posición, pero ella no salió de su escondite. Los qunaris se miraron en silencio, interrogantes, y uno de ellos asintió y se aproximó. A tres pasos de ella, una trampa explosiva se activó cuando el qunari la pisó, y una nube de polvo grande se formó alrededor de él, perdiendo visión. Se escuchó un gruñido, y acto seguido apareció Duncan abalanzándose sobre el qunari que tenía capturado a Fergus, tirándolo al suelo y liberando al humano de su prisión. Lynae saltó al mismo tiempo que el mabarí, sólo que ella atacó al mercenario que se había aproximado a ella, clavándole la daga en la yugular varias veces porque la piel era realmente dura.

    -¡Rápido, Fergus! ¡Decapítalo! -indicó ella con una orden firme, refiriéndose al que él mismo había abatido. Desenvainando rápidamente su espada, Fergus se lanzó hacia el qunari arrodillado.

    -¡Vaya, parece que al final no tienes cabeza para el tráfico de armas! -se mofó mientras le cortaba la cabeza con un poderoso tajo. Lynae esbozó una media sonrisa mientras cargaba contra el siguiente.

    -¡Al menos sé esconderme mejor que tú! -respondió, ampliando su sonrisa durante unos segundos para luego tornar su expresión en una más seria. Duncan empezó a cubrir de mordiscos el cuello del qunari contra el que había cargado.

    -¡Ésa es Tabris! -vociferó uno-. ¡Olvidaos del humano y del perro! ¡Trabaja para Tyr!

    Los dos qunaris que quedaban en pie se giraron hacia la elfa y corrieron hacia ella con las cabezas agachadas, dispuestos a darle una cornada y abatirla de un golpe. Lynae caminó hacia atrás unos pasos contados y se detuvo en un punto, con el cuerpo en tensión preparada para saltar. Sin embargo, el qunari que le venía por la derecha activó dos de las trampas prisioneras y ambos pies quedaron atrapados, provocando que se cayera de bruces contra el suelo. El de la izquierda activó una, pero al pisarla rompió el mecanismo y no consiguió cogerle. Lynae maldijo por lo bajo e hizo ademán de saltar hacia adelante, pero el qunari fue más rápido y la aplacó contra la pared. Lynae boqueó para recuperar aire, pues del impacto se le había cortado la respiración.

    Mierda.

    Salvar a Lynae o matar al qunari cabrón? No había tiempo para pensar, por lo que Fergus simplemente actuó.

    -¡Chucho, muerde al del suelo! -puede que en otro momento hubiera tratado con más respeto al mabari -¿Cómo diablos había conseguido Lynae que un mabarí se imprintara con ella, de todos modos?-, pero teniendo en cuenta que estaban a punto de eviscerarla, estaba seguro que era una preocupación menor.

    Sin detenerse a mirar si el mabarí le había hecho caso, Fergus voló prácticamente hacia donde estaban Lynae y el qunari y, habiendo agarrado el pomo de su espada con las dos manos, la hundió hasta la empuñadura en la nuca del qunari, siendo vagamente consciente de lo realmente dura que era la piel de los fanáticos cornudos.

    El qunari que agarraba a Lynae del cuello apretó la mano con más fuerza en proporción al dolor que sentía. La elfa golpeó de forma inútil la muñeca del mercenario, notando cómo el aire se le escapaba para no regresar. Así estuvo durante dos largos segundos hasta que el filo de Fergus atravesó el cuello y la nuca del qunari tocó la empuñadura, sobresaliendo la espada y clavándose ésta en la pared, al lado de la cara de Lynae. La mano liberó a la elfa, quien cayó desplomada al suelo mientras boqueaba con fuerza y se llevaba una mano al pecho. Todo empezó a darle vueltas y se puso a toser sangre.

    No se rindió. Titubeando, intentó ponerse de pie apoyándose en la pared y notando cómo el temblor de sus piernas le hacía tambalearse de un lado a otro. Levantó un poco la cabeza y vio cómo Duncan seguía encargándose del primer qunari. Ése era su chico. Un repiqueteo metálico llamó su atención, y el qunari que había quedado atrapado en el suelo había conseguido romper sus trampas y desenvainado el mandoble que cargaba a su espalda. Con un movimiento sorprendentemente ágil, el qunari cargó el mandoble contra Fergus y le hizo un tajo en la espalda que recorrió su hombro derecho hasta el lado izquierdo de la cadera.

    Fergus no pudo contener el grito de dolor al recibir el ataque del qunari. Honestamente, de no ser armadura de la más alta calidad, ahora mismo seria Fergus Cousland, pinchito humano, en vez de Fergus Cousland, Teyrn de Pináculo. Sea cómo fuere, la espalda llena de dolorosos moratones no se la quitaba nadie. Abrió la boca para soltar un comentario ingenioso, pero la cerró inmediatamente por el dolor, apretando los dientes. No sabía si estar enfadado con el mabarí por no entenderle o con el mismo por no especificar.

    Lynae apretó los dientes, frustrada de no poder proteger a Fergus en condiciones. Al menos no había acabado peor de lo que podría haber terminado, pero tendría que examinarle esa herida después de la pelea. Estaba segura que saldrían vivos de ella. Con un último esfuerzo, y aprovechando que el qunari se fijaba en el humano, Lynae se apartó unos pasos hacia la derecha sin dejar de apoyarse en la pared.

    -¡Duncan! ¡Talón a las cuatro! -gritó, y el mabarí alzó la cabeza para mirarla a ella durante unos segundos, y luego al qunari que ahora corría hacia Lynae con el mandoble en alto.

    Duncan ladró con fiereza y cargó contra el qunari, llegando con dos poderosos saltos. El qunari intentó apartarlo con un movimiento brusco, pero el mabarí fue más rápido y le alcanzó el talón desgarrándolo con sus colmillos. El qunari cayó de nuevo al suelo, esta vez boca abajo, y su frente activó la última trampa explosiva. No fue muy bonito de ver, pero Lynae saboreó aquel momento como la que más. Se había acabado. Al fin era libre. Tenía que hablar todavía con Tyr, pero... Era su último encargo. El último. No podía creérselo.

    Se quedó unos segundos estupefacta, mirando los cadáveres sin mirarlos, y por un momento su máscara de jovialidad y seguridad desaparecieron para dar paso a un rostro que expresaba el puro alivio en persona. Lynae se arrodilló y abrazó a Duncan con fuerza, asegurándose de que su mabarí no había sufrido ningún daño.

    -¿Estás bien? -preguntó, mirando a Fergus esta vez con una mirada jocosa.

    -Como un... ugh... como un cervatillo. Seguramente tendré una espalda amoratada de regalo, pero sobreviviré -le contestó con un gruñido mientras se alzaba-. ¿Están todos muertos?

    - -se limitó a contestar mientras se levantaba con algo de dificultad, y se aproximó a él. Con una mano le giró el rostro y le apretó las mejillas con fuerza-. ¿Me vas a decir qué diablos hacías ahí fuera espiándoles antes de que te rompa esa bonita cara que tienes? -amenazó totalmente seria.

    El tono de Lynae dejaba claro que no estaba para bromas...

    -Si no me apretases tan fuerte las mejillas, hasta podría decírtelo y todo -le respondió con dificultad. Antes de recibir más castigo físico por parte de la elfa, Fergus sin embargo se apresuró a añadir-. Y no era mi intención espiar a traficantes de armas, si es eso lo que me estás preguntando. Simplemente decidieron que era buena idea situarse cerca de la antigua clínica, que es en realidad adonde me dirigía yo.

    -Así que el hermano de la reina no tiene nada mejor que hacer que entrar en Ciudad Oscura luciendo a plena vista una armadura cara para visitar una clínica abandonada -Lynae le soltó despacio y chasqueó la lengua, molesta-. Diantres, Fergus, si vas completamente en serio eres más estúpido de lo que pensaba. Los humanos sois decepcionantes -envainó las dagas y le miró severamente. Fergus se rió por lo bajo doloridamente.

    -Debes estar acostumbrada a la decepción entonces. ¿Qué quieres que te diga? El bastardo del Vizconde consiguió cabrearme a base de bien y antes de darle una paliza en su propia oficina, decidí perderme por Kirkwall. Nunca dije que fuera una idea sensata.

    -No sabes cuánto -suspiró ella, mientras con un golpe en el hombro le obligó a que se diera la vuelta y le empezó a desatar las correas de las hombreras-. No te hagas ilusiones, voy a inspeccionarte la herida. Puedes pensar en Duncan si te sientes incómodo -el mabarí ladró, sentándose en frente de Fergus. Terminó de quitarle la armadura y empezó a masajear la zona afectada en la espalda del Cousland, observando con detenimiento las cicatrices que decoraban su espalda. Se le escapó una pequeña sonrisa que él no pudo ver, complacida con las vistas.

    -Ngh, así me veo, usando a un mabarí en caso de sentirme incómodo. Y yo que pensaba que había ganado tus afectos con mi encanto natural... ¡Au, no, no, no aprietes el dedo en los-!!  ¡Hacedor, eres un demonio, mujer! -gruñendo, Fergus ladeó la cabeza, mirándola por el rabillo del ojo-. ¿Así que esto era el trabajillo sucio que el tal Tyr te endilgó, ¿eh? -Lynae entornó los ojos y apretó más a propósito, haciéndole algo más de daño.

    -Lo que haga o deje de hacer no es asunto tuyo, Cousland. Si sigo aquí contigo es porque te has portado bien como cebo, pero nada más -paró de masajearle la espalda para sacar una pequeña caja que tenía guardada en sus numerosos bolsillos. La abrió, mojó dos dedos en el ungüento que contenía y lo esparció con suavidad por la espalda de Fergus-. No sabes nada de Tyr -continuó hablando, sin embargo-, ni de lo que es capaz de hacer. Las razones de sus encargos no se basan únicamente en robos y matanzas, siempre hay algo más detrás. Es la cortina de una función teatral... -miró distraída sus propios dedos acariciando la herida-. Así que mejor olvídate de lo que ha ocurrido aquí y vuelve a tus charlas aburridas antes de que él te encuentre. No deberias haber venido -dejó de esparcirle la pomada y le miró con seriedad, esperando que entendiera que intentaba protegerle.

    Hacía muchísimo tiempo que no se preocupaba por la vida de alguien más que de la suya propia y la de Duncan. Era la segunda ocasión en la que él aparecía para ayudarla, y la primera fue por voluntad propia. A pesar de lo descuidado que era, había demostrado ser muy astuto para otra clase de asuntos. Además, su desparpajo y falta de galantería eran impropios de alguien con una posición como la que él tenía, y eso decía mucho de él, más de lo que él mismo pensaba. Fergus era un individuo interesante y encantador, términos que muy pocas veces pensaba Lynae de las personas de su entorno, y por eso no quería que él se entrometiera en sus asuntos. Si Tyr descubría que había estado con el hermano de la reina fereldena... No, no podía ser responsable de más muertes.

    Tendría que alejarlo de ella, pero... ¿Cómo? Le daba la sensación de que su propia forma de ser era un imán que lo atraía más. ¿Tendría que actuar de forma amable y simpática para repelerlo? Esa máscara ya no funcionaba con él. En los próximos movimientos, tendría que mover las piezas con más cautela, porque ahora jugaba contra dos oponentes poderosos y, por una vez, ella no tenía el control de la partida.
    Fergus Cousland
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    Mensaje por Fergus Cousland Lun Sep 07, 2015 5:48 pm

    Lanzando a Lynae una mirada dubitativa, Fergus negó tercamente con la cabeza.

    -Puede que no, pero desde luego no podía saber que me metería de lleno en el territorio de una banda qunari traficante de armas. Además, me has salvado la vida. Podrías haberme dejado ahí, rodeado por qunaris y por mucho que lo intentara, hubiera muerto con toda seguridad y tú hubieras tenido vía libre para actuar en el mejor momento. Pero no lo hiciste, y me has salvado la vida. ¿De verdad crees que voy a "olvidar esto" así cómo así?

    Lynae respiró hondo y sacudió la cabeza.

    -Escúchame, Fergus. Considera lo que ha pasado hoy como un regalo por la generosidad que me demostraste anoche. No me debes nada. No merezco nada -miró un momento sus manos, que jugueteaban con la cajita que todavía no había guardado, y luego volvió a mirar al Cousland-. Si no lo quieres olvidar, al menos mantente lejos de mí.

    Cogido por sorpresa por el súbito cambio de actitud, Fergus la observó atentamente por unos instantes, suspicaz.

    -Reconozco... que esperaba que me dieras una colleja y me dijeras que me volviera a casa con la cara hecha una furia o algo por el estilo -confesó el noble con una pequeña risa-. Además, sigo estando en deuda contigo, porque al final acabaste con el qunari que me pilló por detrás, o sea que tu argumento es inválido. Si crees que lo voy a ignorar así como así... bueno, te equivocas, como ya he dicho -aseguró el noble con una sonrisa propia de alguien convencido de sus palabras mientras se cruzaba de brazos, momento en el que no pudo ignorar una leve mueca de dolor-. Todos nos merecemos algo en la vida, pero yo no te estoy dando algo que merezcas; te estoy ofreciendo algo de buena gana por mi propia iniciativa. Una persona inteligente lo aceptaría sin dudarlo -le retó sin malicia con una media sonrisa llena de humor.

    -Me tomas por una mujer demasiado agresiva -se llevó una mano al pecho y fingió ofenderse de manera exagerada, acabando con una media sonrisa pícara-. Lo que sale de mis labios no siempre son amenazas y blasfemias. Y no cuenta que te haya salvado del qunari que te ha atacado por la espalda, tú mismo me has salvado del que me estaba ahogando -se acarició el cuello, que todavía permanecía rojo por la presión sometida. Todavía respiraba con dificultad, pero hacía lo posible por disimularlo-. Puedes hacer lo que quieras, Fergus Cousland, pero piensa antes de darme nada: ¿cuánto vale tu vida? ¿Un favor? ¿Un regalo? -se encogió de hombros-. No es algo que se deba tomar a la ligera. Ah, y... -le cogió de la barbilla con la mano derecha y lo inspeccionó desde varios ángulos con una mirada atenta- ...es una pena que ya no pueda darle las gracias a ese qunari por arreglarte la cara.

    Enarcando una ceja, Fergus dejó que Lynae controlase su barbilla durante unos instantes antes de ofrecerle una sonrisa demasiado alegre.

    -Mucho me temo que de tus labios solo salen palabras melifluas y medias verdades que ocultan tus pensamientos al mundo, Lynae -le acusó divertidamente. Estaba disfrutando de su tira y afloja verbal más de lo que admitiría-. Y si lo que querías de verdad era apreciar mi atractivo rostro, enrojecido o no, no hacía falta una excusa tan barata como intentar herir mi orgullo. Solo tenías que pedir -le aseguró mientras intentaba contener la risa. Sin embargo, poco después volvió a adoptar un semblante de seriedad.

    -Pero créeme, soy consciente del valor que tiene una vida. Más incluso que la mayoría de mis compañeros nobles de Ferelden, me atrevería a decir. Pero considera esto: no conozco a Tyr, pero por lo poco que has dicho de él y lo que sé en general, puedo llegar a hacerme una idea del tipo de hombre que es. Aunque no me creas, he conocido a individuos similares. ¿Cuánto hace que llevas trabajando para él? Años seguramente; eres una persona con recursos, eres una experta en lo que haces y con varias cualidades diversas -enumeró Fergus mientras abarcaba con un brazo toda la zona de la refriega, refiriéndose a las trampas-. Gente como él solo ve a las personas a su alrededor como recursos potenciales. ¿De verdad crees que en el momento en que te diga que dejará de enviarte a hacer su trabajo sucio, sea ese momento el que sea, te estará diciendo la verdad?

    Lynae abrió la boca varias veces, sin saber realmente qué contestar. La elfa de cabellos carmesíes sabía que Fergus tenía razón, y lo que acababa de decir rondaba por su mente hacía tiempo.

    -No soy ninguna ilusa, Fergus, aunque no te falta razón. Créeme que... -desvió la mirada a un lado y habló en voz más baja-, créeme que he intentado escapar de él muchas veces, pero no puedo. Quiera o no, voy a pasarme el resto de mi miserable vida limpiando la sangre que él deja a su paso. Y no es algo que disfrute hacer, ¿sabes? -volvió la mirada hacia él, fijándola en sus ojos castaños-. Un momento. ¿Por qué estamos hablando de Tyr? -frunció el ceño y se cruzó de brazos.

    -Bueno... sólo lo quería usar cómo ejemplo para justificar mi explicación, pero tú misma has admitido que él es la raíz de tus problemas antes de que pudiera acabar -Fergus comentó. Su voz tenía un punto de satisfacción-. Pero volvamos al asunto que nos ocupaba. Sigo creyendo que estoy en deuda contigo y, francamente, soy terco como una mula cuando me lo propongo, por lo que no me harás cambiar de parecer y mucho menos vas a convencerme de que me aleje de ti cuando parece que más necesitas a alguien en quien confiar. Creo sinceramente que eres mejor persona de lo que tu misma quieres creer y es por eso que te ofrezco mi apoyo y amistad, como Fergus y como Teyrn de Pináculo. Si en algún momento quieres o necesitas ayuda para deshacerte definitivamente de Tyr y empezar por fin de nuevo, recuerda esta estas palabras -Fergus, que le había transmitido esas palabras de una manera apasionada, carraspeó nerviosamente instantes después-. Por otra parte, considero necesario remarcar que no suelo confiar de tal manera en un extraño al que he conocido el día anterior, elfa preciosa o no. Deberías sentirte orgullosa -le hizo saber con una sonrisa vagamente tensa.

    El tira y afloja verbal era una red de seguridad, para lo que muchos le hubieran asegurado que era una locura. Pero su hermana había reclutado a un asesino contratado para matarla durante la Ruina. Esto era una locura muchísimo menor, en su opinión.

    Lynae miró atentamente a Fergus, escuchando cada palabra con escepticismo. No porque desconfiase de él, sino porque era la primera vez en mucho tiempo que alguien le daba algo de valor a su persona. Se quedó muda durante unos eternos segundos, observándole fijamente mientras liberaba una lucha interna. Quería abrazarle. Darle las gracias por ser tan amable. Por tratarla como a una igual. Y a la vez sentía una furia creciente en su interior; ¿cómo un humano, los mismos que la condenaron a una vida llena de miseria, ahora le ofrecía una vida lejos de la conocida?

    -Fergus–dio media vuelta para darle la espalda y agachó la cabeza para mirar la cajita que tenía en las manos-, no puedes confiar en mí. Como bien has observado, soy una mujer con recursos… Soy tramposa y mentirosa, un ser despreciable que no tiene honor ni ley“Y tampoco puedo confiar en ti. No puedo tener más debilidades”, pensó para sí. Ladeó la cabeza sin girar el cuerpo, mirando al Cousland por el rabillo del ojo-. Mi vida se derrumbó hace mucho tiempo y ya no existe ningún remedio. No sé qué puedo hacer para que lo entiendas, pero si tu obstinación es tal, tiraré la toalla y seré yo la que mantenga las distancias. Y no dudaré en tomar medidas drásticas para ello –amenazó con una voz fría, y volvió a agachar la cabeza-. Eres muy buena persona para tenerme como una amistad cercana. Y… No puedo permitir que te entrometas entre Tyr y yo. No he salvado una vida para que la desperdicies de esa forma.

    Fergus suspiró. La conversación era como el choque entre dos drúfalos machos; ninguno de los dos iba a moverse de donde se encontraban en horas si uno no cedía primero de lo tercos que eran. Era algo que detestaba hacer, pero vistas las circunstancias, era la única opción que le quedaba.

    -Que tú creas todo eso de ti misma no significa necesariamente que sea la verdad. Toda persona tiene opiniones diferentes y tu ya sabes lo que pienso del asunto -sentenció Fergus, muy seguro de si mismo. Sin embargo, inmediatamente se pasó la mano por el rostro. Tenía una expresión cansada-. Pero sea. Te dejaré en paz, una persona no puede recibir ayuda si se niega a aceptarla. Simplemente recuerda mi oferta, por si algún día cambias de opinión. Sólo espero que no acabes lamentando esta decisión -musitó el Teyrn con una leve sacudida de cabeza antes de mirarla directamente a los ojos-. Adiós, Lynae. Espero que te vaya bien -se despidió Fergus con una inclinación de cabeza antes de darse la vuelta y marcharse por donde había venido con un andar rígido por la herida, no sin antes acariciar afectuosamente la cabeza del mabari de Lynae, Duncan.

    Caminando lentamente hacía la salida, espada en mano esta vez, Fergus no pudo evitar maldecir la cabezonería de Lynae Tabris. Para su propia sorpresa, deseaba genuinamente ayudarla, pero era algo imposible cuando ella estaba decidida a esconderse detrás del muro que se interponía entre ella y el mundo exterior. Incapaz de apartar la conversación de su mente, Fergus no pudo evitar preguntarse que había sucedido en la vida de Lynae para convertirla en un ser tan cerrado, tan necesitado de una máscara de cinismo e indiferencia para caminar por el mundo como una sombra silenciosa.

    Sacudiendo la cabeza con resignación, Fergus subió las escaleras que conducían a Bajaciudad. 'Probablemente nunca lo sabré; siempre me quedará el pensamiento de haberlo intentado... Incluso el propio pensamiento es amargo. Siempre me preguntaré... ¿Podría haber hecho más?,' Fergus pensó para si mismo, lanzando una larga mirada a la oscuridad de la escalera estrecha que conectaba con la ciudad subterranea.

    Finalmente, después de un instante hecho eternidad, Fergus se dio la vuelta y se alejó silenciosamente.
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    Mensaje por Lynae Tabris Miér Sep 09, 2015 8:52 pm

    Al marcharse Fergus, Lynae se quedó observándole en la distancia hasta que desapareció de su vista. Su semblante era serio, la indiferencia curtida con el paso de los años le impedía expresar cómo se sentía realmente aunque estuviera sola. Lo que de verdad sentía en sus entrañas era una tenaza dura que apretaba y apretaba con demasiada fuerza, intentando doblegar su entereza agresiva. Una sola vez, una única ocasión en la que un humano no sólo la trataba como a alguien normal, sino que además le ofrecía una nueva vida lejos de la pobreza y la humillación. ¿Y qué hacía ella a cambio? Lo empujaba fuera de su vida con una patada. Fergus era lo más parecido a un amigo que había tenido en… ¿Cuánto tiempo? ¿Diez años?

    Pero tenía que mantenerle a salvo. Por mucho que le doliera tratarlo así de mal, tenía que apartarlo de ella antes de que Tyr le descubriera y le hiciera lo mismo que le había hecho a ella. Aunque conociera al Cousland de, prácticamente, dos días, sabía que era un objetivo muy fácil y del que se podía sacar mucho jugo. El blanco perfecto de todo manipulador. Siempre con esa voluntad de ayudar, esa forma en la que se ofrecía sin descanso a desatar los nudos de su enmarañada vida. Cualquiera con pocos escrúpulos se podría aprovechar de él, y ella todavía no lo había hecho. De hecho, le estaba protegiendo. Ella era una de las personas más manipuladoras, mentirosas y retorcidas que existía en todo Thedas, y había tenido delante al objetivo perfecto para conseguir todo lo que quisiera. Algo había en Fergus que le había cogido aprecio y le obligaba a protegerle de todo mal, especialmente… del que provenía de ella.

    Por alguna extraña razón, sentía la inexplicable necesidad de defenderle. Era una sensación tan lejanamente familiar, y a la vez tan cercana… No se había dado cuenta hasta el momento, pero la forma en la que se habían coordinado en la pelea le había acercado más a él. Apreciaba su compañía, su humor cínico en medio de una refriega de sangre, la manera en la que le había socorrido aun teniendo un blanco a un golpe de rematar. Sólo alguien con una personalidad tan descarada y los años de entrenamiento de un noble guerrero como Fergus podía permitirse tales proezas. Todo, en conjunto, hacían de él una persona bastante particular que muy pocos sabían apreciar.

    Todo esto pensaba Lynae mientras decapitaba a cada uno de los qunaris y usaba las armas de contrabando como picas donde colocar sus cabezas. Las clavó en una fila dentro de la estancia, así serviría de advertencia para los próximos que pensaran en hacer negocios clandestinos en un lugar como aquel. Cruzándose de brazos, le echó un último vistazo con suficiencia a su obra maestra y se dedicó a limpiar el resto de la habitación para pulir el último trabajo de Tyr. Ésa era otra: la encomienda final. ¿Qué le había preparado su contratista esta vez? ¿Dónde estaría la trampa? ¿Y si Fergus estaba completamente en lo cierto y tendría que seguir trabajando para él unos cuantos años más…?

    Duncan empezó a ladrar y sacó a la elfa de cabellos carmesíes de su ensimismamiento. Sacudió la cabeza y salió limpiándose las manos en un trozo de tela –perteneciente a la ropa de los qunaris-. Dejó caer la tela sucia al suelo cuando descubrió que la persona que le estaba esperando fuera era…

    -Mi pequeña Lyn, ¡pero qué sucia estás! ¿Recibes así a todos los hombres que te pagan por tus servicios? –Tyr sonrió mientras se aproximaba a Lynae para abrazarla.

    Era un hombre alto, de cuerpo tonificado y mirada ávida. Sus ojos, de color aguamarina, encandilaban a cualquier dama y hacían temblar a cualquier hombre de temor. Sus labios siempre desenvainaban una sonrisa amenazadora, de esas que parecen tranquilas pero cortan el alma a sangre fría. Y su corto cabello, negro como la noche, poseía un aroma particular y difícil de olvidar. Lynae apartó la cabeza cuando los brazos de Tyr la rodearon, reacia a tener contacto con él pero temerosa de que le hiciera daño. Ya había sufrido suficiente castigo por rechazarle.

    -Vaya vaya, ¿y esto de aquí? –se separó un poco de ella y le cogió de forma brusca la barbilla, levantándosela para observar mejor la marca roja alrededor de su cuello. Lynae hizo una mueca muda de dolor por la poca delicadeza-. Han sido esos qunaris, ¿verdad? Cinco hombres musculosos contra mi delicada florecilla… ¡Y sigues viva! –exclamó con exagerada emoción, alzando los brazos hacia el cielo como si fuera un milagro. Lynae dio un paso hacia atrás, mirándole con precaución. Tyr bajó los brazos y cambió su expresión a una completamente seria e intimidante-. Y sigues viva –dijo más despacio y con una voz más fría.

    Lynae abrió la boca para mentir y darle alguna explicación falsa o una media verdad que enmascarase la ayuda de Fergus, pero la mano de Tyr fue más rápida y en un segundo fugaz su cara recibió una bofetada que le hizo tambalear. Duncan se puso en tensión y empezó a gruñir por lo bajo, pero la mirada que le echó el contratista al mabarí fue suficiente para acallarlo.

    -¿Sabes por qué te he enviado hasta este agujero esclavista, Lynae? –preguntó retóricamente mientras le cogía el lado del rostro dolido con delicadeza y la obligaba a mirarle a los ojos-. Sería estúpido si no pensase que la palabra traición ronda por tu mente desde que te acogí generosamente de la calle. Te he humillado, maltratado, violado y torturado. Pero, por encima de todo, he cuidado de ti como si fueras hija mía –la mirada de Tyr se clavaba en la de Lynae-. Los elfos no sabéis apreciar estos pequeños detalles. Pensáis que sois las víctimas principales de todos los problemas, cuando realmente sois una epidemia a erradicar –cuando la mandíbula de Lynae se tensó ante tal comentario, la mano de Tyr apretó su rostro, haciéndole daño-. No me importaba mucho, siempre has resultado ser una criatura inofensiva para mí a pesar de toda la guerra que das. Hasta hoy. Quería saber si tu traición llegaría a buscar un aliado lo suficientemente poderoso como para quebrar mi negocio… Y mira con lo que me he encontrado: nada más ni nada menos que un Cousland.

    -Tyr, él no… -el contratista le apretó más para intentar callarla, pero ella se deshizo de su mano con un golpe de la suya-. Él no tiene nada que ver. ¡Sabes que odio la nobleza fereldena más que a nada en el mundo! ¡Más que a ti! –mintió-. Y sé que suena estúpido y difícil de creer, pero ha sido todo una casualidad. Una maldita casualidad.

    -Dos para ser exactos –interrumpió, y se separó de Lynae-, pero poco me importan tus mentiras. Te encomendé esas dos tareas con el fin de matarte, Lynae. Últimamente estás demasiado revolucionada, no te concentras en el trabajo y no me resultas útil. Además, con las sospechas que tenía acerca de tus pactos no podía seguir arriesgándome. Y, vaya, qué casualidad que en esos dos planes interviene el mismísimo Fergus Cousland para salvarte la vida –cogió a Lynae de la camisa de los Guardas y le miró con ira-. ¡Si hubiese sido una maldita casualidad ese hijo de puta ya debería ser la comida de esta asquerosa ratonera! –gritó a escasos centímetros de ella-. Respóndeme, Lynae. ¿Por qué sigue vivo ese cabrito?

    Lynae desvió la mirada hacia un lado, notando cómo las piernas empezaban a temblarle. Tyr le sacudió para que ella volviera a mirarle a la cara, y notó cómo sus ojos se clavaban en ella profundamente como dos cuchillas afiladas. Su expresión por sí sola exigía una respuesta. ¿Cómo iba a dársela si ni ella misma lo sabía?

    -Bueno, veo que hoy no estás demasiado espabilada para hablar –soltó a Lynae y sacó de su túnica un frasco que contenía un líquido denso de color carmesí. Era sangre-. De una forma u otra, has cumplido tu trabajo. Y mi palabra vale más que el oro –sacudió el frasco de cristal y lo tiró al suelo, quebrándose y dejando escapar la sangre que contenía. La expresión de Lynae se petrificó ante tal gesto-. Quedas libre.

    Tyr sacó una cuchilla y se hizo un pequeño tajo en la mano, de la cual emanó un hilo de sangre. La elfa miró a Duncan, y el mabarí torció la cabeza de manera interrogante. De repente, una calidez abrasadora abrazó su corazón como el primer día de invierno en el que se encendía la leña. Era verdad. Era libre. Ya no estaba atada a ese monstruo nunca más. Y ahora tenía la oportunidad perfecta de acabar con él y dar fin a su reinado del terror. Tyr masculló algo, pero la elfa no lo llegó a escuchar bien y la felicidad del momento le cegó lo suficiente como para no darle importancia. Desenvainó una daga y rápida como un relámpago fue a clavarle la daga en el corazón, pero Tyr le cogió la muñeca y desvió el ataque a su clavícula izquierda.

    Duncan ladró, pero en lugar de intervenir salió corriendo aullando con desesperación. Cuando el filo de la daga se hundió la mitad, Lynae notó un dolor abrasador justo en el mismo lugar y gritó con fuerza. Al bajar la mirada, vio que tenía exactamente la misma herida que acababa de hacerle a Tyr, sólo que él no había hecho absolutamente nada. Soltando una carcajada macabra, Tyr asió con más fuerza la muñeca de la elfa.

    -¿Sabes qué es más placentero que matar a un traidor? –Tyr obligó a que Lynae terminase de hundir la otra mitad del filo en su carne, provocando una herida más profunda en ella. Él apretó los dientes, expresando una mueca mezclada entre el placer y el dolor, mientras soltaba la muñeca de Lynae y dejaba que ella se desplomase en el suelo, exhausta del dolor. Ella se cogió la herida, jadeando y notando las perlas de sudor frío que bajaban por su rostro, y miró a Tyr que había sacado otro frasco lleno de sangre-. Dar un momento de felicidad enorme a alguien tan hambriento como tú y arrebatársela usando su odio en su contra –tiró el frasco, que cayó en la mano de Lynae y no se rompió, pero Tyr le pisó la mano con violencia y el recipiente se quebró.

    Lynae gritó, notando cómo los cristales se le habían clavado en la palma de la mano de forma muy profunda. Tyr se retiró la daga con cuidado, gimiendo de dolor, y la tiró al lado del cuerpo de la elfa. Pronunció unas palabras en idioma arcano y la herida comenzó a sanar mágicamente, mientras él suspiraba de placer.

    -Eres tan predecible… -se encogió de hombros mientras se agachaba para retirarle un mechón de pelo que le tapaba la cara-. Si controlases un poco más tu cólera, seguirías viva. Pero no, tenías que rebelarte y aliarte con ese… mezquino y engreído niño de mamá. Me has servido bien durante todos estos años, sin embargo –cogió la daga que antes había desechado, y tiró de los cabellos de Lynae para girarle la cabeza hacia arriba y exhibir su cuello-, y me has sido muy útil. Seré benevolente y acabaré con tu sufrimiento ahora mismo, en lugar de dejar que sufras aquí como una rata cualquiera –suspiró de forma exagerada, intentando transmitir lástima-. A pesar de todo lo que has hecho, te sigo tratando como a una princesa. Supongo que tu preciosa cara me complica más las cosas… Hasta nunca, mi pequeña Lyn.

    Tyr hizo el ademán de ir a clavarle la daga en la yugular y acabar con su vida, pero escuchó varios pasos que se aproximaban abruptamente a su posición. Maldijo por lo bajo y soltó la daga, levantándose rápidamente, no sin antes besar la frente de Lynae.

    -Nos volveremos a ver muy pronto… Si sigues viva para entonces.

    Y desapareció sin más.


    ***


    Minutos después, caminando lentamente a causa de la herida en su espalda, Fergus masculló una maldición de dolor. El potingue de Lynae, fuera lo que fuera, había aliviado el dolor, pero la herida seguía escociendo como si mil demonios estuvieran pasando sus garras afiladas por su espalda. 'Y a todo esto, ¿le agradecí a Lynae el hecho que usara ese mejunje en la herida?' pensó súbitamente el noble, deteniéndose.

    La creciente sensación de saberse un ingrato fue afortunadamente interrumpida por un ruido extraño, un sonido rítmico de pasos. Cerrando los ojos y asiendo el mango de su espada con fuerza, Fergus escuchó atentamente. Reconocer el sonido de un perro en plena carrera fue cosa de segundos, habiéndose criado rodeado de mabarís en Pináculo. El fantasma de una sonrisa apareció en su rostro, recordando por unos momentos tiempos lejanos más felices de su juventud.

    Sin embargo, en la situación actual era preferible estar atento y, o mucho se equivocaba, o el perro en cuestión se acercaba a su posición. De repente, una masa de puro músculo y carne irrumpió en la calle semi-desierta. Fergus, observándola, reconoció rápidamente la forma de un mabarí. Un simple perro no estaba tan musculado y solían ser ligeramente más pequeños. 'Un mabarí,' corroboró Fergus, soltando el aliento que había contenido. Ahora se sentía medianamente estúpido por preocuparse de lo que había resultado ser un mabarí.

    El señor de Pináculo reanudó su lenta marcha hacia el Ahorcado, pero el mabarí, al verlo, empezó a ladrar insistentemente. Confuso, Fergus miró a su alrededor sólo para descubrir que la calle se había vaciado.

    -Eh, chico, es tarde. Deberías volver ya con tu amo. Vamos, ve -le dijo, pero el mabarí sólo le soltó un bajo gemido lleno de algo que Fergus hubiera jurado era desesperación. El noble se acercó unos paso, lo suficiente para distinguir el mabarí mejor-. Vamos, chico, ¿por qué sigues aquí? -el mabarí volvió a ladrar varias veces, retrocediendo varios pasos antes de volver rápidamente hacia donde estaba antes, repitiendo el proceso dos veces más-. ¿Quieres que te siga, es eso? -le preguntó Fergus. Los mabarís eran seres considerablemente inteligentes, hecho demostrado cuando el mabarí le lanzó el ladrido que era básicamente una afirmación mabarí-. Espera, este Kaddis me suena... ¿Duncan?

    Ni siquiera hizo falta preguntar. Lynae nunca se separaría voluntariamente de Duncan, y este tenía un aspecto ansioso. Sin pensárselo un segundo, Fergus salió corriendo hacia Ciudad Oscura, maldiciendo todo lo que se le ocurriera en la mente. El camino de vuelta a la clínica se completó en pocos minutos. Si bien la distancia era la misma, a Fergus le pareció que el trayecto había sido más corto, centrado como estaba en su preocupación por Lynae.

    Pronto llegaron a la clínica, pero esta vez, Lynae se encontraba tirada en el suelo a pocos pasos de la puerta, temblando de manera considerable y moviéndose débilmente en un charco de su propia sangre. 'Eso es mucha sangre,' pensó Fergus sin poder evitar el pensamiento morboso. Los ladridos de Duncan, que se había apresurado al lado de su ama, atrajeron la atención de Lynae. Esta, al verlo de pie jadeando, le lanzó una mirada indefinible, llena de sorpresa y resignación. No le hacía ninguna gracia que Fergus la viera en aquel estado, pero era el único que podía salvarla…

    -Oh, por las barbas del Hacedor, ¿qué coño te ha pasado? -le exigió saber con una mirada de preocupación mientras corría a su lado y se ponía a rebuscar entre sus cosas. Quizá hubiera traído una cataplasma...

    Lynae colocó de manera sorprendentemente firme una mano ensangrentada y llena de cristales sobre las de Fergus, deteniéndole. Era la primera vez que leía en la mirada de alguien una preocupación causada por ella, y eso le dio algo de fuerzas para poder moverse y hablar.

    -Busca... Busca un médico... Te lo explicaré... -tosió-. Te lo... Te lo explicaré... luego... -"Si salgo viva de ésta", pensó con amargura mientras notaba el abrazo de la muerte cerrándose alrededor de ella cada vez más.

    Fergus observó en estado de shock como Lynae yacía en el suelo, su mano derecha ensangrentada y llena de cristales rotos reteniendo su muñeca. El dolor de los cristales clavándose en su piel solo se registró vagamente en su mente, demasiado ocupado en su incapacidad de apartar la mirada de la sangrienta escena. Había cosas definitivamente peores en su vida, por lo que su estómago no se revolvió, pero la situación actual lo tenía paralizado.

    Afortunadamente, Duncan le mordió insistentemente el tobillo, sacándolo de su estupor. Sacando rápidamente una cataplasma, la aplicó correctamente sobre la herida sin perder más tiempo. El entrenamiento de Fergus había tomado el control, haciéndolo actuar de forma automática. En condiciones normales, le hubiera hecho unos bastos vendajes con lo que tuviera a mano, pero no había tiempo para eso cuando la cataplasma evitaba un mayor derramamiento de sangre… al menos por el momento.

    Lynae empezó a notar cómo los párpados cada vez le pesaban más, casi cerrándose por inercia y no por voluntad propia. Un dolor intensó recorría todo su cuerpo, notando cómo éste lo hacía más pesado e inmóvil. Fergus consideró rápidamente sus opciones, mientras intentaba mantener la calma, pero el estado de Lynae, a medio camino entre la consciencia y la inconsciencia le impedía concentrarse correctamente a causa de la preocupación.

    -¡Hacedor, no te duermas ahora, Lynae! ¡Quédate despierta! –le gritó mientras le daba unas palmadas en las mejillas. Si se dormía o caía inconsciente, poco se podría hacer por salvarla.

    Ella apretó los ojos a modo de respuesta ante la acción del humano, notando que su mente estaba adormecida pero todavía quedaba algo dentro de ella que luchaba por sobrevivir. Sin embargo, Lynae necesitaba un médico, y lo necesitaba urgentemente. ‘Pero yo no tengo ni idea donde hay un puto médico en esta maldita ciudad,’ quiso gritar Fergus, sintiendo que la desesperación se apoderaba de él.

    Súbitamente, le llegó el recuerdo de su recorrido por Altaciudad hacia el Torreón del Vizconde. Recordaba haber pasado por delante de un edificio en el que un médico ejercía su profesión. Era lo único que se le ocurría. Sólo podía rezar que el médico viviera en el mismo edificio, porque de no ser así habría condenado Lynae a morir. Recogiendo a Lynae cuidadosamente en sus brazos, Fergus corrió tan rápido como pudo hacia Altaciudad con una determinación desesperada nacida del saberse poseedor del destino de una vida. Lynae se acurrucó de forma inconsciente en sus brazos, cogiéndose la herida con la mano ensangrentada. Necesitaba calor. Podía notar el gélido aliento de la muerte en su nuca. Pero también estaba la calidez de Fergus para alejarla de ella.

    El reloj corría y cada vez tenía menos tiempo.
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    Mensaje por Fergus Cousland Jue Sep 24, 2015 10:40 am

    —¡Hacedor, no te duermas ahora, Lynae! ¡Quédate despierta!

    Un eco incesante no dejaba de repetir esa frase sin descanso, y sin embargo Lynae sólo lo escuchaba como una voz lejana que no espabilaba su mente. La oscuridad se cernía sobre ella, impidiéndole ver más allá de su nariz; apenas recordaba lo último que le sucedió. Sólo sentía un dolor punzante en el pecho, pero nada más. Era como si su mente se moviera de forma lenta y perezosa, como si le costara pensar...

    —¡Quédate despierta! -empezó a oírse con más fuerza. Lynae quiso gritar que se callara, que la dejara en paz.

    Estaba demasiado cómoda en ese lugar como para abandonarlo porque una estúpida voz se lo pedía sin cesar. ¿Por qué no le dejaba disfrutar de la calma y la tranquilidad de la que hace años que no gozaba? Para colmo, la voz le resultaba familiar. Si se enteraba de quién era el que intentaba sacarle de su holgura, se iba a arrepentir.

    —¡Despierta, maldita sea! -gritó la voz con vigor.

    Esta vez, Lynae abrió los ojos y se recostó sobre la cama mullida, no sin antes soltar un pequeño gemido de dolor por el movimiento brusco. Se llevó rápidamente una mano a la herida que tenía en el pecho, palpando las vendas que la tapaban. La tela de los vendajes era limpia y de calidad, nada que ver con los harapos con los que solía cubrir sus heridas. Al bajar la mirada, descubrió que su mano derecha estaba libre de cristales y también cubierta de apósitos. Rotó la mano, observando meticulosamente el delicado trabajo que había detrás de todo aquello.

    Era obvio que un médico de verdad le había atendido. Paseó la mirada por la estancia, contemplando la opulencia de la habitación y las vistas de la ventana hasta detenerse sobre Fergus, quien descansaba con una postura bastante particular e incómoda en una silla a su vera. Entonces lo recordó todo: Tyr, la conversación con él, su traición, su... libertad. De no ser por la interrupción del fereldeno, ahora mismo estaría muerta. Pero gracias a él... seguía viva y libre. ¿La había llevado hasta un médico de calidad? ¿Se había quedado esperando hasta que ella... despertara? Lynae observó al adormecido Fergus de otra manera completamente distinta. No sólo había arriesgado su propia vida salvándole de las garras de Tyr, sino que además se había molestado en arrancarla de los brazos de la muerte pagándole un médico que, seguramente, muy barato no sería. Duncan le había pedido ayuda y él se la había ofrecido sin rechistar. ¿Por qué? ¿Esperaba algo a cambio? ¿Quién puede obtener algo de una persona que no posee nada? Fergus lo había hecho por su propia voluntad, como muy bien él le había comentado unos... Espera, ¿cuánto tiempo llevaba dormida?

    —Cousland -estiró una mano hacia la rodilla de Fergus y le zarandeó un poco, intentando despertarle.

    Fergus no solía dormir profundamente, precisamente, pero el cansancio de varios días de tensión y de poco sueño pasaba factura incluso al más resistente, por lo que no es de extrañar que, cuando algo zarandeo levemente su rodilla, Fergus simplemente ignorara por completo el mundo exterior.

    —Sylvia... Gnh, me las pagarás, hermanita... -murmuró él entre leves ronquidos.

    El zarandeo volvió, esta vez con más fuerza, pero Fergus siguió ignorándolo tercamente, decidido a darle una lección a su hermana en sueños. Pronto, un zumbido irritante llenó su sueño, cortesía de un grupo considerable de abejas asesinas que habían aparecido de repente en el patio del castillo de Pináculo. Afortunadamente para él, mientras corría para ponerse a salvo, un grito exasperado retumbó por el cielo despejado medio segundo antes que el Teyrn de Pináculo despertara finalmente.

    —¡Cousland, o despiertas o te zurro ahora mismo!

    Ya en el reino de los vivos otra vez, Fergus resbaló de su incómoda silla, momentáneamente aturdido a causa de su brusco despertar. Llevándose de algún modo la silla consigo mismo con el tobillo, Fergus no se reprimió y soltó varios improperios dignos de mención al caer. Sin embargo, todo eso quedo en un segundo plano cuando Fergus se dio cuenta de quien lo había despertado. Parpadeando por unos momentos, un sorprendido Fergus se la quedó mirando antes de levantarse de un salto y empezar a asaetarla a preguntas, el alivio claro en su voz.

    —¡Lynae! Has despertado, ¿cómo te sientes? ¿Te duele algo? ¿Lo tienes todo en su sitio?

    Lynae se quedó durante unos eternos segundos muda, todavía sin acostumbrarse a que alguien que había conocido hacía apenas unos días se tomara tantas molestias por ella y se preocupara por su estado de salud. No pudo reprimir una mirada dulce mezclada con algo de ternura, que enseguida disimuló cerrando los ojos un par de segundos y tosiendo para aclararse la garganta.

    —Sí, creo que estoy entera... -su voz se tornó de un matiz triste al acariciarse la profunda herida del pecho, y bajó la mirada- … más o menos. No me digas que te has pasado todo este... ¿tiempo?, contemplándome en mi plácido sueño. No sabía que eras de esos -le volvió a mirar de reojo con una media sonrisa jocosa.

    Era su manera de decirle que estaba bien y de agradecerle todo lo que había hecho. Realmente tenía ganas de abrazarle y decirle cómo se sentía realmente, el gran alivio que le había resultado ser, la gran suerte de la que gozaba teniéndolo a él como amigo… pero la herida no le dejaba apenas moverse sin que un desagradable calambre le recorriese el cuerpo entero. Eso, y el orgullo. Por una parte, seguía algo resignada con él, por haber necesitado su ayuda. No es que fuera desagradecida, pero odiaba profundamente perder una pelea y que la otra persona se llevara toda la razón. Y Fergus la tenía. Vaya si la tenía. Mientras centraba el odio en su galante salvador, se dio cuenta de que llevaba puesto el camisón de su madre. Era blanco, de tirantes y de tela muy fina, dejando entrever sus curvas. Resaltaba el color de sus cabellos de color carmesí, haciéndolos más rojos y bonitos que cuando llevaba la armadura de cuero ligero. Frunció el ceño y miró a Fergus con una expresión severa.

    —¿Qué habéis tocado de mis pertenencias? ¿Quién me ha vestido? ¿Dónde estoy y cuántos días llevo aquí? -preguntó con urgencia.

    Fergus se la quedó mirando durante un breve instante antes de pasarse la mano por la cara cansadamente y soltar un profundo suspiro. En silencio, el noble fereldano se agachó para recoger la silla, sobre la cual se desplomó segundos después.

    —Hacedor... Hacedor, Lynae, este no es momento para bromas -replicó con voz cansada-. Estuviste a punto de morir en cinco ocasiones; unas horas después de medianoche, tu corazón dejó de latir durante varios segundos, ¿sabes? -Fergus evitaba su mirada, sin saber muy bien que decir. El silencio se estiró incómodamente, pero una vez Fergus empezó a hablar, las palabras surgieron como un torrente imparable-. Estabas ahí, estirada sobre esta misma cama, pálida como la muerte. Toda la cama era un charco de sangre; yo intentaba mantenerte despierta, pero solo funcionaba a veces. No sólo eso, la mayoría de las veces que estabas despierta, delirabas de fiebre y no me reconocías, soltando incoherencias... Te morías lentamente delante de mí a medida que las horas pasaban y yo me sentía impotente al no poder hacer nada en la noche más larga de mi vida, muerto de preocupación. Supongo que la sangre azul no lo puede comprar todo -Fergus rió débilmente con una risa temblorosa, inseguro.

    Fergus por fin se armó de valor para mirarla con ojos cansados y bolsas oscuras de insomnio bajos ellas.

    —Respecto a tus preguntas, llevas durmiendo cinco días seguidos, en la clínica del doctor de Altaciudad que te curó. Deberías agradecerle que te salvara la vida; es algo pagado de sí mismo, pero de no ser por él ya estarías muerta. Nadie ha tocado nada de tus pertenencias, solo saqué el camisón que llevas de tu hatillo para vestirte después de que tu situación se estabilizara. Y… bueno, te vestí yo. Después de lo de tu ataque, no iba a dejar que un desconocido te vistiera y no me fio tanto del médico como para estar seguro de que no está al servicio de algún jefe criminal. Y antes de que me acuses, me aseguré de mirar lo menos posible, incluso estando más preocupado por tu supervivencia que por tu cuerpo -aseguró Fergus después de un carraspeo, desviando la mirada.

    Lynae parpadeó varias veces, sin dar crédito a lo que escuchaba. Su rostro expresaba un desconcierto fuera de sí, descargando un torrente de emociones que era incapaz de definir. Su mente fue asaltada por vagos recuerdos de imágenes muy confusas en las que una sombra le decía algo que no lograba descifrar en ese momento, acompañada por golpes en su cara que sentía como caricias en sus entrañas. ¿Era verdad que había estado tantas veces al borde de la muerte...? Lynae no pudo evitar sentirse fatal después de saber todo aquello. Había sido muy desconsiderada con Fergus, menospreciando toda la preocupación, tiempo y dedicación que él había invertido en ella. El cansancio y la frustración se marcaban en sus ojeras como una gran carga que, tras su despertar, ahora era más liviana. Puede que salvarle la vida fuera un logro que perteneciera en gran parte al médico, pero para Lynae lo que Fergus había hecho y sentido por ella era mucho más importante. Mucho más que su propia vida. Haciendo una mueca de dolor que intentó disimular de la mejor forma posible -sin mucho éxito-, colocó una mano sobre otra del Cousland, y se la apretó con decisión.

    —Perdóname -susurró, lanzándole una mirada completamente sincera-. No... no estoy acostumbrada a este trato, y una parte de mí cree firmemente que no merezco todo lo que has hecho por mí. No he hecho nada para merecerlo, más que salvarte la vida una sola vez -desvió la mirada unos segundos, sintiéndose ridícula-, y no es diferente de lo que cualquier soldado podría hacer.

    Se quedó callada unos segundos, con la mano todavía posada sobre la suya. Tenía la mano fría, y la piel de Fergus era como una cálida y agradable estufa en invierno.

    —Gracias, Fergus -dijo, por primera vez, de forma sincera-. De verdad, gracias. Perdóname si no encuentro las palabras adecuadas o la forma de expresarlo, pero... sigo sin poder creer que alguien como tú se tomara tantas molestias por alguien como yo. Sigo sin entender por qué -sostuvo la mirada, queriendo expresar la gratitud de la mejor forma posible-. Tienes un gran corazón -la voz le tembló en la última frase, y tuvo que retirar la mirada para que no viera cómo se le humedecían los ojos.

    —Sí, bueno, sobre eso... ¿recuerdas lo que te dije? ¿Aquello de que algunas veces solo puedes dar un salto de fe? No soy una persona que haga todo esto con cada desconocido que conoce, pero desde la cena a la que te invite, tú eres... tú eres mi salto de fe y es por eso que... No, espera, eso ha sonado horrible. Ugh, la falta de sueño ya empieza a hacer efecto -se lamentó Fergus con una breve risa-. Que sepas que esto es culpa tuya, Lynae; has conseguido hacer que me importaras -le acusó con un mediocre intento de darle un tono severo a su voz.

    Siendo consciente que sus intentos de transmitir una severidad que no existía brillaban por su falta de éxito, Fergus apretó por unos segundos la mano extendida de Lynae para asegurarse de que era real, que no estaba soñando y que la elfa a la que ya no podía sino pensar en ella como una amiga en su mente había sobrevivido a sus horribles heridas sin secuelas permanentes.

    —No creo que sea necesario decirlo, pero no te preocupes por la factura del médico. Como estabas indispuesta, me tomé la libertad de pagarla por completo personalmente, al contado y todo. Le resté una parte porque no paraba de quejarse, eso sí -le informó con una pequeña sonrisa. Era un intento más bien pobre, pero viendo que Lynae parecía estar completamente fuera de peligro y en posesión completa de sus facultades, Fergus podía permitirse empezar a relajarse después de cinco días llenos de nervios y preocupación.

    Lynae no pudo hacer otra cosa más que devolverle la sonrisa, todavía sin encajar del todo bien la bondad de Cousland. No desconfiaba de él, ni mucho menos, pero tantos años siendo maltratada y humillada le habían convertido en una persona suspicaz y bastante escéptica. El apretón de Fergus le devolvió a la realidad, asegurándole que su vida seguía allí y que no había atravesado las puertas de la muerte.

    —Sabes que no pienso olvidar todo esto, ¿verdad? -le miró con una dureza que apenas le duró unos segundos, volviendo a una actitud blanda y sumisa-. Deberías descansar, ahora que tienes la mente más tranquila. No quiero causarte más molestias de las que ya te he ocasionado.

    —Desde luego, ese demonio de Duncan no ha parado de mirarme con ojos desaprobadores todo este tiempo, acusándome de no haber hecho más, estoy seguro. Si pudiera usar magia para curar, ya lo habría ello. No puedo obrar milagros -refunfuñó Fergus para sí mismo de manera petulante, sin poder evitar el bostezo que siguió a sus palabras-. Quiero creer que si te dejo aquí para irme a echarme una siesta, no te encontraré a las puertas de la muerte cuando vuelva. Otra vez -remarcó con intención después de una breve pausa-. Cuando haya descansado, hablaremos. Después de todo, hay alguien que te quiere ver muerta y no podemos permitir eso.

    La férrea mirada que lanzó a Lynae anunciaba sin palabras que el tema no admitía discusión.

    Lynae retiró la mirada con un gruñido, y asintió con la cabeza sin rechistar. —No sé qué haría sin Duncan. Si en vez de salir corriendo a buscar ayuda, me hubiese protegido cuando... -se calló de golpe, tocándose la herida. Fergus tenía que descansar y ella no le podía dar detalles, o su cabezonería y afán de saber le obligarían a quedarse allí hasta que el sueño le venciera. Él tenía que descansar-. Es un mabarí muy inteligente y sabe cuidarme mejor que nadie -sonrió, dejando la mirada perdida en las sábanas de la cama-. Aquí te esperaré, Fergus. Descansa bien y no sueñes cosas demasiado extrañas.

    El noble fereldano asintió con la cabeza y después de unas pocas palabras de despedida más, Fergus abandonó la clínica de Altaciudad en dirección al Ahorcado, no sin antes asegurarse de que el médico no iba a tratar insolentemente a Lynae por ser elfa. Cuando llego a la habitación que tenía alquilada en la taberna, el señor de Pináculo cayó dormido meros minutos después de meterse en la cama.




    Al día siguiente, Fergus se apresuró a visitar a Lynae en la clínica de Altaciudad para comprobar cómo iba en su recuperación.

    —Bueno, mi querida paciente, ¿cómo se encuentra hoy? Le advierto que mentir sobre su salud es contraproducente para su tratamiento posterior a la operación -bromeó Fergus con una sonrisilla enfurecedora mientras entraba en la habitación en la que reposaba Lynae-. Confío en que el médico no te haya molestado mucho por ser elfa...

    —Me han tratado peor en otros lugares -suspiró con fingido pesar mientras apartaba la sábana y bajaba las piernas de la cama, quedándose sentada al borde-, pero al parecer el dinero acorta más lenguas que un cuchillo -esbozó una media sonrisa durante unos segundos, cambiando a una mueca de dolor por el cardenal que decoraba una de sus mejillas-. Si no me está permitido mentir, entonces no diré que estoy bien. El cuerpo entero me duele al leve movimiento, no siento la mano derecha, y esta herida... -se tocó el pecho-, me duele como mil infiernos. A veces desearía arrancarme el pecho y acabar con todo este dolor...

    —Mejor no lo hagas; necesitas tu cuerpo entero para seguir viviendo, o eso me han dicho -respondió Fergus, riendo entre dientes a pesar de su preocupación-. Las heridas se curarán con el tiempo, y los dolores desaparecerán antes, sobretodo con el dinero extra que ha recibido el médico, pero es cierto que parece que hayas salido de una pelea de taberna armada solo con tus puños contra toda una banda -comentó Fergus de manera casual, observando el feo moratón que adornaba la mejilla de Lynae-. Bueno, supongo que esperabas esta pregunta, pero aún así tengo que hacerla. ¿Quién te atacó? Fue Tyr, ¿verdad? Él o uno de sus mejores matones, porque no me creeré que un bandido cualquiera pudiera sorprenderte de tal manera como para dejarte en el estado en que te encontré.

    Lynae rodó los ojos, sabiendo que en algún momento tendría que enfrentarse a la curiosidad y preocupación del humano. —Nunca le cuento a nadie este tipo de situaciones. Ni siquiera le he dicho al médico qué me ha ocurrido, directamente le he mandado a tomar viento cada vez que abría la boca para preguntármelo. Algo me dice que si no hubieras pagado de más, yo misma me habría tenido que poner las vendas -le miró largamente y en silencio, sacudiendo la cabeza divertidamente cuando Fergus solo le ofreció una brillante sonrisa-. Pero nunca he visto a alguien con una mirada como la tuya, Fergus. Descargas un torrente emocional que arrasa con cualquier muro. Me hiciste prometer que te contaría lo que sucedió ayer... Perdón, la noche anterior -dio un par de palmadas a su lado, en la cama, para que Fergus se sentara-. Toma asiento y te lo contaré con todo detalle, va para largo.


    —¿Torrente emocional? Si querías que me metiera en cama contigo no tenías necesidad de desempolvar el libro de poesía -respondió el noble con una carcajada socarrona. Sin embargo, y a pesar del tonillo burlón, Fergus cumplió sin rechistar y se recostó en la cama-. ¡Soy todo oídos, poetisa Lynae!

    Le dio un suave golpe en el hombro con la mano izquierda, que para Fergus debió ser casi una caricia. —Si saco el libro de poesía es para golpearte con él en esa cabeza tan majadera que tienes -rió suavemente y tosió, notando sacudidas de dolor en el pecho-. Agh... Esto es culpa tuya. A veces tu buen humor es irritante, ¿lo sabías? -le lanzó una mirada de fingida aflicción y luego se repuso, tornando su expresión seria-. Tenías razón en que Tyr ha sido el autor de este... ¿crimen? ¿Se considera un crimen apalear a una elfa en este agujero nefasto y desolador? -Lynae reflexionó antes de sacudir la cabeza, queriendo quitarle importancia-. El trabajo de los qunaris iba a ser mi último encargo para él. No, no me mires así, es verdad que era el último trabajo, lo que pasa es que él no se esperaba que yo saliera viva -suspiró con pesar, se echó un poco hacia atrás y cruzó las piernas encima de la cama con algo de dificultad, pero logrando una posición más cómoda-. Verás... -miró fijamente a Fergus, permaneciendo unos segundos en silencio para que él le prestara toda la atención a lo que estaba a punto de decir-. Tyr es un mago de sangre. La razón por la que he permanecido tantos años bajo su mandato sin degollar ese cuello tan delgado que tiene es porque consiguió sacarle sangre a Duncan y hacer un pacto que los unía a los dos. De esa forma, si le hacía daño... -desvió la mirada, recordando el desagradable día en el que descubrió el pacto- ... Duncan recibía el mismo.

    Se quedó callada durante unos eternos segundos, titubeando y sin saber cómo seguir la conversación. Puede que Lynae fuera una persona manipuladora, mentirosa y poco de fiar, pero cuando tenía un amigo que de verdad le había demostrado su lealtad hacia ella... eso lo cambiaba todo. No podía mentir a Fergus, pero si le decía la verdad se arriesgaba a hacerle daño. Mierda. Por esa clase de debates ella no solía tener amigos. Bueno, también por ser como era, pero al parecer eso a Fergus le gustaba.

    —Ha descubierto que tú y yo tenemos un lazo. Él cree que es una alianza, que yo te he buscado a propósito para deshacerme de él. Como si yo necesitara ayuda -refunfuñó lo último en voz baja-. No es algo demasiado personal, Fergus, él ya desconfiaba de mí antes de que nos conociéramos. Simplemente, tus... casuales entradas le han dado la base suficiente como para matarme sin sentir remordimientos -empezó a jugar con uno de sus mechones de pelo rojizos, distraída pero sin apartar la mirada del humano-. Todo lo demás fue relativamente rápido. Después de limpiar mi trabajo, él llegó, rompió el vial que contenía la sangre de Duncan por cumplir mi último encargo después de intercambiar un par de saludos... Y me abalancé sobre él para clavarle la daga en su corazón. Me desvió el ataque a su pecho, y... ¡sorpresa! -se señaló la herida teatralmente-. Resulta que también tenía mi sangre y, antes de que yo le atacara, hizo otro pacto y sufrí el mismo destino. La única diferencia es que él rompió el frasco y se pudo curar con su magia, mientras que yo... bueno, ya conoces el resto de la historia -se encogió de hombros-. Intenté que no rompiera el vial cogiéndolo antes de que impactara sobre el suelo, pero me pisó la mano. Ese bastardo...

    Fergus parpadeó varias veces, atónito. —Vaya... Primero qunaris y ¿ahora magos de sangre? No te quedas corta en tu elección de enemigos, eso desde luego -comentó sarcásticamente el Teyrn-. Pero supongo que tiene sentido, líderes criminales como Tyr deben ser considerablemente paranoicos, más todavía alguien que sea un maleficarum. Magia de sangre... nada bueno puede salir de allí -murmuró Fergus con asco antes de suspirar-. Y yo que esperaba tener unas vacaciones tranquilas. Pero dices que rompió el frasco cuando le atacaste. ¿Significa eso que ya no estáis vinculados por la magia de sangre? -preguntó Fergus, serio.

    Lynae negó con la cabeza. —Como ya te he dicho, él esperaba que no sobreviviera. De hecho, estuvo a punto de... -se acarició el cuello inconscientemente, y retiró la mano enseguida cuando se dio cuenta del gesto-. Pero nada de eso importa ya. Estoy viva y libre, aunque ahora mismo soy más inútil que un enano en un Círculo de magos -chasqueó la lengua, como si estuviera enfadada consigo misma.

    Fergus rió, como si fuera partícipe de un chiste que sólo el supiera. —Pues si viajaras al Círculo de Ferelden, te sorprendería lo que puede hacer un enano motivado y lleno de entusiasmo.  

    Su risa se apagó segundos después, dejando solo el fantasma de una sonrisa en lugar. Fergus no habló durante varios momentos, sin sentirse incómodo por silencio que llenó la habitación. Observando a Lynae atentamente, Fergus volvió a hablar, la curiosidad clara en su voz. —Y dime... ya que por fin te has liberado de servir a un psicópata, y con él creyéndote muerta, ¿has pensado qué vas a hacer ahora? Después de curarte, por supuesto.

    La ansiedad atenazó el pecho de Lynae, aterrizando estrepitosamente contra la cruda realidad. ¿Qué iba a hacer con su vida ahora? No podía seguir realizando trabajos sucios, la mayoría de los negocios clandestinos sabía y seguiría creyendo que trabajaba para Tyr. Ahora que su anterior contratista creía que estaba muerta, no podía permitir que su nombre siguiera extendiéndose por los rincones más oscuros de Thedas. Su frustración sólo se vio en un gesto de su mano derecha pasando por su rostro con cansancio.

    —Supongo que desaparecer otra vez del mapa -suspiró, realmente agotada-. ¿Qué clase de noble se toma unas vacaciones en Kirkwall? –preguntó súbitamente. Necesitaba cambiar de tema para no pensar en su caótico futuro que le conduciría de nuevo a un cajón lleno de desastres.

    Fergus enarcó una ceja, ofreciendo a Lynae una mirada que dejaba claro que no se tragaba el intento de cambiar de tema. —Sé perfectamente que intentas cambiar de tema, pero picaré el anzuelo. Si no prefieres hablar de ello, no voy a presionar... no mucho, al menos -sacudió la cabeza el noble antes de sonreír de oreja a oreja-. Y creí que que habíamos dejado claro que yo no era un noble como los demás. Solo existe un Fergus Cousland, después de todo... Pero respondiendo a la pregunta, la ciudad debería ser segura ahora que los Hawke han ahuecado el ala. En fin… bueno, el caso es que perdí a varios de mis hombres en el desastre de los muertos vivientes hace poco y bueno... Llevábamos varias semanas intentando sobrevivir simplemente a los ataques antes de resolverlo, pero al acabar pensé en alejarme un tiempo de Ferelden y despejarme un poco. Los hombres a los que envíe a sus muertes eran buena gente, los conocía de años atrás. No merecían morir –musitó quedamente, sumergido en sus recuerdos por unos momentos antes de sacudir la cabeza.

    —Elegí Kirkwall porqué había tenido contacto usual con el Vizconde Loch gracias al comercio entre nuestras ciudades y pensé que podría visitarlo en persona -se defendió Fergus-. Una decisión desacertada, por lo que parece. Nunca pensé que fuera a ser un fanático. Honestamente, conocerte ha sido lo más interesante de estas "vacaciones". Casi diría que ha sido lo mejor, pero eso sería inflarte el ego y desde luego no queremos eso -le dijo jocosamente.

    Lynae arqueó una ceja y empujó con suavidad el hombro de Fergus para que se girara más hacia ella. Los rayos de luz que se filtraban por la ventana le daban más color a los ojos castaños del humano, y el cansancio desaparecido de su rostro le daba un aspecto más jovial y apuesto. Esbozó una media sonrisa. —Después de llamarme tu "salto de fe", creo que no me puedes inflar más el ego -rió con delicadeza-. Así que al final he resultado ser un bonito espectáculo del cual el señor de Pináculo ha disfrutado. Espero que me recuerdes en tus aburridas charlas y largas reuniones, no siempre hago el mismo número -volvió a sonreír, esta vez con algo más de luz en su mirada. Era obvio que estaba de mejor humor-. Ahora, respóndeme, Fergus. ¿Por qué te interesa tanto lo que yo haga después de que me recupere?

    Fergus se rió entre dientes, estirándose como un gato antes de ponerse cómodo en la cama. Acercando la silla con los pies, el Teyrn no dudó en reposar los pies en ella indolentemente. —Tienes suerte que eres una paciente convaleciente y no puedo devolverte todos los golpecitos que me estás dando, Lynae. En fin, ¿me creerías si te dijera que sólo soy un amigo preocupado? Desde luego, en Kirkwall no vas a quedarte una vez te hayas curado. Bueno, eso quiero creer, al menos, porqué realmente es un hervidero de corrupción… más de lo que esperaba, en cualquier caso, y conociéndote, acabarías ensartada hasta el fondo en otra espada. Supongo que Tyr te proveía con alojamiento, ¿no? Simplemente me preguntaba qué harías ahora que ya no tienes tal relativa red de seguridad debajo de ti.

    —Oh venga, deberías estar agradecido de que te toque una mujer -contestó, volviendo a su juego de toma y daca que tanto le gustaba. Sin embargo, cuando Fergus mencionó el tema del alojamiento, Lynae fue incapaz de mirarle a los ojos, recordando la noche en la que tuvo que dormir bajo la lluvia-. Te creo, Fergus, es sólo que... necesito acostumbrarme a eso de tener un amigo que se preocupa de verdad. Y respecto a lo de Tyr, yo... -cerró los ojos unos segundos- ... me tengo que encargar de mis gastos yo misma. No puedo decirte mucho más, pero espero que te contentes con saber que nunca he tenido una red de seguridad. Siempre me ha tocado encargarme de mí misma sin la ayuda de nadie -mantuvo la mirada a un lado mientras hablaba.

    —Nunca tuviste... Hacedor, tu vida desde luego es un viaje desbordante de alegrías -respondió Fergus con una mueca-. Intentaría insistir, pero algo me dice que sólo repetiríamos la conversación que tuvimos después de la emboscada... Ugh, vaya follón que es todo esto -gruñó con una expresión de descontento después de unos segundos de silencio-; si no fuera por el hecho que no sé por dónde empezar, reunía unos cuantos amigos templarios y me dirigía a retorcerle el pescuezo a ese bastardo. A ver si le gustaría experimentar en sus propia carnes varios Castigos Divinos de los templarios.

    Dicho eso, Fergus se incorporó súbitamente para mirarla seriamente a los ojos. —Sabes que mi oferta sigue en pie. Incluso con más razón ahora que sé que no tienes ningún tipo de plan permanente para estas situaciones. Si lo necesitas, acéptala. Y así cuando vengas a Pináculo, podrás ver como damas y doncellas por igual suspiran por mis atenciones -añadió Fergus al final con una sonrisa desafiante.

    Lynae frunció el ceño y abrió la boca para responderle de forma grotesca, pero de su garganta no emergió sonido alguno. Chasqueó la lengua con molestia y giró la cabeza a un lado, avergonzada e incapaz de admitir que realmente necesitaba aceptar la oferta. Después de unos eternos segundos en los que permaneció pensativa y con el ceño fruncido, volvió a mirar a Fergus con dureza.

    —Mi vida es la realidad de muchos elfos, Fergus. La elfería es lo único que nos queda a los elfos de ciudad, y aún así las condiciones son penosas. Antes prefiero la vida que tuve tras abandonarla a verme obligada a volver a esa ratonera rodeada de gatos -escupió las palabras con repulsión-, pero eso no lo entenderéis nunca. Los humanos os contentáis en vivir dentro de vuestra burbuja e ignoráis lo que os rodea. Sólo unos pocos os molestáis en preocuparos una pizca, pero sois una especie en peligro de extinción -suspiró, sacudiendo la cabeza, como si intentara alejar los malos pensamientos de ella. Concentró su mirada en los ojos castaños de Fergus, y durante unos segundos él pudo percibir un brillo de afecto en ella-. Has hecho demasiado por mí, Fergus. No sólo me has salvado la vida, tú... te has preocupado por mí más que mi propio padre. Te has pasado todos estos días a mi lado, deseando con toda tu alma que la vida siguiera palpitando en mi corazón. Me has pagado un médico muy caro, te sigues preocupando por mi futuro. Aunque no esté acostumbrada a este tipo de trato, esta clase de cosas no las hace un amigo cualquiera -tras titubear dos segundos cortos, Lynae se aproximó a Fergus y le abrazó con cariño, un gesto bastante inusual en ella pero que era totalmente sincero en ese momento-. Y aún así voy a necesitar engrosar mi deuda aceptando tu oferta... -susurró, costándole decir las últimas tres palabras.

    —Ese soy yo, Fergus Cousland, protector de los desfavorecidos y un sensiblero -murmuró él entre dientes con falsa modestia. A pesar de sus palabras, Fergus respondió recíprocamente al emocional abrazo de Lynae, yendo con cuidado de no abrazarla excesivamente fuerte por miedo a reabrirle los puntos-. Tonta Lynae, ¿de verdad creías que me iba a desentender de ti tal cuál después de morirme de preocupación por ti durante cinco días? Créeme, no hay deudas entre amigos y si te soy sincero... bueno, tengo más dinero del que necesito. Ventajas de ser un noble que realmente se preocupa de mejorar sus tierras, a diferencia de la mayoría. Con el enorme excedente de los últimos años, puedes coger todo lo que quieras. Uhh... siempre que no consista en media cámara de oro o treinta carros llenos a reventar de comida, por supuesto. Los demás también necesitan subsistir -se apresuró a clarificar el noble, sólo para reírse entre dientes suavemente momentos después-. Ahora que lo pienso, tendrías que venir a Pináculo y llevarte algo. ¡La cara de mi chambelán al intentar detenerte solo para decirle que tienes mi permiso sería graciosísima!

    Lynae rió quedamente ante las bromas de Fergus, y se separó de él apretando los dientes por el dolor que le provocaba moverse tanto. —Diantres, yo que pensaba pedirte medio carro lleno de mozas y mancebos -suspiró con una decepción exageradamente fingida, y luego volvió a sonreír-. Lo cierto es que debería pasar por Pináculo, tengo que... ver a unos conocidos -se miró discretamente el anillo que portaba en el dedo anular izquierdo, pensando en los padres de Nelaros y en si la reconocerían. Volvió la mirada a Fergus, esta vez de una forma más seria-. De todas formas, Fergus, voy a tener que compensarte todo esto. Ve pensando en lo que necesites de mí, porque voy a darte todo lo que me pidas -antes de dejar la última frase suelta, se apresuró a aclarar-, pero debes saber que si me pides hacer de carabina puede que me quede con el premio. No soy muy buena como acompañante... -rió por lo bajo.

    Fergus soltó una sonora carcajada, genuinamente divertido por la imagen mental que habían conjurado las palabras de Lynae. —El papel de carabina no pega con una mujer tan deslenguada como tú, Lynae, y los dos lo sabemos. Además, antes preferiría tenerte como compañera de pleno derecho que simple carabina; además que yo no comparto con otras personas. Aunque nunca he entendido realmente tamaña estupidez, lo de ir de carabina... -Fergus carraspeó nerviosamente, evitando a propósito la mirada de su interlocutora. Un leve rubor cubría sus mejillas, visible sólo durante unos breves instantes antes de adoptar una expresión contemplativa-. En fin... ya tendremos tiempo de sobra para discutir quién debe a quien y los demás pormenores, pero sólo cuando te hayas recuperado más, solo te despertaste ayer -advirtió con voz férrea el noble al ver que Lynae abría la boca para protestar. Al menos, eso era lo que Fergus suponía que Lynae iba a hacer. El noble fereldano se levantó rápidamente de la cama, levemente nervioso-. Bueno... voy a dejar que descanses, que sigues convaleciente. Antes de que me vaya, aprovecha y dime si hay algo que quieras que te traiga cuando vuelva de visita. Lo más probable es que vayas a morirte del aburrimiento encerrada aquí.

    Lynae negó con la cabeza, sonriendo levemente cuando Duncan escogió ese momento para aparecer por la puerta, ladrando ruidosamente. —Tranquilo, Fergus. Mientras Duncan me haga compañía, no necesito nada con urgencia. Aunque me sorprende que el médico le haya permitido quedarse, pensé que habría intentado echarlo fuera –comentó Lynae mientras acariciaba a Duncan con afecto.

    —Créeme, lo intentó, pero amablemente le hice cambiar de idea –le aseguró Fergus con una sonrisa cómplice, aunque no ofreció más detalles. Poco después, Fergus se despidió de Lynae y dejó la clínica. Sus fondos habían sufrido un buen golpe con los honorarios del médico, pero aun quedaba algo, lo suficiente como para poder visitar algunas tiendas en busca de algo interesante.
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    Mensaje por Lynae Tabris Vie Oct 16, 2015 10:20 am

    Los tres días siguientes a la marcha de Fergus, Lynae los pasó completamente aburrida, tirando por la ventana los libros que el médico le prestaba y arrancándoles las hojas para hacer esferas de papel y lanzarlas a la calle para ver cómo Duncan recorría la clínica entera de la forma más escandalosa y salía afuera a recogerla. Muchas veces, cuando el médico entraba a ver cómo se encontraba ella, escondía los libros destrozados y le mentía a medias comentándole lo entretenidos que estaban siendo sus momentos de lectura. En esas ocasiones, no podía evitar fingir una sonrisa inocente y una mirada traviesa que dirigía a su mabarí, el cual permanecía sentado con la espalda erguida, en una pose absurdamente seria.

    A media tarde del tercer día, el médico entró en la habitación de Lynae dando un portazo brusco y sorprendiéndola por completo. La elfa estaba recostada sobre la cama, echándose una pequeña siesta, así que el sobresalto provocado por el estruendo del doctor hizo que casi se cayera de la cama.

    -¿Se puede saber qué clase de hombre educado y con modales entra abruptamente en la intimidad de una mujer? -se quejó ella mientras, temblorosa por el dolor que le provocaba la herida, intentaba sentarse sobre la cama.

    -Se acabó tu suerte -ignoró la pregunta de Lynae mientras se aproximaba a ella con hostilidad-. Tú eres Tabris, ¿verdad? Un hombre en El Ahorcado me ha hablado de ti. Una asesina que no tiene ni 10 cobres en su cartera "acompañada" por un Cousland -cogió con violencia el brazo de Lynae-. No sé qué clase de usos te está dando el noble, pero no echará de menos a un juguete tan despreciable como lo eres tú.

    -¡Suéltame, sucio shem! -exclamó ella, sacudiéndose hasta zafarse de él-. Él ha pagado por tus servicios. ¡Cumple con tu trabajo o devuélvenos lo que es nuestro! -amenazó, mientras Duncan gruñía en posición de ataque.

    -Irás a prisión, escoria -escupió él, y sacó un bisturí que guardaba bajo la manga para atacarle.

    Aquello pilló por sorpresa a la elfa, pero supo reaccionar rápido y le golpeó la muñeca antes de que el bisturí tocara su piel. Pero, al hacerlo, la herida se le volvió a abrir, por lo que no pudo evitar que se le escapara un gemido de dolor. Duncan ladró con agresividad y se abalanzó sobre el médico, quien se apartó rápidamente de la elfa y corrió hacia la puerta, queriendo escapar. Lynae no desperdició el momento y, movida por la cólera, cogió el jarrón que más a mano tenía y se lo lanzó con una férrea puntería, impactando sobre su cabeza y dejándole inconsciente.

    Cuando Fergus entró en la consulta decidido a visitarla, se encontró con el médico tirado en el suelo, inconsciente, y varios pedazos de porcelana al lado de su cabeza. Lynae estaba sujetándose la herida, sangrante, mientras con el otro brazo intentaba apoyarse en la cama para tener un punto de equilibrio. Cuando vio la oportuna entrada del humano, se le iluminó la cara.

    -¡Por fin apareces! ¡Tenemos que irnos ya!

    Fergus observó el estropicio provocado en la habitación exasperadamente, ignorando momentáneamente a Lynae. Dado el grado de desorden, la habitación tenía toda la pinta de haber sobrevivido el paso de un tornado pensado solamente para la destrucción… y a duras penas. Viendo que Duncan rondaba por la zona, el noble de Pináculo se acercó a él después de asegurarse que el médico seguía vivo.

    -Eh, hombretón, ¿cómo va todo? Veamos, tú que eres inteligente y poseedor de sentido común, ¿qué es lo que ha hecho la irresponsable de tu ama esta vez, que se ha reabierto las heridas?

    Duncan gimió y ladeó la cabeza, sin llegar a entender bien a qué se refería el humano. Viendo la proximidad de Fergus y lo contenta que estaba su ama de verlo, pasó su enorme lengua por la cara del humano, dándole una salivada bienvenida.

    -Cuando dejéis de besaros mutuamente, ¿podríais echarme una mano? -carraspeó la elfa-. Esto es serio. El médico me ha reconocido y no puedo quedarme más tiempo aquí sin que me envíen a prisión.

    -Te haré saber que yo solo beso a mujeres y feliz que soy con mi decisión –gruñó Fergus, intentando eliminar las babas de Duncan de su cara-. En qué estaría pensando cuando entablé amistad con una convicta buscada por la justicia, me pregunto. Ah, si es que las bellezas me pierden –comentó distraídamente mientras examinaba con ojo experto las heridas de Lynae-. A ver, siéntate en esta silla, que te están temblando las piernas. No me pongas esa cara de malos morros, no creas que no lo he visto.

    Ojeando rápidamente la sala, Fergus divisó una mesa con diferentes utensilios y útiles propios de la medicina. Seguramente en caso de una intervención leve de urgencia, Fergus conjeturó. En cualquier caso, era perfecto para la situación en la que se encontraban. Rápidamente, agarró todo lo que podría llegar a necesitar.

    -Vale, teniendo en cuenta que nuestro querido médico está inconsciente, es de suponer que ha intentado retenerte de algún modo y tú le has hecho saber tu desacuerdo a base de hostia con uno de sus horrendos jarrones, ¿cierto? –preguntó Fergus mientras limpiaba la herida suavemente con un paño mojado.

    Resopló con una ligera diversión ante los comentarios de Fergus, pero cerró los ojos con fuerza cuando él le tocó la herida para tratársela, imaginando que le iba a doler como el tratamiento del médico. Se equivocaba. Las manos de Fergus eran más delicadas de lo que aparentaban, y quitando de la molestia que le ocasionaba su tacto, le costaba admitir que casi hasta lo hacía con una dulzura agradable. Evitó moverse demasiado mientras le contestaba.

    -Debiste jugar mucho a los detectives con tu hermana cuando eras más pequeño, sino no me explico de dónde sacas esas conclusiones tan brillantes -replicó con ironía, apretando los dientes cuando Fergus tocaba las zonas más delicadas de la herida-. No ha sido una de mis mejores peleas, he de admitirlo -suspiró con pesadez, mirando entretenida la habitación y lo desordenada que había quedado tras la confrontación-. Normalmente no dejo que me toquen, pero este dichoso médico tenía un bisturí guardado bajo la manga antes de reconocerme... ¿Tan poco de fiar soy? -preguntó de forma retórica, viendo venir la reacción de Fergus.

    Fergus resopló por la nariz, sacudiendo la cabeza con una sonrisa.

    -Por favor, jugar a detectives es para niños que no tienen ni idea. Nosotros asaltábamos la despensa o desatábamos el infierno en el castillo -aseguró el noble fereldano-. Sólo eres tan poco de fiar con aquellos que no son tus amigos, pero afortunadamente, creo ser uno de ellos. Aunque tener un bisturí bajo la manga suena a paranoia pura -opinó él al mismo tiempo que examinaba la herida una vez limpia con un tacto sorprendentemente cuidadoso-. Pero supongo que ya te había reconocido para entonces... Hum, a ver, la reapertura de la herida parece que ha sido limpia y sin mucha complicación. Si sólo es eso, puedo hacerlo yo mismo. Voy a tener que coserte la herida otra vez y volverte a vendar la zona. Espero que no te moleste mucho el hecho de tener que tocarte. ¿Podrás con ello? -le comentó en voz baja, con tono comprensivo.

    -Si sigues tocándome con esa suavidad podré con cualquier cosa que me hagas -arqueó una ceja acompañando al gesto con una sonrisa traviesa. El último día que se vieron advirtió un ligero rubor que no pasó desapercibido para la elfa, así que a pesar de encontrarse en una situación decadente, había decidido jugar un poco más con el humano. Le distraían sus reacciones y le ayudaban a relajarse. Con la otra mano, bajó el tirante del camisón hasta la mitad del brazo, sin enseñar sus intimidades pero casi. La herida estaba más expuesta-. Muéstrame tus habilidades médicas, Fergus Cousland -dijo con una voz seductora con unas intenciones mal disimuladas, volviendo a sonreír.

    Fergus dejó escapar un sonido ahogado del fondo de su garganta después del atrevimiento burlón de Lynae. Estaba bastante seguro que la elfa no lo hacía más que para sonsacarle una reacción embarazosa, pero desde luego poco lo había pillado con la guardia baja por completo. A pesar de las bromas cargadas de tono que se habían lanzado hasta ahora, Fergus no era ciego y siendo honesto consigo mismo, podía apreciar el hecho que Lynae era realmente bella y esto, en la situación actual, era prácticamente una condena de mortificación para el noble.

    El Teyrn de Pináculo fijó la vista en la pared detrás de Lynae, en algún punto indeterminado cerca de una de las orejas de Lynae.

    -Ah, sí, bien... Tienes suerte de que aún no estuviera cosiendo la herida, quién sabe lo que podría haber pasado -farfulló por un momento un desconcertado Fergus antes de reírse entre dientes débilmente, intentando hacer desaparecer el rubor de sus mejillas. Lo consiguió, pero al no ser algo inmediato, era automáticamente un fracaso en la mente de Fergus-. Créeme, si estuviéramos...ah, en cualquier otra situación y tu no te estuvieses recuperando de tu encuentro con la muerte, estaría más que... um, interesado -murmuró Fergus.

    ¿En qué condenado día se le ocurrió la gran idea de visitar Kirkwall? Fergus no lo sabía pero si pudiera viajar al pasado, le habría dado a Pasado!Fergus un buen puñetazo. Lynae no pudo evitar reírse ante la situación de Fergus, pero al hacerlo desató un latigazo de dolor que le hizo callarse instantáneamente y llevarse la mano a la herida, dolorida.

    -Interesado, ¿eh? No lo olvidaré -desvió unos segundos la mirada de la herida para contemplar a Fergus con expectación-. Mientras, ¿puedes... ? -se señaló la herida-. No sé cuánto dura la anestesia por jarrón en la cabeza, pero cuanto antes nos marchemos de aquí con menos problemas nos toparemos -le apremió.

    Fergus se puso manos a la obra, maniobrando con cautela pero con efectividad mientras Lynae lo contemplaba en silencio. No entendía cómo un humano como él, sabiendo lo que sabía de ella y viendo todo lo que había visto, aún permanecía a su lado y la seguía cuidando con esa determinación. Lo normal era recibir un escupitajo, una blasfemia, un insulto, un mal trato... Pero él la trataba como... como si no fuera a transmitirle ninguna enfermedad contagiosa. Incluso se sonrajaba ante sus insinuaciones, no se abalanzaba directamente sobre ella para tratarla como a un objeto y olvidarse de su existencia minutos después.

    Estaba claro que Fergus era un hombre muy noble a su manera. Parecía estar seguro de lo que era justo según su juicio, de forma que no le importaba incordiar a personas importantes de la sociedad fereldena con tal de ayudar a algún desfavorecido. ¿O era más bien al revés? De una forma u otra, él era un hombre que realmente tenía un corazón de oro. Si en eso consistía la amistad, jamás se separaría de él. No porque quisiera aprovecharse de su ayuda, sino porque se sentía por primera vez en muchísimo tiempo querida de verdad. Y era algo tan agradable como ese baño caliente del que llevaba tiempo antojada.

    Lamentó cuando Fergus terminó de vendarle la herida; echaría de menos su tacto suave y delicado. Ahora entendía por qué Duncan parecía ronronear como un gato gordo cuando le rascaba la cabeza con cariño. Disimuló su gran pena con un agradecimiento susurrado, mientras, sin cambiarse el camisón, se colocaba una manta sobre los hombros y se calzaba unas botas que descansaban al lado de su cama. En el tiempo en que se las ponía, vio por el rabillo del ojo cómo Fergus le quitaba sólo una parte del dinero, seguramente el que le habría pagado por curarla y todos los gastos que su estancia conllevaba. Al salir él de la clínica, Lynae cogió el dinero restante y se lo guardó. Minutos después, salió ella detrás con todas sus escasas pertenencias, vistiendo todavía el camisón y usando la manta de abrigo.

    Se pusieron en marcha hacia la salida de Kirkwall y subieron al barco que les llevaría lejos de allí. Ahora entendía más que nunca hasta dónde llegaba el buen corazón de Fergus: a pesar de que el médico había intentado llevarla a prisión, había salvado su vida y el Cousland le había dejado parte del dinero pagado porque, en parte, había cumplido con su trabajo. O esa era la suposición de la elfa de por qué no le había robado todo el oro. Aun así, la bondad del humano era una cosa, y otra su forma de pensar. Por mucho que le hubiera salvado la vida, encerrarla en prisión era condenarla a algo peor que la muerte, y eso la elfa no lo podía perdonar. Y como el dinero le pertenecía a él, no se quedaría ni con una moneda de oro. No podía permitir que el humano siguiera arreglando su desastrosa vida sin que ella pudiera devolverle el enorme favor que constamente le hacía.

    Así que, en cuanto Fergus se asomó por la borda del barco a contemplar el paisaje distraído, Lynae se aproximó a él y depositó de forma muy discreta el dinero que le había robado al médico. Él debería haber notado algo, así que disimuló el gesto con una caricia y entabló una conversación sin importancia con él, enarbolando su sonrisa más encantadora y logrando su misión con éxito.

    Gracias a él su vida había dado un giro drástico. Y, por una vez en su vida, la intervención de un humano iba a jugar a su favor.

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